domingo, julio 16, 2006

EL CAIMAN BARBUDO // UN NARRADOR DE ARMAS TOMAR

EL CAIMAN BARBUDO



Por Luis Cino

La Habana, Cuba

En 1966, un grupo de poetas jóvenes que se agrupaban en la revista cultural tutorada por la Juventud Comunista, "El Caimán Barbudo", redactó un pronunciamiento que quiso ser para siempre. Lo titularon Nos pronunciamos, y comenzaba diciendo:

"No pretendemos hacer poesía a la revolución. Queremos hacer poesía de, desde y por la revolución".

Ah, las cosas de los poetas revolucionarios. Su juventud lo complicaba todo.

Menos de un lustro después, el Caso Padilla y el Congreso Cultural les advirtió, sin cortapisas, que no podían aspirar a tanto. No había rima posible entre la justicia, la verdad, la belleza, las consignas y los uniformes verde olivo.

Por muy elevados que fueran sus ideales, aquí se hablaba el feo lenguaje del estalinismo, y ellos no estaban dispuestos a ser los Esenin, Blok, Babel o Pasternak de la revolución cubana.

Sus sueños quedaron indefinidamente aplazados. Tuvieron que escribir poesía a la revolución y punto. Pero siempre aplaudiendo.

Aurelio Alonso quiso embellecer el sacrificio de sus ilusiones, acosadas entre el espanto y la obediencia, bautizándolos como "la generación de la lealtad".

El Caimán Barbudo cumple 40 años. El aniversario de un saurio en número tan redondo puede ser un buen momento para restañar viejas heridas. Siquiera algunas de ellas. Otras, las más, ya no tienen cura.

El número 334 de la revista, de junio de 2006, dedica sus tres primeras páginas a la rehabilitación definitiva como "escritor revolucionario" de Eduardo Heras León.

En el número 46, de mayo de 1971, una nota de resonancias inquisitoriales anunciaba la expulsión de Heras León del Consejo de Redacción de la revista "por las connotaciones de criticismo tendencioso que, amparado en pretendidas posiciones revolucionarias, se evidencian en su libro".

El libro en cuestión era "Pasos en la hierba", hoy considerado junto a "Condenados de Condado" de Norberto Fuentes, clásicos de la narrativa de la violencia.

Sus relatos de la épica revolucionaria le costaron a Heras ir a parar a una fábrica metalúrgica. Allí tendría que demostrar proletariamente su fidelidad a la revolución. Silvio lo hacía a bordo de un barco pesquero. Antón Arrufat pagaba sus historias tebanas desempolvando libros en una biblioteca de Marianao.

La edición Casa de las Américas de "Pasos en la hierba" fue recogida con premura por los comisarios y sus secuaces.

Heras León, un idealista híbrido de artillero y escritor, fue otro más de los que no atinó a distinguir los tenues y volátiles límites del arte dentro de la revolución. Fuera de ellos, se extendía la nada. Y es sabido que para los mandamases, "la nada, nada inspira".

La segunda edición de "Pasos en la hierba" demoró 20 años. Para que se produjera, precisó de otro de los milagros del Período Especial. Los escritores cubanos se estaban extinguiendo. Curiosamente, la imagen de la portada evocaba a otro represaliado, el pintor Servando Cabrera. Alguien intentó un desagravio póstumo.

En la presentación del libro, Heras León sólo atinó a alzar el libro y gritar "Gané" para celebrar el fin de más de dos décadas de ostracismo.

Ahora, confiados de su prudencia y lealtad, el número 334 del Caimán Barbudo le concedió el derecho a réplica que no tuvo durante 35 años.

Acudieron gustosos como testimoniantes los poetas Guillermo Rodríguez Rivera, Víctor Casaus y Germán Piniella y el cantautor Silvio Rodríguez. Todos amigos suyos y alguna vez también efímeramente relegados por los comisarios. Todos, "amigos del muerto y ambias del matador", se las arreglaron para regresar del "dulce abismo".

Ellos ofrecen los conmovedores testimonios de hombres que un día se creyeron "hermosos, intransigentes e inmortales" y quisieron salvar el mundo. Sólo que el tiempo (y las lealtades) nublan las más perspicaces miradas.

Esta vez no hubo mea culpas. Las entonaron durante demasiado tiempo para convencer a los jefes. De momento, no necesitan silicios, flagelaciones ni penitencias. Se impuso hablar de incomprensiones, extremistas, burócratas y perseguidores de la cultura. Los errores están ya superados y perdonados.

Después de todo, según ellos, ya muchos de los inquisidores no están aquí, "fueron a buscar refugio en los acogedores brazos del enemigo".

Es entonces que uno tiene que sacudirse para convencerse de que esta farsa no es otro mal sueño.

A Jesús Díaz no lo nombran por su nombre. No hace falta. Aunque tuvo la suficiente hombría y sinceridad para admitir sus culpas y romper a tiempo, piensan que ya no se podrá defender. Jesús, en su tumba, debe estarse riendo de tanta pendejada.

Jesús Díaz poco antes de fallecer en el exilio en Madrid; fundador de la revista Encuentro de la Cultura Cubana --->

Víctimas y victimarios ha habido muchos. Sólo que no todas las víctimas tienen la fidelidad masoquista del Chino Heras y sus amigos para seguir afirmando, a estas alturas de la vida: "Nosotros fuimos y somos revolucionarios". De ahí su suerte… o su desgracia.

Dijo Silvio Rodríguez en uno de los versos que dedica a Heras: "Algún día se podrá decir que el enemigo tenía parte de razón". Contradiciendo al trovador, me temo que, ese día, la patria no los contemplará orgullosa.

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Tomado de

http://www.escambray.islagrande.cu/Esp/Cultura/Parmas.htm


Un narrador de armas tomar

Manuel Echevarría Gómez

Eduardo Heras León, Premio Nacional de Edición, escritor vivencial de la batalla de Playa Girón, mentor de las nuevas generaciones de cuentistas cubanos, periodista y critico de ballet, confiesa que el tema de la guerra sigue siendo su primer amor

Con la licencia que me ofrece el recurso de la apropiación resulta lícito presentar a Eduardo Heras como narrador, periodista, crítico de Ballet, profesor de Artillería, maestro y editor de consumada trayectoria.

<,-- Eduardo " El Chino " Heras León













Autor de libros emblemáticos como La guerra tuvo seis nombres (Preio David, 1968), Los pasos en la hierba (1970), Acero (1977), Cuestión de principios (Premio de la UNEAC 1983 y de la Crítica 1986) y otros títulos que se inscriben en su producción de los 90, deja una huella profunda en la historia de la literatura insular con el alumbrón de sus relatos, afincados en la estética de la violencia, que prestigió la narrativa primada del proceso revolucionario desde su condición de veterano en la batalla épica de Playa Girón.


Adalid de un realismo sin cortapisas, escritor vivencial, pero ajeno a los epigonismos baldíos y la indigencia gris de los 70, inconforme con su contumaz sentido de lo humano, se confiesa culpable de la promiscuidad vocacional que le acarrean los ajetreos de la edición (Premio Nacional de Edición) y el magisterio al repartirse sus amores con la narrativa.


Conversador empedernido, excelente comunicador siempre tocado por esa manía de cosechar amigos, el chino Heras regresa eventualmente a Sancti Spíritus desde la década de los 80, y nos revela en estas cuartillas recién salidas del horno, su bregar por los predios de la letra impresa, el deslumbramiento que le provoca la tinta fresca y ese amor inclaudicable por el tema de la guerra.


Pudiera decirse que usted es un narrador de armas tomar dada su preferencia por el tema bélico en más de uno de sus libros, ¿es un matiz coyuntural o es un pretexto para tomar el pulso a la ductilidad del universo político?


El tema de la guerra siempre me subyugó. Me conozco toda la literatura de la Segunda Guerra Mundial; me leí los cinco tomos de Churchill y de otros jefes militares; también estudié la historia del arte militar y soy veterano de Playa Girón, además de alguna que otra operación de la Lucha Contra Bandidos en el Escambray, y como soy un escritor vivencial, escribí sobre la guerra, que sigue siendo mi primer amor.


A más de tres décadas de haber escrito Los pasos en la hierba, mención en el Premio Casa de las Américas, incluido sin embargo en la nómina de la literatura maldita de aquel momento, ¿cómo valora hoy esas pieza iniciática dentro de su trayectoria? Yo pienso que ese fue mi mejor libro, hecho con mucha pasión y con mucho fervor revolucionario.


Siempre he tenido una concepción crítica de la literatura como una manera de cuestionar la realidad y yo había vivido los acontecimientos abordados, o sea, que estaba contando la verdad. Afronté momentos muy difíciles por defenderlo, pero me siento orgulloso de haberme mantenido fiel a mis principios y de que eran los principios verdaderos de la Revolución. Es una ganancia moral que hoy guardo con orgullo.

Le he escuchado referirse al quinquenio gris de los años 70. ¿qué relación tuvo con su obra?, ¿fue realmente gris?


Ese fue un período más que gris, negro para la literatura cubana. Obedeció a razones de tipo histórico y a la actuación, a veces equivocada, de algunos dirigentes que querían una literatura apologética ajena a las contradicciones de la realidad. Dejó secuelas de tipo intelectual como la autocensura. Fue una etapa muy difícil para los escritores de la isla, principalmente para mí que estuve cinco años trabajando en una fábrica de acero. Afortunadamente, más tarde se empieza a producir un proceso de maduración entre creadores y dirigentes de la Cultura que llegó a su apogeo en el Congreso de la UNEAC del año 1998 y ha trascendido hasta el presente, donde se está repensando este país y la Revolución desde la Cultura. Es lo máximo a que se puede aspirar.

Se ha dicho que La guerra tuvo seis nombres, Premio David de la UNEAC, 1968, es un verdadero clásico de la narrativa de la violencia, ¿está de acuerdo?

Los críticos empezaron a llamar así a mi literatura junto a la de otros escritores que escribíamos de los temas de la Revolución que eran violentos. Ese libro es sobre Playa Girón, sobre la guerra, que como decía Heminway es capaz de hacer madurar a un ser humano.

¿Su producción de los años 90 apuesta por seguir buscando las marcas de un discurso donde lo humano y los grandes hechos están anclados en los detalles cotidianos?

Publiqué en el '92 Balada para un amor imposible en un plaquet, es un cuento largo editado en Brasil, y en el '95 salió una antología de mis relatos titulada La noche del capitán. Próximamente voy a entregar un nuevo cuaderno que se llama Amor de ciudad grande, que toca el amor y el desamor en estos tiempos y comencé a trabajar en una novela. Los jóvenes dicen que estoy escribiendo igual que ellos sobre la difícil situación de la década de los 90.

El magisterio al frente del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso lo ha convertido en una suerte de mentor para muchos narradores jóvenes, ¿encuentra satisfacciones y utilidad en esa labor?

Me he dedicado a la organización del Centro y a los Cursos de Técnicas Narrativas para la Televisión porque me parece que hago una labor importante enseñando a los jóvenes, dándoles una ayuda que no tuve y que les hace ganar años de experiencia. También hice la compilación del libro Los desafíos de la ficción, que no tiene parigual en la lengua. Los muchachos le dicen la Biblia.

Usted recibió el Premio Nacional de Edición, sin embargo, es una faceta poco conocida de su trayectoria, ¿es también la más desagradecida o la más ingrata?

Es una de mis tres vocaciones. Mi padre era cajista y me llevó cuando tenía 10 años a la imprenta; me dijo cierra los ojos, y me dio a oler algo que no he podido olvidar jamás, era la tinta fresca. A principios de la Revolución estuve trabajando con asesores soviéticos, traduciendo y editando los libros básicos de la Artillería. Ese fue mi primer trabajo; después empecé en Letras Cubanas donde aprendí muchísimo con textos paradigmáticos que prácticamente tuve que armar a partir de manuscritos y publicaciones por entrega. Fueron trabajos de arqueología literaria que me produjeron grandes satisfacciones y de los cuales no he podido desprenderme nunca.

¿Crítico de ballet?

Es un trabajo que tampoco he dejado. Yo soy un fanático del ballet. En los años 60 escribí una crítica usando la ironía, sobre las dos versiones de Carmen bailadas por la soviética Maya Plizeskaya y Alicia Alonso, que luego empleaban en la escuela de Periodismo como modelo. Le he prestado cobertura a muchos festivales de ballet.

¿Qué vínculos lo acercan a Sancti Spíritus?

Esos vínculos se remontan a la década de los 80 cuando venía a los Talleres Literarios. Yo descubrí a Gumersindo Pacheco y fui el primer maestro de Senel Paz, que es como mi hijo espiritual; lo descubrí en La Habana cuando estudiaba preuniversitario y le dediqué mucho tiempo. Con el auspicio del Centro Provincial del Libro espirituano y el de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso ya hemos celebrado dos ediciones del Concurso Nacional de Minicuentos, que este año tuvo un poder de convocatoria capaz de reunir a más de 400 narradores y que el año próximo tendrá carácter internacional.

Para recapitular es obvio que son tres sus grandes amores.

No te equivocas: la narrativa, la edición y el magisterio. Los tres me han colmado de grandes satisfacciones, aunque el tema de la guerra siempre me esté rondando.