CUBA Y OTRAS MELANCOLÍAS
Cuba y otras melancolías
Por Manuel Vázquez Portal
En Vilnius hacía frío. Quizás en Morón, sin otoños, el verano se empecinaba en su calidez eterna. Pero yo estaba lejos de la Laguna de la Leche y la calle Agramonte. Bajaba de un avión en tierra ajena con Cuba en la garganta. Lloviznaba en Lituania. La tarde era de un plomo milenario. Convocaba la ciudad como a tristezas. Quizás era yo el triste, pero siempre estoy triste. No puedo evitarlo. Soy de los que aún la patria le duele. Llegué para hablar de otras melancolías, de otras cuitas, otros amores. Menos románticos. Más abrumadores. Fui para decir de hambres --de estómago y espíritu--, represiones y presos.
Tan lejos del Caribe pintaría a mi país para que lo vieran, navegando como al pairo en un mar de aflicciones, bajo la mano temible de un timonel al borde del sarcófago. No estaba seguro de que me entendieran. Pero no cejaría. Mi faena es dibujarlo con su rostro verdadero. Pasearlo de mi brazo sin afeites. Mostrarlo en toda su hermosura destrozada. No soy yo el culpable. Que se avergüencen quienes lo envilecen, lo ultrajan.
Me invitó el Instituto Republicano Internacional. Allí se celebraba, entre el 18 y el 19 de octubre, el Foro Báltico de Trabajo sobre Cuba. Otra tribuna que me brindaban. No podía callar. Y conté sobre el silencio a que obligan a mi pueblo. Sobre la persecución a que someten a quienes se oponen. Sobre la pobreza que anega los poblados, las casas, las sonrisas. Sobre la ausencia de resquicios legales que permitan la libre asociación, la palabra libre, la libre elección. Sobre la imposibilidad de ir al mundo, conocerlo, y volver sin tener que morirse bajo el sol sobre una frágil balsa que te saca para siempre. Sobre la impasible terquedad de que nadie sea dueño siquiera de sí mismo. Sobre un exilio inmenso, nostálgico y patriótico. Sobre una disidencia heroica y sin zapatos. Sobre unos presos cuyo único crimen es amar la democracia y la prosperidad.
Y me entendieron. Unos con el cerebro. Los más con el alma. Me hallaba en tierra de viejos sufrimientos similares a los míos. No hacía falta un idioma local: ya checo, estonio, ruso o lituano; hablaban los recuerdos, las penurias, los dolores pasados por ellos y aún vigentes en nosotros. Había una comunión de esperanzas, una reunión de sueños porque Cuba tuviera lo que ellos, al fin, disfrutan.
Y me entendieron, aún mejor, cuando el viernes 19, a las 10 y 20 minutos de la mañana, la dulce voz de Rasa Alisauskiene, de la Organización Báltica de encuestas Gallup, presentó el sondeo realizado en Cuba, a petición del Instituto Republicano Internacional, entre el 5 de septiembre y el 4 de octubre de 2007, donde el pueblo cubano contaba, en las gélidas barras de cifras imparciales, el horror de sus vidas hecho dígitos y clamaba en un 32.1 por ciento por una sociedad democrática, o en un 73.9 por ciento por participar con su voto en la designación de un nuevo gobernante.
Pero la mejor prueba de que me habían entendido la dieron en sus palabras la europarlamentaria lituana Laima Andrikiené, el miembro del Parlamento de Estonia Mart Laar y el miembro del Parlamento Húngaro Janos Horvát cuando, sin edulcoramientos ni remilgos, pidieron una posición común para apoyar a Cuba en su afán, y su necesidad, de alcanzar la democracia.
Y entonces no supe cómo agradecer al Instituto Republicano Internacional, al Instituto de Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas de la Universidad de Vilnius y al Centro de Estudios de Europa del Este que me hubieran permitido contar sobre Cuba y otras melancolías, me hubieran ensanchado las esperanzas en el futuro de mi país con sus experiencias y me hubieran dotado de nuevas estrategias para enfrentar los retos que ellos ya vencieron.
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