EL SANTO GRIAL DE BEBO
El Santo Grial de Bebo
Por Shelyn Rojas
12 de julio de 2007
La Habana – www.PayoLibre.com – Según la historia, Sanyusti, un simple chofer desesperado por el encierro absoluto en Cuba, con un ómnibus rompió la verja de la embajada peruana. Desafió al gobierno y marcó la ola migratoria del año 1980.
La noticia de que la embajada del Perú ofrecía asilo al que deseara, corrió rápido por toda la ciudad. El pueblo, en masa, se dirigió hacia el lugar que daba la oportunidad de escapar.
Luego de no haber capacidad para nadie más, muchos comenzaron a merodear la embajada de Venezuela, vecina a la del Perú.
El gobierno cubano debía poner fin a esos sucesos y mostrar otra imagen ante el bochorno internacional. Para eso, se formaron grupos dirigidos por el Comité de Defensa de la Revolución (CDR) y el Departamento de Seguridad del Estado (DSE).
Las ordenes que recibieron estos grupos, armados con palos y bastones, fue de acabar con los ingratos a como diera lugar. La tarea fue cumplida por estos paramilitares. Los alrededores de las embajadas se saturaron de cuerpos retorcidos de dolor por la bárbara golpiza recibida.
A finales de ese mes, la mayoría de los que se hallaban dentro de la embajada del Perú habían emigrado a distintos países. Otros desde sus casas esperaban con ansias la noticia del día de partir.
Los grupos paramilitares, por su esmerada labor, merecían una fiesta. Fue celebrada la victoria de la felpa en el centro recreativo Río Cristal, la tarde del día 13 de agosto.
( Embajada del Perú )
Bebo era uno de los invitados. La fiesta apenas comenzaba cuando hizo presencia la primera figura del gobierno. Todos los presentes querían un recuerdo de su líder. Se conformaban con un apretón de manos o una simple mirada de reojo.
No muy lejos, Bebo vio en un pequeño estante unos libros bien acomodados. Se dirigió de prisa hacia el mueble. Agarró un ejemplar. Se aproximó a suplicar un autógrafo a su ídolo. Entre sus amigos en la fiesta mostraba su dedicatoria soberanamente.
Bebo entró a su hogar. Abrió con gran alegría y orgullo la primera página del libro ante su esposa. De puño y letra de su líder. Se leía apenas cuatro palabras como dedicatoria. Exclamaba con vehemencia que ese no era un libro ordinario. Lo comparó y bautizó con “El Santo Grial”.
En la mesita de noche de su cuarto, junto a la cama, con recelo, acomodó el libro. Todas las mañana al despertar lo miraba con orgullo.
Exhibía a sus invitados su Santo Grial. Se jactaba ante ellos y especulaba que no muchos tenían un tesoro como ese. Se sentía honrado. Hasta ese entonces valía la pena haber participado en uno de los grupos que le dio la golpiza a aquella turba de traidores.
Por circunstancias, Bebo fue expulsado de su puesto de trabajo e inculpado de traidor. Pasó el tiempo y pasó el libro a ser uno más en la pila de su ordinario librero.
Un día le comentó a un amigo sobre el libro. Este se lo compró, para más tarde revenderlo a algún extranjero que llegara a la isla.
( Éxodo del Mariel )
Con trescientos cincuenta dólares en mano, Bebo pudo subsistir y solventar algunas de las necesidades de la miseria que impera actualmente en su hogar.
Bebo lamenta tantos años de alabanza, entre otras cosas, a un libro como “El Santo Grial”, por apenas cuatro letras de un mortal. Baja la mirada, se disculpa ante tantos años de ignorancia.
Lo atormenta y persigue cada noche al acostarse los lamentos de los inocentes en aquellas noches de trifulcas.
Comenta, que si hubiese sabido su final, hubiese corrido hacia la embajada del Perú también.
Libros, no quiere ni la Biblia. Tampoco cree en Dios. Asegura que ni los ángeles le perdonarán las injusticias que cometió con aquellos, sus hermanos, que sólo corrían hacia el boleto de la libertad.
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