POEMAS Y PROFECÍAS
POEMAS Y PROFECÍAS
Por Jorge Olivera Castillo
30 de julio de 2007
La Habana – www.PayoLibre.com – La poesía es un animal noble. Dócil a la mirada de sus fieles lectores. No usa bozales, ni colmillos. Sólo un traje de bondad y la eterna invitación a un paseo por mundos con otros matices, con otras alegorías ajenas a las opacidades y a los desiertos.
Un poema alumbra según el voltaje de su artesano. Aclara tormentas, desentume las alas para propiciar un vuelo por la estratosfera, despereza el alma, se lleva el dolor de los días amargos con una brisa que trae el perfume de la esperanza.
La ilegitimidad, para un poeta, es el anuncio de su muerte. De los contubernios que sirven de hilo para hilvanar traiciones e infamias salen las camisas de fuerza. Esos aditamentos tan lejos de la lírica y de los versos y que trazan unas sombras con el grosor de las que podrían existir ahora en una celda de castigo.
Por eso hay poetas mínimos, nublosos. Gentes con capacidad para convertir la brillantez intelectual y creativa en peldaños de una escalera por donde suben personajes que miran la poesía con desconfianza. Son las piezas del poder real, los hombres que dijeron que la libertad de expresión era un demonio rapaz. La condenaron a la pena máxima y hubo un entierro pleno de pompa, cantos de lechuzas y el dinámico aleteo de una bandada de buitres.
Ser poeta y a la vez comisario es la manera más infeliz de sobrevivir. De esa dualidad pueden salir buenos poemas, pero no la autenticidad que se requiere para acceder a sitios más allá del arte. Ser creíble y consecuente con aspectos relacionados con las libertades fundamentales, constituyen dos parámetros que el talento puede salvar a última hora, no obstante, la pureza desde el fondo se nota turbia e insignificante.
La gravedad no está en el ejercicio de ambas funciones, lo trascendente es la valentía para desembarazarse de compromisos y prebendas. Romper alianzas impuras, decirle no a los verdugos de la pluralidad, entablar un diálogo íntimo con otra estética donde no hayan transacciones bajo el ruido del grillete, el cepo, o la buena vida. Tres instancias que explican las pocas herejías dentro de la religión del partido único.
Miguel Barnet desde Colombia abrió el diapasón de su obra poética. Aparte de los versos puso en perspectiva una filosofía que disfruta sobremanera. Ha defendido, como suele hacer regularmente, el socialismo que rige en Cuba por casi medio siglo.
Lo humaniza, le endosa un tropel de adjetivos con los cuales recrea un modelo a envidiar por los anfitriones. Su amor por la revolución borra las imágenes que faltan en su obra. No hay alusiones a las tragedias existenciales de decenas de miles de sus coterráneos, a la pérdida de valores, al desamor que avanza a la misma velocidad de la decadencia, al destino incierto y a la demonización de todos los que se atreven a darle cobertura a unos pensamientos que retratan los espantos y las miserias de cada día.
Barnet profetiza que nada, en esencia, cambiará en Cuba. Asegura que el socialismo puede ser mejorado, no destruido y defiende a ultranza el modelo que codifica la irracional medida de encarcelar a los que disienten, incluso a los poetas.
Ha dicho que la dictadura que existe en la isla, es la dictadura del espíritu y la de la solidaridad.
Intenta suavizar los fundamentalismos que anidan en decretos y leyes. Relativiza, oculta el país real, lanza un paño para cubrir los abusos y el instinto felino de los regidores de una nación transformada en feudo. Como un poeta se rinde a la imaginación, apunta a algún sitio privilegiado donde las palabras son mansas gaviotas. Acciona el gatillo y yerra el tiro.
Barnet tiene poder para romper la magia del crepúsculo, le sobran los tonos grises a su vocabulario de amanuense. Mata, una vez más, las tentativas de adentrarse en su territorio poético.
Pues aunque lo hayan escuchado recientemente en el XVII Festival de Poesía de Medellín, sigue siendo un comisario, un hombre que dispara mentiras con acierto. Sin dudas, un soldado al servicio de una revolución que le sirve de bunker. Un escribano que siembra bilis y tempestades. De esas semillas no brota la poesía.
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