ESPERANDO A GODOT
Esperando a Godot
Por Miguel Cossio
Con la seguridad que brindan los mil 947 kilómetros con 53 metros que separan la plaza Ignacio Agramonte, de Camagüey, Cuba, de la Casa Blanca, en Washington, D.C., Raúl Castro preguntó hace cinco días a George W. Bush cómo piensa impedir que él herede el poder al que por eufemismo llamó ``continuidad de la revolución cubana''.
La respuesta es sencilla: si cumple su parte en materia de control migratorio, nadie en Washington moverá un dedo para desestabilizar su régimen, más allá de las medidas adoptadas por el actual gobierno norteamericano.
Por lo demás, Cuba para Estados Unidos es un asunto de política marginal. Un país cada vez más pobre, gobernado por militares y burócratas cada vez más corruptos. Una vecina isla que no figura en el radar de las prioridades estratégicas y los intereses nacionales estadounidenses.
Al cumplirse un año desde que el Castro Light, como apodó Tom Casey a Raúl, plantó las posaderas en el trono de su hermano, la pregunta parece salida de una escena del teatro del absurdo, donde los personajes hablan de sus conflictos como si estuvieran en un cuento de hadas, mientras la realidad los envuelve con todo su dramatismo sin que ellos se percaten.
Este parece ser nuestro caso. En ambos lados del estrecho de la Florida, seguimos esperando a nuestro Godot. Hoy no, pero mañana seguro que sí, apostamos. Un año transcurrió y sin embargo nada cambió.
Aquí y allá somos como Didi y Estragón, los dos vagabundos de la obra de Samuel Beckett que en vano esperan a un tal Godot, que no aparece y que para nosotros significaría la desaparición de los Castro y la transición a la democracia en Cuba.
Por supuesto, las escenas más feas de esta tragedia de la vida real las sufren todos los días, en carne y hueso, nuestros compatriotas en la isla, para quienes la transición se reduce al pomito extra de puré de tomate por la libreta con que el castrismo premia su resistencia y simula que les mitiga el hambre cada 26 de julio o 1ro de enero.
Más ajustes al cinturón ya sin huecos, más sacrificios, más cucharadas amargas de período especial, eso dice Raúl con la promesa falsa de que algún día el país entrará al pa-
raíso socialista. Una propuesta similar a la que describió magistralmente hace casi 40 años el poeta Heberto Padilla en su poema En tiempos difíciles (del libro Fuera del juego):
``A aquel hombre le pidieron su tiempo... Le pidieron las manos... Le pidieron los ojos que alguna vez tuvieron lágrimas... Le pidieron sus labios resecos y cuarteados... Le pidieron las piernas... el pecho, el corazón... Le dijeron que eso era estrictamente necesario... Le explicaron que toda esta donación era inútil sin entregar la lengua... Y finalmente le rogaron que, por favor, echase a andar, porque en tiempos difíciles ésta es, sin duda, la prueba decisiva''.
Y todavía en esta orilla hay agoreros que predicen que los ''cambios estructurales'' anunciados para las calendas griegas por el Castro Light traerán alivio a las empobrecidas masas, como si se tratara de una solución mágica calcada de los modelos chino o vietnamita.
Unos apuestan por tal bálsamo maldito, que lejos de curar quema el tejido social de una isla degradada a puro esqueleto. Otros, los más cegatos, esperan por la voluntad de la intervención divina de Washington. Mientras la sucesión raulista en Cuba continúa su marcha de consolidación y el tedio y el desprecio por la vida humana siguen siendo la llave maestra de control.
¡Qué! ¿Nos vamos?, pregunta Didi a Estragón al final de la obra de Beckett. Sí, nos vamos, responde éste. Pero ninguno de los dos se mueve. Siguen esperando a Godot.
Hoy no vendrá Godot, pero mañana seguro que sí.
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