jueves, julio 19, 2007

EL TERRORISMO LAICO

Nota del Blogguista

Realmente este artículo debe llamarse EL TERRORISMO LAICISTA O ATEO y no EL TERRORISMO LAICO
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El terrorismo laico


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En estos tiempos en que la amenaza del terrorismo islamista va en aumento, es fácil olvidar que a lo largo del siglo XX diversos regímenes laicos utilizaron el terror en gran escala.
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Liberpress/Diario La Nación /Londres, 13 de julio de 2007

Por John Gray*

Hoy día, vinculamos automáticamente los ataques suicidas con la creencia de que los mártires van al Paraíso. Sin embargo, el tipo de atentado suicida con bomba que enfrentamos en la actualidad es una técnica terrorista elaborada por gente que no creía en esas cosas.

Aunque afirmen su rechazo de todo lo moderno y occidental, los terroristas islamistas continúan una tradición moderna y occidental: el uso sistemático de la violencia para transformar la sociedad. El terrorismo contemporáneo tiene sus raíces en las ideologías extremas de Occidente -en especial, el leninismo- mucho más que en la religión.

Lenin se ubicaba dentro de una tradición revolucionaria europea que databa de los jacobinos franceses. Criticó el uso del terror por parte de éstos, pero sólo porque, a su juicio, no habían sido suficientemente despiadados. Coincidió con Robespierre en que el terror no era un simple medio de defender la revolución contra sus enemigos: también era una herramienta esencial de la ingeniería social.

Junto con Trotski, Lenin estableció campos de concentración, instituyó un sistema de rehenes para asegurar la obediencia de grupos sospechosos y, en los años 1917-1923, hizo ejecutar a unas 200.000 personas. (En las postrimerías del régimen zarista, concretamente en 1866-1917, hubo unas 14.000 ejecuciones.)

Por cierto, las matanzas cometidas por el incipiente régimen soviético pueden achacarse, en parte, a los tiempos de guerra. Pero los líderes bolcheviques estaban convencidos de que el terrorismo de Estado era indispensable para instaurar una sociedad comunista donde ya no hubiera Estado ni guerras ni propiedad ni religión. No fue Stalin el que introdujo el terrorismo de Estado en Rusia. Fueron Lenin y Trotski, y lo hicieron para realizar una visión utópica.

Al utilizar el terror para promover objetivos utópicos, los líderes bolcheviques siguieron una vieja tradición que todavía persiste. En la Rusia de fines del siglo XIX, encontramos a los nihilistas. Estos intelectuales revolucionarios se creían capaces de conmocionar hasta sus cimientos el orden vigente y de ayudar a inaugurar un nuevo mundo, mediante actos espectaculares de terrorismo individual.

Sergei Nechaev fue una figura señera. En su libro Catecismo de un revolucionario (1869), defendió el chantaje y el asesinato como estrategias políticas lícitas. El mismo mató a un camarada por no haber cumplido las órdenes recibidas.

Tendemos a imaginar al nihilista como alguien que desprecia todos los ideales humanos, pero Nechaev y quienes pensaban como él creían fervientemente en la ciencia, el progreso social y la bondad humana.

Lenin difiere de los nihilistas en su estrategia revolucionaria: condena el terrorismo individual por ineficaz y prefiere el terrorismo estatal muy organizado. No obstante, coincide con ellos en su convicción de que para promover los ideales progresistas de la Ilustración es preciso recurrir al terror.

Cabría suponer que la aparición del islamismo marcó el fin del terrorismo laico, pero no fue así.

El atentado suicida con bomba será, hoy por hoy, la táctica favorita de los islamistas, pero no es un invento suyo. Lo idearon los Tigres tamiles, un grupo marxista-leninista que recluta a la mayoría de sus adeptos entre la población hindú de Sri Lanka, pero, como otros grupos similares, practica una hostilidad militante hacia todas las formas de culto.

Los Tigres diseñaron el cinturón explosivo que usan los terroristas suicidas de Hamas y la Jihad Islámica (en un video reciente, el periodista secuestrado Alan Johnson tenía puesto uno). Hasta la guerra de Irak, los Tigres llevaban cometidos más ataques de este tipo que cualquier otra organización del mundo. La primera ola de atentados suicidas en el Líbano también tuvo por autores principales a grupos laicos.

En 1982-1986 hubo 41 atentados, incluido el de 1983 en que murieron más de un centenar de marines norteamericanos y que derivó en el súbito retiro de las fuerzas de Estados Unidos por orden del presidente Reagan. Y bien: 27 de ellos fueron cometidos por miembros del Partido Comunista libanés, la Unión Socialista Árabe y otros grupos de izquierda. Tan sólo ocho fueron obra de islamistas y tres, de cristianos (entre éstos, una profesora de secundaria).

El terrorismo laico ha ejercido un influjo formativo sobre la amenaza que enfrentamos ahora. Los pensadores islamistas tomaron de Lenin un credo moderno que no se encuentra en el Islam ni en el cristianismo tradicional: la idea de que mediante el despliegue sistemático de la violencia se puede dar a luz un nuevo mundo, y hasta una nueva humanidad.

La Europa medieval fue escenario de guerras y persecuciones religiosas casi constantes. El Islam ha estado dividido, a veces violentamente, casi desde sus comienzos. Aun así, hasta los tiempos modernos, el hombre nunca había imaginado que el uso de la violencia podía introducir una sociedad perfecta o librar al mundo de males inmemoriales.

Este dislate sólo apareció con los jacobinos. Luego, lo heredarían Marx y exponentes posteriores de la tendencia utopista extrema presente en el pensamiento de la Ilustración.

Torturar y aterrar a la gente para salvar su alma es espantosamente inhumano. Hacerlo para establecer la libertad universal es el colmo del absurdo.

La fe es peligrosa, como nos lo recuerdan constantemente Richard Dawkins, Christopher Hitchens y otros ateos evangélicos. Pero el fanatismo adopta muchas formas engañosas.

Nos convendría tener presente que la fe laica inspiró gran parte del terrorismo del siglo pasado. La fantasía de que podemos transformar progresivamente la sociedad por medio de la violencia instigó algunos de los peores crímenes cometidos por el hombre. Hoy, irradia un hechizo ponzoñoso.
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*John Gray es autor de varios libros, entre ellos Los perros de paja (1971) y Black Mass: Apocalyptic Religion and the Death of Utopia ( Misa negra. La religión apocalíptica y la muerte de la utopía , Penguin, 2007).

(Traducción Zoraida J. Valcárcel)