viernes, octubre 20, 2006

NO HAY LUZ AL FINAL DEL TÚNEL…NI LUZ, NI TÚNEL

NO HAY LUZ AL FINAL DEL TÚNEL…NI LUZ, NI TÚNEL






Por Eugenio Yáñez *
Jefe de Analistas
Dept. de Investigaciones
La Nueva Cuba
Octubre 16, 2006



En un curioso empate, La Habana, Washington y Miami siguen dando muestras de falta de imaginación, y continúan repitiendo el mismo discurso testarudo y cansado de las últimas décadas, o lo modifican peregrinamente para poco después recoger los cabos con aquello de "donde dije digo, digo Diego".

El Comandante en Cama está vivo y está muerto a la vez. Padece de secreto de estado, lo que se interpreta desde el pronóstico de inteligencia americana, según la revista Time, sobre un cáncer terminal que ha interesado el páncreas y que promete pocas semanas de vida, pasando por las optimistas declaraciones del Mínimo Líder y los funcionarios del régimen, hasta la soberana idiotez de Hugo Chávez declarando que Fidel Castro estaba ya casi listo para jugar pelota.

Suficientemente enfermo para no poder participar en la vida cotidiana del país, a la vez que sospechosamente mudo, está sin embargo lo suficientemente disponible para recibir informes y establecer estrategias y lineamientos generales de trabajo, y sobre todo para paralizar cualquier iniciativa del equipo sucesor, fuera ésta innovadora o inmovilista.

Independientemente de la valoración que cada cubano pueda tener de la era del castrismo, es indudable que la ausencia inesperada del caudillo que durante más de cuarenta y siete años determinó absolutamente los destinos del país constituye en sí misma un cambio radical en el escenario.

Quienes le suceden, decidan alabarlo eternamente y continuar su política, establecer modificaciones parciales, o realizar cambios bruscos de ciento ochenta grados, tendrán que enfrentar una situación nueva y desconocida. Y aún cuando no se han celebrado los funerales del Comandante, ya tienen que estar preocupados con el día después.

Parecería un momento ideal para ofrecer a esos sucesores de facto algo para negociar y tratar de buscar soluciones que terminen, o al menos mitiguen, el diferendo del régimen con el pueblo cubano y con el gobierno de Estados Unidos.

Sin embargo, todas las recetas que se escuchan tienen que ver con más de lo mismo.

El régimen castrista tiene situaciones políticas, económicas y sociales muy difíciles en estos momentos, y al faltarle el indudable carisma y la habilidad política del máximo líder al momento de su muerte definitiva y no "con carácter provisional", estos escenarios se complicarán más aún.

A pesar de ello, el gobierno en La Habana no está al borde del abismo ni tiene todas sus opciones cerradas todavía. Venezuela le puede garantizar los subsidios suficientes para mantener una economía moribunda y de cuidados intensivos, y los chinos tienen grandes intereses económicos en Cuba pensando a medio plazo en el petróleo de la cuenca del norte de La Habana.

Rusia ha comenzado a acercarse nuevamente después de la salida de Fidel Castro del acontecer diario, y España tiene suficiente temor a las locuras de un Hugo Chávez sin control en América Latina como para desear inestabilidad en Cuba.

La Presidencia del Movimiento de Países No Alineados por el gobierno cubano, después de la Cumbre en La Habana, es otro factor a favor del régimen. Aunque en dicha cumbre los elementos más radicales no lograron secuestrar el Movimiento para ponerlo de parte de la locura, el dirigirlo concede al gobierno cubano presencia y visibilidad internacional nada despreciables, y le permite actuar como interlocutor que tiene que ser aceptado por Naciones Unidas, la Unión Europea, y las instituciones multinacionales.

Los disidentes, a pesar de su heroísmo cotidiano y su enfrentamiento continuo, no han logrado articularse como fuerza contestataria suficiente para preocupar a la tiranía, ni un levantamiento militar contra el régimen parece probable en lo inmediato.

La quimera de una sublevación popular en plena calle, botellas y piedras contra tanques y tropas especiales, no resulta demasiado convincente, sobre todo para quienes tendrían que poner los muertos.

Todos estos factores combinados no valen de mucho para traer la democracia y la libertad a los cubanos, pero sí son suficientes para que el régimen aún pueda mantenerse por más tiempo, unos cuantos años tal vez, lo necesario para destruir totalmente la nación cubana y hacer más difícil todavía la recuperación.

Pedirle a ese régimen totalitario, caduco y sin futuro, pero no desahuciado todavía, que libere a todos los presos políticos, autorice el funcionamiento de organizaciones de la sociedad civil y de una prensa libre, y convoque a elecciones democráticas y de múltiples partidos independientes, tiene tremenda fuerza moral y razón, pero sin ofrecerle nada a cambio es igual que pedirle que para no demorarse demasiado recoja sus pertenencias personales y se vaya inmediatamente a vivir a Corea del Norte, pero siempre después que se celebren los juicios sumarísimos correspondientes.

No es que el régimen y todos sus personeros merezcan un tratamiento de majestades y de personas honestas, o que no haya personajes que deberán enfrentar una justicia imparcial y honesta, pero no se puede exigir la rendición incondicional a toda la otra parte si esa otra parte no percibe que esa rendición que se le exije es preferible a las demás opciones que le quedarían.

El pueblo cubano dentro de la isla no tiene instituciones independientes, ni tiene muchas posibilidades de crearlas en las actuales circunstancias: su diferendo con la tiranía es el clásico juego del esqueleto (que nadie pida que se le explique el juego): algo así como el mono amarrado frente al león hambriento. Todas sus infinitas razones morales no bastan para sentar al régimen en una mesa de negociaciones, y ese régimen todavía no teme que sus intereses se pongan en peligro de no hacerlo.

Estados Unidos es percibido universalmente como parte del diferendo, y en cierta medida lo es efectivamente: aunque solo fuera por su compromiso moral con la democracia y la libertad, no puede sentarse a esperar que un gobierno en Cuba comience a dar pasos hacia una transición a la democracia para entonces ofrecer su ayuda y su experiencia.

Entre los sucesores totalitarios en el poder actualmente en La Habana y ese hipotético gobierno cubano que desearía honestamente una transición hacia la democracia y un Estado de derecho, hay mucho espacio y mucho tiempo de por medio, el suficiente para que Cuba se destruya irreversiblemente si no se hace algo efectivo.

Estados Unidos tiene razones morales suficientes para pedirle a la dictadura cubana pasos concretos hacia la democratización de la sociedad, el respeto irrestricto de los derechos humanos, la liberación de los prisioneros de conciencia, las libertades fundamentales de expresión, asociación y práctica religiosa, y la celebración de procesos electorales donde los cubanos puedan, libremente y sin presiones de ningún tipo, escoger los líderes que desean para gobernar al país, y establecer las políticas que consideren apropiadas.

Sin embargo, a menos que se produzcan cambios bruscos imprevisibles en la situación, no va a lograr nada si no ofrece a cambio acciones concretas y efectivas, que puede casi inmediatamente comenzar a aplicar sin enredarse en la madeja burocrática y legislativa.

Exigiendo claramente cambios concretos en las políticas del régimen totalitario cubano como contrapartida de acciones emprendidas por el Gobierno de Estados Unidos, se pueden abrir posibilidades de avanzar.

Estados Unidos puede ofrecer al régimen cubano una moratoria temporal inmediata en las transmisiones de Televisión y Radio Martí, teniendo en cuenta que, dígase lo que se diga, Televisión Martí se ve muy poco en Cuba, cuando se ve, y su efectividad es limitada. Y Radio Martí, que en un tiempo fuera un ariete para debilitar el monopolio informativo del régimen, no lo es tanto en este momento, por diversas razones.

Estados Unidos pudiera ofrecer una distensión en las medidas restrictivas que afectan los viajes familiares a Cuba de cubanos que viven en Estados Unidos, y en las que impiden intercambios con intelectuales cubanos residentes en la isla. Aunque la supuesta efectividad "democratizante" a largo plazo de tales intercambios todavía está por verse, lo importante en este caso específico sería la acción por parte de Estados Unidos de distender tales restricciones, como un mensaje específico de que pueden encontrarse situaciones más aceptables para ambas partes si cada una de ellas está dispuesta a hacer concesiones.

Los puntos más álgidos son el embargo y la Base Naval de Guantánamo, así como la muy extraordinaria campaña propagandística del régimen cubano sobre "Los Cinco Héroes Prisioneros del Imperio", desarrollada como elemento de previsión "antimperialista" en caso de que el embargo norteamericano fuera levantado total o parcialmente.

Concesiones de esta magnitud por parte de Estados Unidos serían justificadas solamente si la parte cubana diera pasos específicos y concretos hacia una real apertura democrática, pero el solo hecho de declarar públicamente la disposición del gobierno de los Estados Unidos para encontrar soluciones a los casos del embargo y la Base forzaría al régimen a pronunciarse, y lo pondría en una situación delicada frente a su propio pueblo y los gobiernos extranjeros. Lo de "Los Cinco" es otro tema, que donde imperan las leyes no puede, ni debería, resolverse de un plumazo.

Nunca sería la rendición incondicional de Estados Unidos frente al totalitarismo castrista, pero tampoco la exigencia de rendición incondicional al régimen cubano. Se logró sentar a negociar a israelíes y árabes en los años setenta, y se obtuvieron resultados: no serán los óptimos, pero se creó un status preferible al anterior a las negociaciones. No hay razón para no intentarlo en el caso cubano.

Si este proceso funciona o no funciona, habrá que verlo. Y los acontecimientos que se puedan derivar en caso de emprender tales acciones pueden ir mucho más allá de nuestra capacidad de imaginación actual, pero nunca puede caminarse si no hay un primer paso.

Estos criterios pueden ser impopulares en los sectores más duros del anticastrismo, pero no defienden concesiones a la tiranía ni abandono de los principios democráticos y de la libertad del pueblo cubano.

Si hubiera mejores opciones, serían bienvenidas: pero seguir apretando la tuerca sin ideas frescas solamente puede llevar a que se pase la rosca, y entonces ya no habrá nada que hacer.

¿Sería ésta una luz al final de largo túnel del totalitarismo castrista? Quién sabe.

De momento, en la situación actual, no solo no se ve la luz, sino tampoco el túnel.

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* Eugenio Yáñez, Dr. en Economía, politólogo, analista y especialista en la realidad cubana, durante 14 años fue Profesor de la Universidad de La Habana y el Instituto Superior de Dirección de la Economía. Ha publicado diversos libros y es coautor, junto a Juan Benemelis, de "Secreto de Estado. Las primeras doce horas tras la muerte de Fidel Castro". Colabora habitualmente con La Nueva Cuba desde el 2005