lunes, marzo 19, 2007

HORROR DE MARZO

Horror de marzo

Por Alejandro Armengol

La noche del 19 de marzo del 2003 detuvieron a Fabio Prieto Llorente. Poco después le celebraron un juicio sumario. La fiscalía solicitó 15 años de cárcel. Sin embargo, algo insólito en cualquier proceso legal, al tribunal no le pareció suficiente. Fue condenado a 20 años de prisión. A partir de entonces su vida ha sido hambre, miseria, mugre y golpes. Sufre de fuertes dolores de cabeza, huesos y padece de un enfisema pulmonar, además de dolores crónicos de espalda, hemorroides y agotamiento. A menudo escupe sangre.


Cualquiera podría pensar que la severidad de la condena y el rigor carcelario obedecen a que se trata de un peligroso delincuente, quizá un asesino o violador, incluso un terrorista. Cualquiera, que no conozca las condiciones de las celdas cubanas o lo implacable del sistema represivo que desde hace décadas impera en la isla. El ''delito'' que cometió Prieto fue reportar una manifestación opositora en Nueva Gerona, Isla de Pinos, ser corresponsal de la agencia Havana Press y ejercer el oficio de periodista independiente.

Prieto es uno de los 75 disidentes cubanos condenados a penas de hasta 28 años en la primavera del 2003. Van a cumplirse cuatro años del hecho y el régimen ha concedido licencias extrapenales, por razones de salud, a 10 de los opositores pacíficos. Si se mantiene ese ritmo, serán necesarios más de 25 años para que sean liberados todos. No hay muchas posibilidades para este hombre de 43 años: cumplir la condena, tener la suerte de ser liberado antes o morirse. Puede decirse que las esperanzas son casi nulas. Cuando al fin logre salir de la cárcel, probablemente será un anciano enfermo.

El 30 de julio del 2006, Prieto escribió una carta a Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular. En ella no pide clemencia, ni siquiera habla de él. Se refiere a Luis Alonso Montero, un prisionero de la raza negra, de 25 años, quien se encuentra inválido luego de mutilarse en varias ocasiones.

Como Alarcón ha catalogado a los disidentes de ''mercenarios al servicio del Imperio'', Prieto le responde con el caso de este ciudadano negro, que ha estado encarcelado desde los 12 años --primero en las llamadas ''escuelas de conducta'' y después en las prisiones para adultos-- donde ha sufrido múltiples golpizas y humillaciones de los carceleros.

Así lo describe Prieto: 'Poco ha cambiado desde los 12 años. Aún le siguen llamando `alumno'. En estos días ha permanecido en una celda tapiada, sin luz eléctrica, repleta de cucarachas, plagas de jejenes y mosquitos, mucha mugre y agua de beber cuando la pide. Está en esa celda porque lo están incitando a que se ahorque, ya el año pasado perecieron dos reos por esa vía''.

Este hombre, que durante toda su vida sólo ha conocido el odio y la violencia, encuentra su vocero en el periodista independiente. Si no fuera por Fabio Prieto, jamás habríamos sabido de su existencia. Cuenta este último que Alonso exhibe con orgullo dos de sus tatuajes, uno en el antebrazo y otro bien grande en la espalda. Ambos dicen lo mismo: ''Contra el comunismo hasta la muerte''. Aunque aclara con cierta ironía el opositor que éstos exageran, ``si se toma en cuenta que Alonso no ha lesionado a un funcionario''.

Prieto le especifica a Alarcón que, a pesar de su ''actitud contestataria'', Alonso nunca ha recibido la más mínima ayuda de Estados Unidos, ni de sus ''gobiernos lacayos''. En cierto sentido, se puede considerar que es un producto del régimen.

La anécdota del prisionero negro ejemplifica la mejor labor de un periodismo independiente, incluso en las condiciones más adversas. No se trata de generalizar un ejemplo ni de reducir el caso a una explicación política. Es posible que una persona así lo que requiera es atención psiquiátrica. Pero lo que se niega en Cuba es la divulgación de situaciones que se apartan de la norma establecida por el gobierno.

En la medida que los grupos disidentes y los periodistas independientes fueron avanzando en establecer los cimientos de una sociedad civil, el régimen de La Habana percibió el peligro y la necesidad de eliminarlos. Lo que el gobierno de Fidel Castro no va a permitir nunca es que se imponga la realidad. La mejor política de oposición no es necesariamente desarrollar una política contraria de declaraciones y reuniones, sino luchar por imponer la verdad.

De ahí que el retroceso innegable de la lucha opositora se deba no sólo al aumento de la represión preventiva, sino al triunfo, una vez más, de la impunidad castrista. Ni las medidas torpes de Washington ni la actitud conciliatoria europea han logrado cambiar, salvo en situaciones muy específicas, una actuación que se ve libre de represalias.

Cualquier pedido de liberación de los disidentes presos no está libre de un rubor de vergüenza. Más que pedir, se debe exigir su liberación. Estos cubanos cumplen largas condenas por el solo ''delito'' de divulgar la verdad y buscar cambios pacíficos en la isla. Recalcar el carácter pacifista de su lucha no tiene otro objetivo que establecer el contraste que existe entre las sentencias drásticas y una actividad que limita su acción al terreno de la palabra.

Los disidentes luchan ante dos enemigos poderosos: la represión y la inercia. Por décadas el régimen ha alimentado la ausencia de un futuro en la población, como el medio ideal para alimentar la fatalidad. Sólo cabe el cruzarse de brazos y esperar ante lo inevitable. La intervención quirúrgica a que fue sometido Fidel Castro ha terminado por convertirse en un paréntesis de la espera. El abandono de la isla convertido en la única posibilidad de cambio es un camino que hemos recorrido muchos. Estamos en deuda con los disidentes presos y no podemos abandonarlos. Un aumento de su aislamiento disminuye nuestra condición humana.