lunes, agosto 14, 2006

EL ÚLTIMO ASALTO DEL INCANSABLE MONCADISTA

El último asalto del incansable moncadista.

Por Miguel Saludes.

La voz ahogada en llanto a través del teléfono me trajo la noticia casi al momento de producirse. Gustavo Arcos Bergnes acababa de morir en La Habana, víctima de una insuficiencia cardiaca. Días antes, mientras los noticiarios permanecían a la expectativa, tratando de desentrañar la situación de salud del mandatario cubano Fidel Castro, en la sala de un hospital habanero Gustavo libraba su último forcejeo contra su enfermedad, acompañado de su esposa, familiares más cercanos y la preocupación de los pocos amigos y conocidos que le queda en Cuba, casi todos en la oposición.

Ironías de la vida o del destino. Dos hombres unidos en una misión que marcó la historia contemporánea de Cuba, están cerrando el ciclo. Sus leyendas personales se hallan vinculadas con el asalto al Moncada. Del cuartel santiaguero Fidel escapó ileso mientras Arcos se llevó una herida que casi le arranca la vida, y cuya huella le acompañó para siempre. El triunfo de 1959 y la posterior radicalización del proceso colocaron a ambos hombres en caminos diferentes, aún dentro de la Revolución de la que fueron parte integral. Para Gustavo, que siempre mantuvo la memoria encendida de aquella jornada llena de desprendimiento heroico, la lucha contestataria tomaba un cariz diferente. Ahora la dictadura había sido implementada por su antiguo compañero de armas e ideas, aupado en el poder de manera absoluta, peor aún que su predecesor. Las metas por las que había decidido lanzarse contra el régimen de Batista estaban por cumplir.

Gustavo prefirió seguir en la trinchera antes que traicionar los principios democráticos por los que tantos entregaron la vida. Pero escogió una manera distinta de enfrentar esta nueva realidad. Frente al poderío militar del Comandante en Jefe y el despliegue de un férreo control compartido entre policía política y organizaciones pro gubernamentales diseminados en todos los estamentos de la sociedad, Gustavo renunció al uso de las armas. Tan solo hizo acopio de sus ideas y un civismo ejemplar para protagonizar este gran asalto al gran cuartel, casi inexpugnable, en que se ha convertido la Isla. Seguido por una pequeña te Cuba, defensor y promotor dropa, dotada del mismo armamento, organizó una comandancia singular en el centro neurálgico del escenario nacional. El Comité Pro Derechos Humanos de las libertades de los ciudadanos de su país, funcionaba en su propia casa. Sus integrantes eran considerados locos por unos y suicidas por la mayoría. El poder les llamó despectivamente conjunto de cuatro gatos. Después no le quedó más alternativa que reconocerle categoría de grupúsculo y más tarde ascenderle a nivel de quinta columna del enemigo.

Gustavo Arcos Bergnes --->

Los esfuerzos por destruirle no dieron resultados. Gustavo Arcos consiguió remover los muros de la fortaleza sin disparar una bala. El tono pausado de su voz y el porte civil que le distinguía apenas podía imponerse al mito forjado por la imagen uniformada, que contaba con todos los medios a su disposición para la subyugación masiva a través de discursos grandilocuentes y poses gestuales. Él en cambio, con su sencilla vestimenta de ciudadano común apenas podía hacer llegar su pensamiento y propuestas a la sociedad en que vivía. Como acontece con la sentencia bíblica, este buen profeta era casi desconocido en su propia tierra.

En momentos cruciales para la Patria la muerte decidió tocar en su puerta. En esta lucha tenaz, en duelo constante por la vida, pareciera que Gustavo llevó la peor parte cuando su espada cayó primera. Pero Arcos supo que esto no fue así. El católico práctico acogido tantas veces por los bancos de San Juan de Letrán junto a su inseparable Teresita, seguramente sabía que la muerte no es derrota, menos para los que no contemplan la consumación de la vida como el logro de sus afanes y ambiciones egoístas. Gustavo no tenía mandos que perder, ni angustias por tener que abandonar innumerables cargos obtenidos a título de patriarca sempiterno. Solo contaba con la vieja casa del Vedado, una fiel compañera, y unos pericos a los el poeta Raúl Rivero calificó como su escolta más fiel. Su gran ambición estaba puesta en un proyecto que le dio muchas penas y una sola recompensa. La prisión, el ostracismo, los agravios y tanta persecución solo podían tener sentido en el propósito justo de exigir el respeto de la condición humana de sus compatriotas a través del ejercicio soberano de los derechos universalmente reconocidos a todos los hombres. Y esa empresa hermosa ya quedó prendida en la mente de los cubanos. Para ello cada vez se alzan nuevos brazos y corazones, dispuestos a reclamarlos y a desgastarse a favor de su prójimo. La lucha no ha sido vana.

Tal vez en los minutos finales de su existencia Gustavo volvió a rememorar con sentimiento el fracaso del Moncada, la traición al programa que enarbolaban aquellos asaltantes y los resultados de la entronización en el poder de una tiranía. No obstante puede marchar tranquilo al encuentro y disfrute del descanso de la paz eterna. Allí le esperan sus hermanos Luis y Sebastián, víctimas del martirio en esta cruenta brega por la libertad. Su felicidad será total cuando en unión de ellos, junto a millones de cubanos, desde esa otra dimensión vea como el traje de la democracia relega al uniforme totalitario en el closet de las cosas inservibles y a los cuarteles recobrando el sitio microscópico que les corresponde verdaderamente. Sabrá entonces que habrá llegado el tiempo donde no será necesario planificar nuevos asaltos para bajar el Cielo a la Tierra.