UN CHÁVEZ IRACUNDO SE NEGABA A ADMITIR LA DERROTA
Un Chávez iracundo se negaba a admitir la derrota
HERNÁN LUGO-GALICIA
EL NACIONAL
04 de Diciembre de 2007
El Alto Mando Militar influyó en la decisión El Presidente se sintió engañado por el Comando Zamora y atribuyó el fracaso a la Asamblea Nacional
2-D. A las 7:30 pm, Hugo Chávez se reúne con el Alto Mando Militar y le informa su decisión de esperar 100% de las actas antes de reconocer la derrota. A su lado están Jesse Chacón, Diosdado Cabello, José Albornoz, Miguel Pérez Abad y cuatro oficiales. El vicepresidente Jorge Rodríguez es el ausente. Su misión es mantener al Consejo Nacional Electoral en stand by.
La tensión crece en Fuerte Tiuna; se ordena el cierre y acuartelamiento. Un general se levanta y, luego de expresar su respeto al comandante en jefe, le advierte que la Fuerza Armada no saldría a reprimir a la población. Se había señalado que totalizar las actas pudiera implicar cuatro días de zozobra y, por ende, de protestas. "Este país no aguantaría esos días de agitación", le alerta.
Chávez observa a todos y se hace un silencio. "Me mintieron, me engañaron", le recrimina a Cabello, porque el Comando Zamora reportó -constantemente- el triunfo del Sí, mientras que los informes de la DIM decían lo contrario. Era un Chávez iracundo, incrédulo ante la primera derrota política en nueve años luego del fracaso militar de 1992, revelaron quienes lo vieron en el Palacio y conocieron detalles de la historia. La culpa -dijo- fue de la Asamblea Nacional. El gobernador de Miranda sólo atina a expresar: "Cuando a usted lo dejen solo, me encontrará a su lado". Cabello es el hombre incondicional del barinés, lo que le ha valido su designación como ministro de Secretaría, director de Conatel, vicepresidente de la República y candidato que derrotó a Enrique Mendoza.
La advertencia del oficial, así como los mensajes que desde Maracay, en Aragua, le hicieron llegar militares identificados con el general en jefe retirado Raúl Isaías Baduel, fueron los que le hicieron entender al Presidente que era inconveniente postergar la agonía. Después de una hora de discusión, se convence a Chávez de que el resultado, si bien era reñido, técnicamente favorecía al No. Incluso se hizo que un experto del CNE se trasladara hasta Fuerte Tiuna para que se lo explicara.
El funcionario hizo una exposición en la que argumentó que los resultados en los estados con más población harían irreversible la cifra. "Estamos dispuestos a reconocerlo, pero queríamos ver los resultados", dice Cabello.
Chávez sólo escucha. No habla.
Finalmente, se levanta y se retira a una habitación que tiene asignada en la instalación militar.
Permanece allí solo por un largo tiempo. Nadie sabía qué haría.
Cuando sale, el Presidente parte nuevamente a Miraflores, donde sus seguidores lo esperan esperanzados de que, a partir de diciembre, tendrán una nueva constitución. Aunque la celebración había sido cancelada, la música arrancó para distraer a los presentes y formar un "muro" en caso de que a "algún alebrestado" se le ocurriera ir al centro del poder con "la operación tenaza", un supuesto plan de la CIA que era dirigido desde la embajada estadounidense ubicada en Valle Arriba, en Caracas.
El mismo Chávez confesó, posteriormente, cuando avaló las cifras del CNE, que había cavilado mucho y que admitía su derrota para evitar una angustia mayor, porque habían transcurrido ocho horas desde el cierre de las mesas y el CNE había garantizado que, a más tardar, a dos horas de la cuenta informaría al país, como ocurrió en diciembre de 2006 en las elecciones presidenciales. La jugada buscaba que, internacionalmente, Chávez quedara como un demócrata y, en lo interno, evitar una eventual guerra civil.
A las 9:02 pm, Jorge Rodríguez aparece públicamente en la sede provisional del Comando Zamora, en el hotel Alba, y admite que la cuenta estaba reñida; de hecho, cuando el vicepresidente llegó hasta el lugar, la tendencia bajó de 8% a 4% y, cuando terminó su discurso, el margen era de 3%. Para entonces era imposible hacer algo: las mesas estaban cerradas, la maquinaria se había desmovilizado y, como en toda derrota, la soledad ocupaba su lugar al lado del vencido, quien prometió convertirla en una nueva victoria. Un nuevo "por ahora" surgió de los labios de un hábil político y no del idealista que el 4 de febrero de 1992 intentó llegar al poder mediante un golpe de Estado.
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