jueves, febrero 01, 2007

FIDEL CASTRO FUE EXCOMULGADO EL 3 DE ENERO DE 1962 POR EL PAPA JUAN XXIII

FIDEL CASTRO FUE EXCOMULGADO EL 3 DE ENERO DE 1962 POR EL PAPA JUAN XXIII


Por Juan Vicente Boo
Roma
ABC
España
Infosearch:
José F. Sánchez
Analista
Jefe de Buró
Cuba
Dept. de Investigaciones
La Nueva Cuba
Enero 21, 2007

«Esperemos que no se nos aplique el procedimiento de excomunión», comentó con sorna Fidel Castro a un congreso de intelectuales en La Habana en enero de 1968, después de declarar que amplios sectores del clero «se están convirtiendo en fuerzas revolucionarias». El dictador celebraba sus nueve años en el poder, e intentaba aparentar que la Iglesia se sumaba a su revolución. La realidad era muy distinta. El Papa Juan XXIII le había excomulgado el 3 de enero de 1962, un interdicto que se mantiene hasta hoy, en tanto Castro continúa aplicando las mismas políticas que le valieron la condena: imponiendo un asfixiante comunismo por la fuerza, aplicando leyes abortistas y pisoteando gravemente los derechos humanos. La circunstancia de que Juan Pablo II le recibiese en el Vaticano en 1996 o de que visitase Cuba en 1998 responde a que el Vaticano trata con todos los Estados, pero, desde luego, no levanta una pena de exclusión de los sacramentos que dura ya 45 años.

Aunque la Iglesia no exhibe en público estas condenas, y en las ultimas décadas las limita a sacerdotes y obispos que causan escándalo, la sanción espiritual a Fidel Castro continúa en vigor, pues los gestos de acercamiento al Vaticano no incluyen todavía la plena libertad de religión y, ni mucho menos, la renuncia al comunismo, como han hecho muchos otros líderes en la mayor parte del antiguo bloque soviético.
El Vaticano fue enemigo del comunismo ya desde sus orígenes. Incluso cuando se presentaba como una fuerza de liberación y no era posible imaginar hasta dónde llegarían sus desastres, la Iglesia católica ya dio la voz de alarma.

En 1878, el Papa León XIII lo definió como «una herida fatal que se insinúa en el meollo se la sociedad humana sólo para provocar su ruina». Cincuenta y nueve años mas tarde, y vistas ya las consecuencias de la revolución rusa, Pío XI condenó formalmente el comunismo ateo en la encíclica «Divini Redemptoris» del 19 de marzo de 1937, cinco días después de haber condenado el nazismo en la encíclica «Mit Brennender Sorge», también por su ideología pagana y anticristiana.

La pena de excomunión para quien difunda el comunismo fue establecida explícitamente por Pío XII a través de un decreto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, llamada entonces el Santo Oficio, en 1949. Su sucesor, Juan XXIII, el llamado «Papa bueno», que fue un campeón de la paz y los derechos humanos, confirmó la vigencia de ese decreto en 1959 y, muy a su pesar, lo aplicó a Fidel Castro el 3 de enero de 1962 para evitar que el «comandante supremo» engañe a los católicos. En un famoso discurso del 2 de diciembre de 1961, Fidel Castro se declaró marxista-leninista y anunció que llevaría a Cuba al comunismo. A partir de ese momento, la sanción era inevitable y, aunque el dictador había abandonado la fe católica, el Papa la impuso para eliminar cualquier ambigüedad.

Pontífice de la paz

Paradójicamente, Juan XXIII no era un enemigo de Cuba, sino todo lo contrario, y la historia recuerda su poderoso llamamiento a la paz dirigido, en octubre de 1962, al presidente norteamericano, J. F. Kennedy, y al líder soviético, Nikita Jruschev, cuando ambos libraban ante un mundo angustiado el vertiginoso pulso de «la crisis de los misiles». Juan XXIII era el «Papa de la paz» y de la concordia, pero tenía que hacer frente a un Castro que, desde 1961, estaba expropiando las escuelas religiosas, reprimiendo las manifestaciones católicas y expulsando de la isla a centenares de sacerdotes y religiosos.

La hostilidad contra la religión católica continuó siendo muy fuerte hasta 1992, año en el que el dictador cubano empezó a decir que el régimen era «secular» en lugar de «ateo» y permitió la entrada en el Partido Comunista a católicos practicantes. Durante la famosa visita de Juan Pablo II a la isla en 1998, Fidel Castro le acogió con gran respeto y no movió un músculo cuando, durante una misa a la que asistía en primera fila, el Papa lanzó un fuerte llamamiento en favor de «la libertad de conciencia, que es el fundamento de todos los demás derechos humanos».

En diciembre de ese año, Castro permitió por vez primera que su pueblo volviese a celebrar la Navidad, pero la apertura religiosa o política del régimen fue poco más allá. En 2003 asistió a la reapertura de un convento y en 2004 restituyó al Patriarca Ecuménico Bartolomé I la pequeña catedral ortodoxa de La Habana. En abril del 2005, asistió a un funeral por Juan Pablo II en la catedral católica de La Habana, que no había pisado desde la boda de una de sus hermanas en 1949. El cardenal Jaime Luis Ortega y Alamino le agradeció entonces su presencia y la condolencia oficial por la muerte del Santo Padre. La historia se dispone ahora a pasar una nueva página con la desaparición de otro de sus protagonistas. Pero, por el momento, la decisión del Vaticano no ha cambiado.