miércoles, junio 27, 2007

GINEBRA A LA ROCA

Ginebra a la roca


Por Manuel Cossio

Juan Antonio Fernández Palacios ya puede guardar en el clóset la camisita gris de mangas cortas con la que suele asistir a las sesiones del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. El embajador de Cuba ante organismos internacionales tiene ahora tiempo para relajarse un poco, darle reposo a su mano izquierda (él es zurdo) y abandonar por unos días la gesticulación excesiva, la postura almidonada, las consignas militantes que lo hacen desgañitarse cuando defiende el socialismo de Castro en la arena mundial.
Según su jefe, el canciller Pérez, Cuba obtuvo en Ginebra una ''espléndida victoria'' al ser borrada por consenso de la lista negra de países violadores de derechos humanos, después de que 46 de las 47 naciones miembros, a excepción de Canadá, aprobaran el nuevo esquema de funcionamiento del Consejo de Derechos Humanos, al que Estados Unidos no pertenece por considerarlo un fraude.
¿Cómo el régimen de los Castro se anotó ese gol de campo? Un par de semanas antes de la reunión en Ginebra, Michael Kozak, consejero del presidente Bush para política exterior, sugirió al Departamento de Estado identificar a los gobiernos que compartieran la idea de mantener a todos los relatores de la ONU o eliminarlos por completo ante cualquier intento de hacer excepciones. Nada de medias tintas.
El argumento de Kozak, un experimentado diplomático que conoce bien Cuba y Bielorrusia, los dos países a los que el Consejo les retiró los observadores, era que las violaciones de los derechos humanos no se pueden investigar de manera selectiva en los casos de quienes los vulneran por filosofía y oficio.
La Casa Blanca esperaba que la recomendación de jubilar del puesto a la relatora para Cuba, Christine Chanet, proviniera de una acción tras bambalinas de España o Venezuela, que no integran ese órgano de la ONU. Pero la sorpresa llegó de México, que presidía el Consejo. Quién iba a imaginar que el vecino del sur, un fuerte socio y aliado con el que Estados Unidos comparte frontera, historia, intereses y comercio propondría llevar al cadalso a la observadora francesa, en un acto que terminaría interpretándose en Washington y en Miami como una ofrenda política para los Castro.
La de México y su embajador en Ginebra, Luis Alfonso de Alba, ''fue una jugada tramposa; la bofetada más grande que se pudo dar a los disidentes en Cuba'', me comentó una asesora del Comité de Relaciones Exteriores del Congreso estadounidense, que conoce al detalle los entretelones de esta historia. Tramposa, por la forma en que se empaquetó y consensuó la iniciativa desde el punto de vista técnico y político.
A la medianoche de la última jornada de sesiones del Consejo y tras maratónicas deliberaciones, la representación mexicana pidió al resto de las delegaciones aprobar por aclamación, no por voto, el código de conducta para los observadores de la ONU. ¿Qué movió a la diplomacia mexicana a omitir, por un dudoso tecnicismo, a los relatores para Cuba y Bielorrusia, en el documento anexo del texto rector que debían suscribir los integrantes del Consejo?
¿Por qué esa misma noche el presidente Felipe Calderón, a quien recuerdo como un crítico de Fidel Castro, se apresuró a enviar un mensaje de condolencia a Raúl Castro por el fallecimiento de su esposa Vilma Espín, a la que el mandatario mexicano glorificó por ''sus incansables esfuerzos en favor de las mujeres y de la niñez, que guardan ya un merecido espacio en la historia social del pueblo cubano''? ¿No bastaba acaso con una comunicación formal de pésame, sin tanta politiquería?
La respuesta simple a esas interrogantes podría encontrarse en el deseo de Calderón de pactar con Cuba un borrón y cuenta nueva; eliminar el estigma que Vicente Fox dejó en la relación bilateral; tranquilizar a los jefecillos del PRI y el PRD y a sus alguaciles diplomáticos, y apaciguar así los ánimos de algunos políticos mexicanos. No hay que olvidar que la presidenta del PRI, Beatriz Paredes Rangel, fue embajadora en La Habana. Tampoco el hecho de que por motivos internos a Calderón se le ha trabado la designación de un nuevo embajador en la isla.
La explicación reside en los intereses de política exterior del gobierno de Felipe, que son: la relación de México con el mundo, con Cuba y con Estados Unidos, y a este respecto la visión mexicana sobre la manera en que Washington se conduce e impone su poderío diplomático y militar fuera de casa. En círculos políticos mexicanos, se acusa a Estados Unidos de practicar un doble rasero moral en materia de derechos humanos, y como ejemplo se citan la ausencia norteamericana en la Corte Penal Internacional y el que la Casa Blanca condene a las dictaduras de Cuba, Corea del Norte y Sudán al tiempo que cierra los ojos a las violaciones en China, con quien privilegia el comercio.
Un diplomático acreditado en un país europeo me recordó que en política los espacios vacíos pronto se ocupan y fue lo que ocurrió en Ginebra. Por arrogancia, Estados Unidos despreció un lugar en el Consejo de Derechos Humanos, donde China quiso imponer su tren de pelea mientras Argelia coló una propuesta de código de conducta para los relatores de la ONU, que les exige tomar en cuenta las tradiciones culturales, religiosas y políticas de los países que investigan por violaciones a los derechos humanos, lo cual significa aceptar el barbarismo de que las garantías individuales no son inherentes al ser humano, sino que dependen sólo de las circunstancias históricas y sociopolíticas.
Sobre lo que ocurrió en Ginebra, los mexicanos dirán misa y argumentarán que la propia Christine Chanet quería dejar el cargo ante la imposibilidad de ir a Cuba. Refutarán las críticas de Washington y Miami con la teoría de que el mandato de la francesa era un mero simbolismo sin resultados concretos, y de que el nuevo mecanismo de inspección entre pares (Universal Pair Review) del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, aceptado por sus miembros, podría abrir las rejas de Cuba para investigar la represión contra los opositores al régimen y contra los presos políticos. Ver para creer.
Como ciudadano mexicano que soy, además de cubano, voté por Felipe Calderón, convencido de que era la mejor carta para México, algo que sigo pensando. Entre otras razones, lo hice porque a él le tocaría como presidente ser testigo de cambios en Cuba y podría jugar un papel clave a la hora de una transición hacia la democracia en la isla. Espero que al final no me defraude.
Mientras tanto es difícil tragarse esta Ginebra a la roca que nos han servido.