domingo, septiembre 09, 2007

LA LEY EN ARMAS

La ley en armas


Por Andrés Reynaldo

Entusiasmados por el ejemplo de Costa Rica, he oído a algunos de mis compatriotas de
sear la abolición del ejército en Cuba. La aspiración, motivada por sentimientos nobles, peca de irresponsable; además de ignorar la importancia del estamento militar en nuestra identidad, así como los tangibles peligros sobre la soberanía y la viabilidad de un proyecto democrático.

El general Raúl Castro se equivoca (o miente) cuando afirma que la continuidad del régimen descansa en el Partido Comunista de Cuba. Su propia gestión provisional apunta al otro lado. Para tratar de enmendar los males de la economía no ha recurrido a la sabiduría de los cuadros partidistas sino al modelo administrativo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. José Martí escribía al general Máximo Gómez desde New York el 20 de octubre de 1884: ''Un pueblo no se funda, general, como se manda un campamento''. A ciento trece años de distancia, la vigente advertencia admite algunos matices. ¿Qué tal si el ejército es más fácil de democratizar que el resto de la sociedad? ¿Qué tal si la democratización del ejército deba preceder a la democratización de la sociedad?

Entendámonos, Cuba no saldrá del atolladero sin medidas que liberen las energías creativas del mercado. A su vez, en nuestro específico contexto, es poco probable que dichas reformas no susciten inmediatos y legítimos reclamos políticos. Más temprano que tarde nuestra disyuntiva será la democracia o el caos. Pero será el ejército, y solamente el ejército, la única fuerza capaz de asegurar que la democracia no derive en el caos. Sobre todo si, como lanzó perspicazmente hace poco Juan Benemelis, el país acomete una apertura democrática que no pase por Estados Unidos.

No lo tomemos como una subestimación de la sociedad civil. Todo lo contrario. La misma heroica supervivencia de la disidencia y el nivel de organización de algunas de sus agrupaciones, permiten conjeturar el desarrollo de un rico espectro, dotado de figuras y programas con un efectivo poder de convocatoria. De igual manera, los miembros del ejército no van a permanecer inmunes a la libre circulación de los valores democráticos. Ahora, que la apertura sea imprescindible y fructífera no quiere decir que deje de ser tumultuosa. A las lacras habituales de nuestra tradición política (palpables en nuestra trayectoria republicana y el exilio) hay que añadir lo que deja en herencia el castrismo. A lo malo se suma lo peor.

No existe otra institución cubana comparable al ejército por su estabilidad y arraigo en la población. Atentar contra su protagonismo pudiera retrasar perniciosamente el proceso democrático. A diferencia de otras naciones comunistas, las FAR no nacen del Partido ni se fundan bajo el peso de una sola ideología. Como todos sabemos, surgen como un movimiento guerrillero empeñado en restituir el orden democrático despedazado el 10 de marzo de 1952. Por supuesto, sus filas han sido intensamente depuradas y adoctrinadas. Pero en su memoria institucional y en su cadena de mando quedan nítidos elementos de ese origen que podrían reelaborarse en un discurso congruente con el futuro. (No así, por ejemplo, la Seguridad del Estado). Hasta hoy, los militares no han participado en sangrientas episodios de represión masiva y, comparados con los funcionarios estatales, su corrupción es menos acentuada.

Este comentario parte de la convicción de que Cuba necesita un ejército moderno, fuerte, de una sólida autoridad moral y con su armamento y abastecimientos asegurados fuera de la esfera de influencia norteamericana. El narcotráfico y el crimen organizado, las posibles fracturas del orden interno (sin excluir las tensiones raciales), las crisis desestabilizantes en los países caribeños y la acumulación de colosales problemas sociales y económicos en Estados Unidos, obligarán a los militares cubanos a concebir una sensata doctrina para preservar la soberanía, las opciones de desarrollo, la justicia social y la legalidad en un mar de convulsiones.

Ya veremos si por primera vez en nuestra desdichada historia los hombres de armas se las arreglan para no darle el tiro de gracia a la libertad.