HOMOS POLITICUS
Homo politicus
Por Ariel Hidalgo
Una extraña especie desconcierta a los científicos y frustra todas las tácticas de sus enemigos: el homo politicus. Los estudiosos no acaban de comprender su absurdo proceder. Pero lo que no acaban de entender cubanólogos y opositores es que esa misteriosa especie todo lo subordina a sus fines políticos aunque en ello pierda enormes fortunas. Lo económico está subordinado completamente a ese objetivo. Eso explicaría no sólo su irracional administración, sino también los fracasos de sus adversarios: mientras más se le ataca en el flanco económico, más se fortalece en su verdadera esencia, lo político.
Un recuento de acontecimientos hace pensar que la crisis permanente de la población cubana no ha sido más que un medio deliberado para mantener su mente ocupada exclusivamente en buscar medios de subsistencia. ¿Cuánto no habría podido hacer esa dirigencia si en verdad le hubiera importado ese pueblo?
• Todo lo derrochado en aventuras militares lo hubiera invertido en mejorar transportes, vestidos, vivienda y alimentación.
• No habría desperdiciado numerosas oportunidades de distensión con los Estados Unidos para permitir no sólo el intercambio comercial, sino además los viajes de millones de norteamericanos y cubanoamericanos a Cuba, de indudable beneficio para la población. Sin embargo, envió tropas a Angola para sabotear las negociaciones de funcionarios de ambos países en México, desató el éxodo del Mariel para hacer abortar el proceso de normalización iniciado por el presidente Carter, y derribó dos avionetas civiles para impulsar la aprobación del proyecto-ley Helm-Burton. La reiteración de lo que sus enemigos llaman ''errores'' lleva a pensar que no fueron tales, pues un error intencional no es un error, sino un acierto. ¿Su real objetivo? Mantener ese clima de estado de sitio que desvía la atención de los conflictos internos hacia el plano exterior y le coloca en posición de víctima, con el resultado de un considerable apoyo internacional.
• Hubiera concedido amplias libertades a cuentapropistas y pequeños agricultores para producir y comerciar sus productos y servicios e inundar así en pocos días a todo el país de infinidad de ofertas de las que ahora carece la inmensa mayoría; es más, le hubiera vendido los insumos que ahora se ve obligada a robar en los almacenes del Estado. El argumento de que tales pasos enriquecerían a unos pocos por los altos precios que imponen es ridículo, primero porque las ofertas amplias y variadas bajarían forzosamente los precios y segundo porque se parte de la filosofía de mantener la igualdad en la miseria cuando lo que hay que procurar es la igualdad en la riqueza.
• De paso, habría convertido a las cooperativas en independientes del Estado y habría repartido parcelas de tierras, hoy abandonadas por la indolencia estatal, a quienes quieran producirlas.
• Habría cedido todos los pequeños establecimientos hoy en manos del Estado, como cafeterías, bodegas, barberías, lavanderías, etc. a aquellos que actualmente los trabajan, previa declaración de intención --aunque aún no pueda concretarse-- de indemnizar a sus antiguos dueños.
• Hasta hubiera gestionado microcréditos en bancos internacionales, con bajos intereses, para todas esas microempresas, incluso para las que han crecido a la sombra del mercado negro, con lo cual hubiera incorporado al fisco una enorme fuente de nuevas contribuciones, tan necesaria para mejorar servicios públicos hoy en franco deterioro como la educación y la atención médica.
• Habría implementando en los grandes centros estatales formas cogestionarias o autogestionarias donde el trabajador no sólo tendría voz y voto, sino además participación en las utilidades. Esto habría ayudado a corregir las posibles desigualdades entre estos sectores independientes y los trabajadores del Estado y habría fomentado un gran estímulo productivo, como lo demostraron las tímidas reformas en este sentido en las empresas controladas por las fuerzas armadas.
Todo eso que no se hizo lleva a pensar inevitablemente que en la mentalidad de esa dirigencia es preferible la precariedad del pueblo, porque mientras el verbo más común del lenguaje popular sea ''resolver'' resultarán muy difíciles los cambios hacia una sociedad liberada de la tutela estatal. La clase media, fecunda en históricos lideratos, debía desaparecer para que la historia no pudiera repetirse.
En cambio, en cuanto a lo que pudo realizarse y no se hizo --y aún puede hacerse--, nadie podrá decir que serían concesiones al neoliberalismo o al capitalismo salvaje, sino que por el contrario habría eliminado radicalmente el desempleo y el desabastecimiento y habría otorgado una nueva virtud a un trabajador valioso por su capacidad productiva: su capacidad adquisitiva, que haría más atractivo el mercado cubano para inversiones extranjeras. No obstante ese trabajador no sería siervo ni de terratenientes ni de grandes monopolios, pero tampoco de una burocracia corrupta. El pueblo cubano se habría levantado y brillado como un sol en el espacio sideral. Pero el homo politicus ha impedido tan luminosa aurora.
Más poderosa que la fuerza del Estado y del gran capital es la que se oculta en lo más profundo de los seres humanos, aun de aquellos más humildes, una chispa divina que cuando resplandece puede crear enormes riquezas, pero también enfrentar pacíficamente a un escuadrón de acorazados y detenerlo, una potencialidad que es necesario despertar. Es el poder de los que no tienen poder, una potencialidad casi siempre dormida y soterrada que es preciso despertar y desplegar como una alborada para que la luz de la libertad y la prosperidad inunde campos y ciudades.
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