viernes, octubre 27, 2006

FIDEL CASTRO EN TERCERA PERSONA

Nota del Blogguista


El cuento que aquí se narra tiene versiones en Cuba mucho más duras que la contada por Antonio José Ponte. Yo las oí en Cuba y se basaban en que Fidel era demasiado malévolo y peligroso hasta para el mismo Diablo; los diablitos llevaban las maletas de Fidel que, con paradero desconocido, las había dejado olvidadas en el Infierno.

Ponte posiblemente creó esta versión más amable para el Coma-Andante ¿ Andante?.
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Fidel Castro en tercera persona


Por Antonio José Ponte
EL PAÍS - Opinión - 27-10-2006

Hace algún tiempo circuló por La Habana un chiste en el cual se decidía la suerte póstuma de Fidel Castro.

El alma del Comandante en Jefe llegaba a las puertas del Infierno, y Satán se resistía a darle albergue, pues demasiados colegios y hospitales había construido en vida y abundante ayuda humanitaria había esparcido entre los países pobres del mundo. No era lo suficientemente malévolo, no contaba con méritos para hospedarse allí. De manera que, sin permitirle entrar, Satán se decidía a enviar dos diablitos a negociar el caso ante san Pedro. Abría el santo las puertas del Paraíso, echaba una ojeada a aquel par de emisarios, y apenas los dejaba explicarse. Porque, tan sólo de escuchar el nombre de Fidel Castro, san Pedro soltaba este lamento: "¡Dios mío, ese hombre no ha hecho más que llegar al Infierno y ya tengo ante la puerta a los primeros exiliados!".

La Cuba que seguirá a la muerte de Fidel Castro ha empezado a formarse como posibilidad con chistes como éste. Los chistes permiten que existan, sin escándalo para la lógica, Infierno y Paraíso, Satanás y san Pedro, diablitos negociantes... Y permiten imaginar dentro de Cuba el tremendo imposible de la desaparición física de Fidel Castro. Tremendo imposible puesto que, de aceptar la ecuación impuesta por la propaganda oficial, Fidel Castro es la revolución liderada por él, y esa revolución es Cuba, nación y patria.

Se comprenderá entonces el desequilibrio que ocasionaría en dicha fórmula la anulación de un miembro: de esfumarse Fidel Castro, tendería a esfumarse lo que desde hace siglos se conoce bajo el nombre de Cuba. Sin embargo, el propio discurso oficial cubano ha terminado por admitir la hipótesis de que los días del Comandante en Jefe se agotan y existe vida más allá de él. Circulan chistes sobre el final del mandatario (chistes nerviosos, como lo es toda burla), y algunas voces de palacio deslizan referencias a un mañana que no alcanzará a ver el enfermo. Entretanto, oculto de la mirada pública, éste ha pasado de exclusivo detentador del discurso, a ser narrado por dicho discurso. Abandona así la primera persona, y recibe los homenajes de esa tercera persona en la que sus allegados cuentan los pormenores de su recuperación. Lo cual habría sido impensable hace sólo un par de años. Por entonces Fidel Castro sufría una caída en público, y era capaz de pedir de inmediato un micrófono para dar su versión y autodiagnosticarse. Y confesaba haber prescindido de la anestesia general, decidido a no perder detalle de la intervención quirúrgica por la que atravesara. Dado su afán de control, un tropezón o una siesta en el quirófano ponían en peligro la continuidad. (Algo de ese afán lo ha empujado todavía, en su reclusión de los últimos meses, a reescribir una extensa entrevista publicada como libro).

El Fidel Castro conocido hasta ahora accedía a responder un cuestionario para enseguida hacerse entrevistado y entrevistador. Paciente y cirujano al mismo tiempo, estaba convencido de que nadie que no fuese él sería capaz de narrarlo. Y ahora parece haber perdido algo del miedo a dejar de ser Fidel Castro, y empieza a vivir cómodamente: en tercera persona. (La frase es de Borges, referida a Sherlock Holmes).

Todas las cábalas en torno a su salud preguntan por la figura del hermano. ¿Quién es verdaderamente? ¿Quién será cuando haya muerto su hermano mayor? Diversos analistas coinciden en que se trata de un administrador más eficaz que Fidel Castro (lo cual no es mucho decir). Huber Matos, comandante revolucionario y luego prisionero y exiliado, ha contado en sus memorias la impresión que le causara el frente gobernado por el menor de los Castro durante la guerra: un pequeño Estado donde no se combatía mucho y todo estaba bien organizado. Huber Matos menciona otros rasgos de Raúl Castro de los cuales se habla poco últimamente: su crueldad, su cultivo de la intriga. Los pronosticadores prefieren, en cambio, centrarse en las aptitudes empresariales del personaje, y en aquella que consideran su más ostensible falla: la falta de carisma. ¿Resultará, pese a ello, convincente, al centrar su mandato menos en el milagro que en la eficiencia? No es aventurado suponer que Raúl Castro intentará cuidar de la economía del país, y que administrará, a la par, el carisma del hermano fallecido. Depositario de las atribuciones de éste, también será depositario de su carisma.

No existe entonces nada de casualidad en que el cumpleaños pospuesto de Fidel Castro vaya a coincidir con la fiesta anual del Ejército cubano. El convaleciente ha dispuesto la celebración en aquella jornada que, cada año, rige su hermano como ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. La ocasión servirá para que Raúl Castro dé inicio a sus trabajos de amor fraterno. Corresponderá a él, pese a su escasa disposición oratoria, seguir narrando a Fidel Castro. Le tocará, cuando llegue la hora, presidir los funerales. Y será tarea suya reavivar la memoria del fallecido. (Quienes se quejan de su mutismo desde que fue nombrado sucesor habrán de comprender que es sólo cuestión de tiempo: aún no ha ocurrido el suceso que constituirá motivo principal de sus alocuciones).

"Un Gobierno", escribió el canciller Otto von Bismarck, "debe actuar también sobre la fantasía de la nación". Otra cosa es la necesidad de carisma que sienta en adelante la población de Cuba. Impedido Fidel Castro de ofrecer discursos, los discursos de otros hablan de él. Por ahora. Chistes en los cuales aparecía vivo se han convertido en cuentos de aparecidos, y llegará el día en que puedan contarse en voz alta ante cualquiera. Aunque ya para entonces habrán perdido mucho de su gracia.

Antonio José Ponte es escritor cubano.