CENSURA Y MAS
Censura y más
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En la Isla puede resultar sospechoso incluso tomar fotografías de la propaganda del régimen, si las hace un cubano.
jueves 14 de junio de 2007 6:00:00
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PorEva González, La Habana
En los últimos tiempos se ha incrementado una alarmante y sospechosa campaña contra los medios de prensa extranjeros, que incluye la retirada de algunos reporteros no gratos a las autoridades.
Más recientemente, la publicación de un extenso artículo del periódico oficialista Granma (sábado 26 de mayo de 2007), bajo el malintencionado título Catedráticos de la manipulación, califica de este modo las agencias de noticias extranjeras que dan cobertura a temas relacionados con la disidencia en la Isla, los derechos humanos y las arbitrariedades de los agentes del orden, que por cualquier motivo —y muy frecuentemente sin ninguno— detienen a los ciudadanos para solicitarles identificación.
El extenso artículo de Granma delata, sin proponérselo, las verdaderas intenciones del gobierno: justificar el eventual cierre absoluto de las pocas vías de información hacia y desde la Isla que aún existen. Para el gobierno, el mundo debe entender que los cubanos vivimos felices con lo que tenemos; y nosotros debemos permanecer encerrados, ajenos a lo que ocurre fuera de esta "concha paradisíaca" donde ese mismo gobierno se encarga de pensar y preocuparse por nuestro destino y seleccionar a qué informaciones podemos acceder y a cuáles no, porque podrían "confundirnos".
La periodista que suscribe el artículo aparenta la más pura inocencia cuando describe como "una simple acción policial" la solicitud de identificación a un disidente por parte de un agente. Sin dudas, la articulista conoce que la realidad es otra. Ejemplos sobran. Por simplezas como circular por la ciudad en compañía de extranjeros, muchos ciudadanos han sido detenidos.
Más aún, los agentes que se han ocupado de esta ingrata tarea han llegado a decir que está prohibido andar con extranjeros, lo cual —además de ser una mentira que sólo intenta intimidar— ofrece una deplorable imagen de las libertades de que, según la autora del texto, gozamos los cubanos.
Los excesos policiales tocan el extremo de lo absurdo cuando los policías preguntan a los cubanos dónde y cuándo conocieron al extranjero que los acompaña. En una demostración rampante de sagacidad, estos "celosos" agentes del orden quieren hacer caer en falta al incauto nativo que "confiese" haber conocido a su acompañante sólo unas horas o minutos antes en el Parque Central, La Rampa o en cualquier punto de esta Isla. En Cuba, el hecho de caminar junto a un extranjero puede hacer al ciudadano sospechoso de delito. Las autoridades asumen que todos somos delincuentes y corruptos, cuando no "enemigos de la revolución".
Otro sería el caso si el ciudadano en cuestión acompañara a un venezolano u otro hermano con marcados rasgos indígenas. Según las autoridades, ese es un revolucionario representante de alguno de los programas solidarios de la "batalla de ideas". Los europeos sólo sirven para dejar divisas, en tanto los otros son útiles para demostrar al mundo cuán grande y generosa es la revolución de Castro.
Hace apenas unos días, un policía se me acercó e indagó intrigado por mi interés en fotografiar los carteles y vallas cargados de una ideología caducada que, como la verdolaga en el monte, crecen en orillas y muros de las principales vías de circulación de la ciudad. Le expliqué amablemente que trabajaba en una investigación sobre el cartel y la propaganda revolucionaria para unas clases que pensaba impartir a los trabajadores sociales venezolanos que estudian en Cuba. Me preguntó si yo era periodista y le contesté que era profesora de la Universidad. El sujeto quedó complacido y me instó a seguir con mi trabajo.
En la Plaza Cívica, por muy poco no se realizó un operativo cuando estuve más de cinco minutos tomando fotografías del monumento al Apóstol y de varios edificios aledaños… Salí casi envuelta entre humo y metralla. Utilizo estas anécdotas para ilustrar que en este país puede resultar sospechoso incluso el hecho de tomar fotografías de la propia propaganda del régimen, si es que esa fotografía la hace un cubano. El delito prístino para el gobierno es precisamente "ser cubano". En caso de que ese cubano sea negro, entonces hay agravantes.
La acción policial convertida en acoso
En relación con los disidentes, la acción policial se convierte en acoso. La intención es hacer sentir que están constantemente vigilados y monitoreados. Esto es una realidad y no un infundio de los medios de comunicación extranjeros. La censura y la asfixia de las libertades son una situación tan cotidiana en Cuba, que han fomentado en la población un mecanismo de autocensura.
Muchos ciudadanos temerosos evitan relacionarse con extranjeros o dejarse ver en su compañía, se abstienen de entrar en los hoteles —aunque sólo sea para curiosear, ya que no podrían hospedarse por su condición de nativos—, y no toman fotografías de nada que pueda levantar escozor en los recelosos gendarmes, generalmente caracterizados por su pésimo carácter, fuerte complejo de inferioridad y escasa inteligencia.
Por otra parte, las recientes declaraciones de otro gendarme, el ministro de Cultura, durante un encuentro con intelectuales en Bolivia, quien se pronunció por condenar a cadena perpetua a los propietarios de los medios de difusión que "mientan" o "confundan a la gente", es otra señal de lo que entienden el régimen y sus colaboradores por libertad de prensa. Está implícito que el otrora talentoso ministro, con su imagen prefabricada de cómo debe lucir un intelectual revolucionario, está en condiciones de establecer la verdad absoluta.
Súmese la permanente guerra contra la señal de los canales extranjeros y se entenderá el ambiente de plaza sitiada que se refuerza en la Isla, a fin de justificar alguna maquiavélica medida que limite aún más nuestras ya flacas posibilidades de acceso a la información. No hay casualidad.
Sin embargo, la represión, lejos de constituir una prueba de fuerza, es la manifestación más clara de la debilidad y el miedo del régimen. La información es un arma demasiado fuerte y de muy difícil control. Por eso procurarán bloquearla hasta el último estertor. Todo lo que escapa a sus controles se convierte en una temible caja de Pandora.
La censura, instaurada desde los primeros tiempos de la dictadura y una de las primeras expresiones de su poder, es hoy la expresión más palpable de su fragilidad. Cierto que el Estado totalitario es dueño de los medios de difusión y controla incluso los actos más elementales de los ciudadanos, pero es evidente que —pese a la represión, o quizás debido a ella— ha perdido el control absoluto que ejercía sobre el pensamiento de los ciudadanos. Ahora es sólo cuestión de tiempo y cada acto restrictivo no hace más que aumentar el malestar social.
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