MIRANDO LLOVER EN MACONDO
Tomado de El Nuevo Herald.com
Mirando llover en Macondo
Por Andrés Reynaldo
Hace dos días, Gabriel García Márquez cumplió 80 años. Para muchos de sus lectores cubanos, esta fiesta de la literatura universal se ve nublada ante la devoción del gran escritor colombiano por Fidel Castro. Pues ni Cuba, ni la gloria literaria del autor, merecían este escándalo de la conciencia. Quien quiera leer esa amistad entre líneas no olvide que las dictaduras obligan a leer al pie de la letra.
De todos modos, cuando la polvareda del castrismo desaparezca del camino, Cien años de soledad apenas habrá iniciado su andadura de inmortal obra maestra. Metáfora alucinante y abarcadora que se lee con la ávida satisfacción de un cuento de niños para grandes. Un raro privilegio para una novela de cualquier época. La cumbre del estilo: una escritura inasible en su pletórica fluidez.
Recuerdo haber comenzado a leer y releer la saga de la familia Buendía un jueves de septiembre de 1969 sin otra interrupción más allá de los estrictos reclamos del cuerpo, hasta que al cabo de tres días mi padre amenazó con destruir entre mis propias manos el endeble y subrayado ejemplar de las habaneras Ediciones Huracán. Como un ritual purificador de las palabras, lo releí durante años al principio de cada enero. En esas páginas descubrí que los poetas podían escribir en prosa.
El encanto, decía Jorge Luis Borges, es la mayor virtud de que puede presumir un escritor. De Cien años de soledad, publicada casi a regañadientes por la Editorial Sudamericana de Buenos Aires, en 1967, ya puede decirse que tuvo el arrasador destino de consumir en una sola y eterna llamarada el encanto del realismo mágico y, en buena medida, el del estilo garciamarquiano. Ninguna otra novela latinoamericana ha superado esa cota. Tampoco ninguna otra novela de García Márquez.
El realismo mágico derramó una corruptora influencia sobre el discurso periodístico y político. Avasallador en sus esplendorosas imágenes, tiende a simplificar situaciones endemoniadamente complejas. En aras de la contundencia literaria suele dejarse a un lado el análisis. Para la izquierda radical, esta retórica del asombro ha sido providencial. Sobre todo, a la hora de contar sus crímenes y errores. Puede que encarne en legítimos reclamos, puede que toque algunos corazones, pero carece de valores intelectuales.
A esta luz, pienso yo, debe verse la amistad de García Márquez con Fidel. Se trata, en el fondo, de una carencia intelectual. En toda la obra de este monumental escritor abundan las verdades poéticas y brillan por su ausencia las ideas. Lo cito como característica, no como defecto. Eso sí, en ese vacío reflexivo se forjan las incongruencias, íntimas y públicas. Sus amigos se rompen literalmente el lomo para explicar la pasión del escritor por el dictador. El español Juan Luis Cebrián, uno de los hombres más lúcidos de su generación, se nos baja con una macondiana metafísica de ''las amistades en las tierras calientes''. Plinio Apuleyo Mendoza echa el lastre por la borda: ''Con Gabo lo tomamos siempre con humor'', comenta. ' `Te fuiste a la derecha', me dice a veces. '¿Y tú aún eres amigo del barbudo?' '' Y en eso queda la tragedia de mi pueblo.
Enemigo declarado de las dictaduras de derecha que ha sufrido América Latina en medio siglo, García Márquez ha salido a la palestra en cada crisis del castrismo para defender lo indefendible. Se extasía de ver a Fidel comerse once bolas de helado de coco pero no se inmuta ante la libreta de abastecimientos. Tiene una hermosa casa en un barrio para dirigentes pero no ha reparado en la destrucción de La Habana. Ha sacado de prisión y, a veces, de la isla, a decenas de prisioneros, pero esto no le provoca ninguna reflexión sobre el estado de derecho. Ejemplarmente antiimperialista, no le hizo asco a la recalcitrante sovietización de la sociedad cubana hasta el mismísimo desplome del comunismo en 1991. La lista, a fuerza de prolija, se hace banal.
Así, de la colorida boutade a la empedernida mentira, el mayor escritor vivo de nuestra lengua ha descendido de la incongruencia a la complicidad con un hombre brutal, desleal y rencoroso que robó a su nación el don de las libertades. Los hijos de mis hijos leerán a García Márquez sin que esa inmoral sombra empozoñe las páginas. Cuando el tiempo haya lavado la sangre de las piedras. Cuando ya Cuba no espere que el Gabo la mire a los ojos. Pero yo no puedo. Porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra.
1 Comments:
Columnas de Opinión sobre Cuba
Publicado el martes 13 de marzo del 2007 en El Nuevo Herald
Hay muchos Gabos por ahí
Inobjetable en lo fundamental la tesis sostenida por Andrés Reynaldo en Mirando llover en Macondo [Perspectiva, 8 de marzo]. El apoyo irrestricto de Gabriel García Márquez a Fidel Castro, mientras siempre ha condenado las demás dictaduras latinoamericanas, es cuando menos incoherente.
No obstante, conviene hacer la distinción entre obra y autor que acertadamente propone el articulista. Cien años de soledad es un clásico de la literatura contemporánea, de lectura imprescindible. Reynaldo cuestiona las justificaciones dadas por algunos escritores a la amistad de García Márquez con Castro (relación extraña que para el columnista ''Se trata, en el fondo, de una carencia intelectual'', aunque con igual lógica bien se podría atribuir a un déficit ético).
Por otra parte, la 'macondiana metafísica de `las amistades en las tierras calientes' '' pretextada por el escritor Juan Luis Cebrián no pasa de ser un comodín estereotípico (y anticientífico) sobre la vida en el trópico. En las más frías latitudes igualmente los hay que darían lo que no tienen por tomarse una foto con Castro.
Por cierto que llamarle a Juan Luis Cebrián ''uno de los hombres más lúcidos de su generación'' suena francamente excesivo. A no ser que por lucidez se entienda la habilidad con que el periodista español escaló posiciones en el franquismo hasta llegar a ser director de Informativos de RTVE (Radio y Televisión Española).
Siendo su padre íntimo de Franco y director de Arriba (órgano de la Falange), con menos de veinte años don Juan Luis fue nombrado redactor jefe de Pueblo (vespertino del llamado Movimiento) y luego subdirector de Informaciones, hasta convertirse en jefe de los informativos franquistas. Una posición que en tiempos de censura previa lo convertía en uno de los más celosos censores de la dictadura.
Lúcidamente, Cebrián después pasó del franquismo de solera y denominación de origen al socialismo más militante, volviéndose todo un antifranquista retrospectivo. Pero ése no fue su acto de mayor lucidez. Lo más sorprendente es que en menos de un año se transformara, ya para 1976, en director-fundador de El País, el periódico emblemático de la izquierda española, convertido durante su gestión --dicho sea con justicia-- en el más leído en España y posiblemente en lengua española.
En las páginas de ese diario, mientras celebra y justifica la amistad de Castro y García Márquez, Cebrián ha usado como argumento imbatible contra José María Aznar el hecho de que García Márquez rehusara de plano sostener con el entonces presidente español una reunión que supuestamente él venía gestionando entre ambos. La lógica es bien simple. Gabo rechaza a Aznar = Aznar es detestable. Gabo se reúne frecuentemente con Castro = Fidel es un buen tío.
Gabos hay muchos por ahí. Lo que no todos tienen la fama y la influencia del nobel colombiano.
Herminio Capey
herminiocapey@yahoo.com
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