miércoles, julio 25, 2007

LA CULTURA DE LA VIOLENCIA

Tomado de El Nuevo Herald.com


La cultura de la violencia

NICOLAS PEREZ DIAZ-ARGÜELLES

La revolución cubana pudo ser real y genuina, la nación necesitaba cambios en estructuras viciadas, imperfectas y caducas, pero en algún momento un árbol con características de epopeya no parió en sus ramas ángeles sino demonios. Dicen que los perros terminan pareciéndose a sus amos, y eso fue lo que le sucedió a la revolución cubana, murió en la orilla idéntica a Fidel Castro. Fue un movimiento social y político que pudo tener la grandeza de lo justo, el país necesitaba una ráfaga de aire fresco, América Latina caminos a seguir, Washington pecho petral, jáquima y freno. El trinomio cuadrado perfecto. Pero ni hablar del peluquín.

Hoy Cuba se debate en un repique de inmovilismo mientras hace gesticulaciones sociales como el padre de la patria nueva. Y si bien es cierto que su líder no cabe en una isla y tiene que empujar a sus ciudadanos hacia el exterior para tener más espacio donde mover su ego sin molestas críticas, la revolución tampoco cabe en el continente americano y en mejores tiempos tuvo que marchar cantando la internacional hacia otros países lejanos de Asia y Africa para plantar bandera a punta de bayoneta.

También se parecen Castro y el bunker de La Habana en sus fuertes contradicciones. Fidel es un comunista que vive como un rey de cualquier dinastía del medioevo. Su reinado es más extenso que el de Carlos V, cuando amanece en Bolivia atardece en Angola. Y su monarquía es más absoluta que la de Luis XIV. Vive en un castillo rodeado de sumisos lacayos que le tienen pánico, se está muriendo y todo el mundo quieto en base, su madre quién opine. ¿Vinos? De la mejor cosecha de España o Francia, su jamón proviene de piernas de un cerdo curado con sal gruesa del mar Mediterráneo, siempre gordezuelo y de ancho hocico y alimentado desde chanchito con bellotas, sus cabritillas de carne tierna criadas a la leche, hablando de leche la que bebe, la suya, la del Comandante en Jefe, un tipo de gustos muy específicos y siempre de cordón azul es de búfalo sin destetar, sus automóviles todos de pura sangre, pero ninguno árabe y casi todos alemanes, que son los de finas piernas, ancho lomo, asientos de piel con tanta clase como la del galápago inglés, y poderosos corazones V8 en sus entrañas. La revolución no es menos incoherente, para dar como ejemplo solo una perla de Ormuz, el periódico Granma se quejó ayer a gritos porque el gobierno norteamericano ha prohibido que diputados europeos visiten a los 5 cubanos sentenciados por un acuñado y certificado espionaje en territorio norteamericano, y me pregunto haciéndome el imbécil: ¿La Habana ha permitido a un solo político, periodista, religioso, malabarista, intelectual, proxeneta, albañil, limpiabotas o domador de leones que visiten a Oscar Díaz Biscet, un preso de conciencia, cuyo pecado fue pensar, que jamás espió para un país extranjero, en su celda, que no la he visto, pero palabra que si me dan un papel y un lápiz la dibujo de memoria?

Pero la peor herencia que ha recibido la revolución en 50 años de impronta de su líder ha sido su elemental tendencia a colocar la fuerza sobre la razón, hasta el punto, que La Habana ha creado una diplomacia sui generis: si me mojas la oreja con saliva te arranco la tuya de un mordisco. No olvido el acto canallesco que ejercieron sobre la decencia en Ginebra personificada por ese asceta de Frank Calzón. No pudieron callarlo ni vencerlo con argumentos, y entonces utilizaron contra él la intimidación y la fuerza bruta. ¿Y quién no recuerda en la embajada de Cuba en Francia, ante las cámaras de televisión del mundo entero, aquellos matones pistola en mano, en el mismo centro de París, vejando y humillando entre otros al esposo de Zoe Valdés y a Jorge Masseti?

El último brochazo de este Picasso indescifrable fue hace un par de días en Brasil. Cuando el público rechifló una medalla de oro ganada por Cuba respondieron con el único modo que saben hacer ellos, con la ofensa, la trifulca y la agresión física. A veces me pregunto con tristeza, una vez que desaparezca el castrismo, ¿cómo podremos extirpar de nuestra nación esta cólera reprimida, esta cultura tan repleta de violencia?


Nicop32000@yahoo.com