CON EL TEATRO MARTI, DESAPARECE UN ICONO DE MIAMI
JOSE ANTONIO EVORA
El Nuevo Herald
La imagen en ruinas del edificio que ocupaba el Teatro Martí, en La Pequeña Habana, representa algo más que otro cambio en la fisonomía urbana de Miami.
''Es la desaparición de una época: la del primer exilio cubano'', dijo el comediante Guillermo Alvarez Guedes, que se presentó allí a finales de la década de los 60, cuando aún no estaba dividido en varias salas.
Guillermo Alvarez Guedes --->
En el sitio, marcado entre los números 400 y 430 de la Avenida 8 del SW, se levantará un edificio de apartamentos, según el comisionado de Miami Joe Sánchez, cuyo distrito comprende esa zona.
''Se va a usar ciento por ciento en viviendas costeables para personas de bajos ingresos, creándole además una Plaza José Martí que sirva para darle [al teatro] el reconocimento y la historia que se merece'', dijo Sánchez. ``Estamos trabajando con el sector privado a partir de los fondos que tenemos para lograr un acuerdo''.
Fue el empresario Ernesto Capote quien en 1967 convirtió lo que antes había sido una arena de boxeo, y también sede del capítulo local del Ku-Klux-Klan, en espacio para producciones escénicas en español.
En 1998, el título del inmueble pasó a manos del gobierno de Miami, que lo puso en venta en el 2003, cuando Capote había acumulado una deuda de más de medio millón de dólares con la ciudad. El año pasado, pesaban sobre el edificio 25 violaciones de los códigos de protección contra incendios.
''La ciudad puso más de $2 millones de dólares en ayuda para establecer lo que era el teatro y el edificio, pero hubo varias preguntas que no fueron contestadas por el señor Capote'', dijo el comisionado Sánchez.
Nadie respondió dos llamadas hechas por El Nuevo Herald a la casa de Capote.
En las salas del Martí actuaron desde Leopoldo Fernández (Tres Patines) hasta la bolerista Olga Guillot.
''Por ahí han pasado todos los que hemos venido al exilio'', asegura Armando Roblán, quien en 1979 llevó allí sus parodias de Fidel Castro con la comedia No hay mal que dure cien años.
Muchos actores lo recuerdan como el punto de encuentro por excelencia para la primera generación de exiliados cubanos, y también como uno de los poquísimos lugares donde podían encontrar trabajo.
''Cuando no había nada más, estaba el Martí'', dijo la actriz Marta Picanes, que debutó allí en una producción de Fernández en diciembre de 1972. ``Creo que fue el comienzo de todo. No queríamos quedarnos sin nuestro teatro y dijimos: vamos a hacerlo en español, y vamos a implantar la tradición''.
De acuerdo con Néstor Cabell, que también pisó sus escenarios a principios de los 70, hubo un momento en que el edificio tenía dos salas teatrales en la planta alta, tres abajo; los estudios de un canal de televisión y una estación de radio.
Y al principio, cuando todavía no estaba equipado con aire acondicionado, pasaban cosas ''de película'' en medio de las funciones.
''Cuando las palomas chocaban con las aspas de los ventiladores del techo se formaba un tremendo reguero de plumas y de sangre por el público'', recuerda Cabell. ``No había baños; orinábamos en laticas y le dabamos 50 centavos a un hombre que había sido transformista en Cuba para que las botara''.
Para Alvarez Guedes, lo que representa ese teatro en la historia de la comunidad exiliada cubana es irrepetible.
''El próximo Teatro Martí es el verdadero de La Habana'', dijo. ``A ese es al que hay que ir''.
jevora@herald.com
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