martes, julio 11, 2006

EL CIERRE DE LA " DESMITIFICACION " MARTIANA

El cierre de la 'desmitificación' martiana


Miguel Fernández-Díaz publica un libro que aborda la muerte de José Martí a partir de nuevas salidas que reposicionan a la cultura cubana.

Emilio Ichikawa Morín, Homestead

martes 11 de julio de 2006 6:00:00

Hace ya más de una década, parte de la intelectualidad cubana inició o retomó un programa que pudiéramos reconocer como "desmitificación" o "deconstrucción" martiana. Se trataba de un proyecto polémico, pues impugnaba la sacralización oficial de la figura que el gobierno cubano y sus ideólogos utilizan para dar cobertura (digamos que un poco de decencia) a sus políticas. Tuvo al menos tres inspiraciones fundamentales:

1. El amparo teórico de lo que se llamó "postmodernismo", que contenía en su paquete de propuestas el cuestionamiento de los discursos legitimantes. La conocida "deconstrucción", que fue un lema antes que un método, alcanzó sobre los ideologemas martianos algunos de sus pocos saldos efectivos.

2. Las propuestas de microhistoria, historia inmediata, minoritismo, feminismo, culturalismo y sociologismo que hicieron las escuelas francesa y norteamericana en La Habana de los años ochenta y sobre todo noventa, y que bajo cierto signo de novedad llevaban al cuestionamiento de los valores estructuradores de la historiografía cubana más ortodoxa.

3. La saturación generacional con una "martianidad" usada como ideología y "texto sagrado".

Este programa alcanzó al arte, el periodismo, la historiografía y otras zonas del pensamiento. Llegó a ser de índole tan plena, que se convirtió finalmente en una moda: todo el mundo llegó en algún momento a considerarse portador de "un nuevo Martí". Quisiera por tanto atreverme a diagnosticar, ante todas las evidencias y resultados, que aquel programa que llamaba a desmontar el mito martiano ya se ha satisfecho. Insistir en él no sería novedad, sino exceso. Indiferencias o búsquedas más audaces nos esperan.

'La audacia de la indiferencia' estaría dada por la evidencia de que por mucho que nos harte Martí, la política cubana ha adquirido en él uno de sus códigos fundamentales. Después de todo, Martí es como una clave de intercambio, un lenguaje: hasta una jerga. Es casi imposible hacer política práctica en Cuba sin apelar a una demagogia disfrazada de martianidad. Es una fatalidad.

Desde el punto de vista pragmático, incluso de 'marketing', cualquier político cubano del futuro deberá venir en nombre de José Martí, propóngase lo que se proponga. 'La audacia de la búsqueda' se refiere al carácter irrenunciable que tiene su legado, el más alto en el marco de la cultura cubana, frente al que no se puede ser más que continuador incluso en la ruptura o en la indiferencia.

Cierre o fin

Después de haber repasado críticamente ese período tan afanoso de cuestionamiento del mito y las solemnidades martianas, sobre todo de aquellas que tenían una intencionalidad ideológica (que abarca incluso a las que se hacen, usando a Martí, en contra del Martí de Castro), creo que el rol simbólico de "cierre" y "salida" de esa etapa se puede asignar al libro de Miguel Fernández-Díaz La muerte indócil de José Martí (Miami: NPC, 2005).

Un proceso análogo al que refiero se llevó a cabo en la Universidad de La Habana (UH) a mediados de los años ochenta con el legado marxista. Recuerdo una interpretación con pretexto filológico que el profesor Alexis Jardines realizó sobre la obra de Federico Engels traducida como Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana.

Jardines se interesaba en que la palabra alemana Aufgang, traducida como fin, significaba más exactamente salida. Según su lectura, en la filosofía clásica alemana se encontraba no sólo el cierre, sino además las nuevas alternativas a que podía apelar el saber discursivo para sobrevivir entre las nuevas exigencias de la modernidad. La propuesta de mayor alcance que hizo Jardines se movía contra un espíritu antifilosófico entronizado en la Universidad de La Habana en nombre del ideologismo y la ciencia. Y contenía también, ella misma, nuevas salidas para el filosofar.

Con el libro de Fernández-Díaz sucede lo mismo. Respecto a Martí, no sólo cierra o finaliza el ciclo más reciente de la desmitificación, sino que a la vez contiene nuevas direcciones, salidas, que reposicionan a nuestra cultura respecto a uno de sus legados esenciales.

Entre los grandes méritos de La muerte indócil de José Martí está haber sorteado con éxito los dos peligros básicos que tiene el pensamiento contemporáneo: el "periodiquismo" y el academicismo. El periodismo ha terminado por acoger aquel epifenómeno del saber especulativo que en un texto introductorio a la Crítica de la razónpura Kant llamara "filodoxa". Esta es una suerte de "famalogía", una explotación del evento, una insuficiente rehabilitación metafísica del instante. En resumen, es la diletancia discursiva. Por otra parte, el academicismo es la "diplomatización" del saber: la profundidad cosmética.

Miguel Fernández-Díaz conoce bien la filosofía, el derecho y el periodismo; y es probablemente eso lo que le ha permitido salir airoso en las intersecciones. Su libro se estructura en capítulos brevísimos, veloces (como Mercurio, a la manera de Italo Calvino), pero sus hipótesis y revelaciones están protegidas por una convincente bibliografía. Los libros y documentos referidos por Fernández logran una voz coherente; los materiales rescatados y re-descubiertos, es decir, tanto sus fuentes primarias como las de órdenes derivados, se intercambian congruentemente (aunque a veces parezca que sin finalidad) con los textos y criterios de más actualidad.

Hay un gran manejo de fuentes, un amplio archivo de las alternativas historiográficas, una certificación de los intereses políticos detrás de los temas y ninguna ingenuidad filosófica. Fernández sabe a dónde va, y su subjetividad procede de manera objetiva. A veces, cuando es parcial, domina los límites de esa parcialidad suya, electiva y plena en su criterio, que es lo que la tradición filosófica moderna reconoce como criticismo. Es alegrador para cualquier estudioso de la filosofía verificar que en el capítulo IX Fernández pasa de una consideración historiográfica específica a referir el problema de la dialéctica entre lo posible y lo necesario. De ahí a Hartmann y, sin detenerse, a Diódoro de Cronos y uno de sus grandes "argumentos" (pp. 118-120).

Rescate arqueológico del pasado

La muerte indócil de José Martí es un libro de historia atento a las más recientes polémicas. Fernández mueve sus criterios en torno a eventos inscritos en el tan difícil "pasado inmediato" (Américo Castro), como el cincuentenario de la revista Orígenes (1994), la Conferencia Internacional "José Martí y los desafíos del siglo XXI" (Santiago de Cuba, mayo de 1995) o los coloquios celebrados por el centenario de la muerte de Martí en la Universidad de La Habana, que culminaron con la publicación de la antología Homenaje a José Martí en el primer centenario de su muerte en combate (Morelia, 1997), un trabajo conjunto entre la Facultad de Filosofía e Historia y la Universidad Michoacana. Fernández polemiza, refiere y acata con nombres y apellidos. Sabe identificar al destinatario y esto nos habla también de la autenticidad de su trabajo, que desborda valentía y sinceridad.

En este sentido, el autor lleva a cabo un rescate arqueológico del pasado inmediato; habla de lo que no se habla y de lo que a veces se habló; convierte en sujetos de la cultura, merecedores de críticas o alabanzas, a personajes que de otra manera hubieran acabado, tristes, en el olvido. Por eso el libro engendra "Ser", hace historia en el marco de una cultura que, a pesar de todo su narcisismo, está gravemente herida en su estatura. Y aún más: en su delicadeza.

Cualquier cosa puede ser dicha de las historias que en su libro refiere Fernández; incluso que son historias de gente valiente, hábil, emprendedora, pero jamás de personas delicadas y nobles. En el mejor de los casos, en aquellos donde la posición historiográfica está avalada por la honestidad del estudioso, Fernández revela la existencia de una jerga teratológica, agresiva, propia de los peores inquisidores del cristianismo. En la página 12, por ejemplo, cita a la académica Diana Abad (UH), que llama a "repudiar" los "desmantelamientos ideológicos en contra del corazón de la patria". ¡Qué lenguaje tan moralista y a la vez tan cruel!

Entre los eventos más interesantes que aborda Fernández (y que lo son no tanto por asumirlos, sino por la forma en que los trata: con una mezcla de suspenso y lenguaje exacto donde va implicando a casi todo el mundo), se encuentra el de las famosas páginas perdidas del Diario de José Martí, correspondientes al 6 de mayo de 1895.

Fernández insiste en el explícito disgusto de Maceo, pero esta vez da un motivo que no suele referirse y que se hace muy creíble cuando nos adentramos en el conocimiento de la "política real", esa que será alguna vez el material oculto de la historia. Según Fernández, Maceo estaría disgustado por el uso de los fondos para la guerra y es eso, con datos concretos, parte de lo que habría alcanzado a certificar Martí en su diario.

Habría que creer que el documento fue entregado por completo al general Máximo Gómez, según el testimonio del coronel Ramón Garriga, expuesto y razonado con exactitud por Fernández en el capítulo III. Acerca de las páginas en cuestión, Garriga confirmó: "Yo las vi cuando las escribió. Yo guardaba el diario en mis alforjas. Cada vez que Martí me lo pedía, se lo entregaba. Gómez lo recibió completo de mis manos" (p. 37). Y dice Fernández en torno al delicado asunto: "Luis Miranda escribiría que las cuartillas arrancadas contenían una relación al detalle de cómo se habían distribuido los fondos para principiar la revolución, incluyendo 'las cantidades enviadas para distintos patriotas'" (ibídem).

Hay algo que habla a favor de que, al parecer, a Gómez le disgustaron tanto las notas sobre la repartición de fondos, que lo llevaron a censurar aquellas páginas. No se justifica que si, en efecto, la motivación de Gómez o de quien fuese el censor estuvo en silenciar, para el bien de la causa cubana, algunas críticas que Martí pudo haber hecho a Maceo después de la entrevista, no arrancara también las del día 5, donde alcanza a decir que Maceo "le hiere" y "le repugna".

Conexiones con la política

La muerte indócil de José Martí es también un libro importante para seguir el comportamiento de la prensa ante la historia cubana. Se refieren y ubican con claridad las posiciones de los principales periódicos norteamericanos; se identifican a los periodistas más relevantes, ya sean partidarios o detractores.

Es necesario insistir en esta manera de escribir un ensayo con múltiple interés. Fernández sabe ir a las fuentes, pero sin fatigarnos con transcripciones ni sucumbir así ante el facilismo de que su mismo libro sea empleado como fuente documental. Usa un lenguaje puntual, pero incurre en evocaciones literarias y cede a veleidades poéticas que, por su intermitencia, salvan al texto de lo meloso formal y de la cháchara moralista. Polemiza con adversarios identificados y no marea con referencias, que fue todo un síntoma de la primera escritura de una reciente generación de ensayistas cubanos.

Fernández saca de la opacidad gremial a un grupo de trabajadores y comprometidos estudiosos oficialistas del pensamiento martiano: Luis Toledo Sande, Rolando Rodríguez, Ibrahim Hidalgo… Y no deja de comentar (y a veces de simpatizar) con Diana Abad, Oscar Loyola, Jorge Ibarra. Hay, sin embargo, una nueva generación de ideólogos del castrismo, más arriesgados y descarados también, que valdría la pena estudiar e incluso comprender. Fernández lidia con algunos.

<--- Cintio Vitier


El tema martiano posee sus conexiones con la política a través de cierta interpretación del legado literario, como demuestra la última etapa del trabajo de Cintio Vitier. También se revuelve en ella de manera directa. La periodista Soledad Cruz y el escritor Luis Suardíaz, por ejemplo, inventaron en su momento un José Martí partidario de la muerte para justificar algunos fusilamientos realizados por el régimen de La Habana. La periodista Rosa Miriam Elizalde se ha inspirado hace poco en una dirección similar.

El profesor José R. Fabelo, por su parte, encontró en la tradición martiana un eco para una filosofía de los valores capaz de legitimar la muerte de tres jóvenes que querían abandonar la Isla por mar (lo que no parece más que un sobrentendido). Según Fabelo, habría en el crimen una dialéctica excluyente "entre vida y vida": para salvar al pueblo. Habría que matar a esos jóvenes: que uno viva supone que no viva el otro.

El libro La muerte indócil de José Martí es por eso también un documento que llama a la responsabilidad, a la necesidad de que el sector intelectual comprenda que, cuando se trata con una tiranía totalitaria, las acciones no suelen consumarse impunemente. Y el silencio es una acción bastante escandalosa.

En el epílogo de su libro Fernández-Díaz hace una observación exacta: "la historiografía cubana abunda en obsesiones morales" (p. 142). La historia, como la muerte de Martí, es efectivamente indócil: mira atrás para avanzar. Lo hace a veces. Y siente pudor del reojo ante el presente que aguarda.