EUROPA Y LAS SANCIONES A CUBA
Editorial
Europa y las sanciones a Cuba
Eran más bien una justificación de los Veintisiete a las expectativas despertadas por Raúl Castro
ES muy dudoso que el reciente levantamiento de sanciones a Cuba por parte de la UE sirviera para abrigar algún tipo de esperanzas de cambio político en la isla caribeña. Eran más bien una justificación de los Veintisiete a las expectativas despertadas por Raúl Castro, no confirmadas tras el reciente discurso conmemorativo del 26 de julio presidido por un gigantesco retrato del ausente Fidel. Con todo, hay quienes opinan que la efeméride del asalto al cuartel Moncada no era la más adecuada para hablar de reformas y que habrá que esperar futuras señales, pero los hechos están demostrando que Raúl Castro no será el político del cambio, sino el de la continuidad, pues no tiene las convicciones de un Gorbachov ni el pragmatismo de un Deng Xiaoping. Sus cambios no quieren ir más allá de las críticas a algunas deficiencias del sistema, para no ponerlo en peligro en unos momentos en los que el populismo de otros países americanos viene a ser un balón de oxígeno para un castrismo convaleciente.
Pese a todo, los Veintisiete no han enviado una señal de firmeza a un régimen que sigue encarcelando disidentes políticos, algo de triste memoria entre algunos de los nuevos miembros de la UE como la República Checa, que quizás tuvieron un día la convicción de que Europa no contemporizaría ante un sistema negador de esos valores. Se entiende también la decepción del exilio cubano, que atribuye a España la principal responsabilidad del levantamiento de las sanciones, consideradas como inútiles y contraproducentes por el ministro Moratinos. Ahora sería el momento de un diálogo político incondicional y recíproco, según el comunicado oficial de la UE, pero una cierta marginación de los disidentes es el precio a pagar, por mucho que el comunicado se refiera a que Cuba debe mejorar la situación de los derechos humanos. La única explicación por la condescendencia hacia Cuba sólo puede obedecer a que no ha desaparecido de la mente de algunos políticos españoles y europeos el mito de la revolución castrista. Son los que creen en la bondad natural del revolucionario y justificarán las buenas intenciones por encima de los resultados concretos. Son los que creen que las dictaduras de izquierdas son redimibles, pues tienen algo salvable. Son un bien defectuoso comparadas con las otras, suprema encarnación del mal. El resultado es, aunque no se quiera, una legitimación de esos regímenes, y detrás está probablemente un cierto sentido de culpabilidad de Europa por su pasado histórico y colonial.
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