OPINION SOBRE JAVIER BARDEM EN FORUM DE DEMOCRACIA PARTICIPATIVA.NET
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Con esa expresión de ensoñación que pugna con su sólida jeta, si Bardem sostiene una copa de champagne (supongo, que no de vino español), y sonríe y casi guiña a su acompañante, como conspirando, y parece ni pensárselo al responder: me inspiré en Bush, no hay que suponer que se le han subido a la cabeza los humos o la fama o el licor sino que esa generosa euforia en su voz es plenamente consciente. Interpreta su papel. Si elemental fue la pregunta, algo más interesante estuvo la réplica del presentador de los Premios del Círculo de Críticos de Nueva York, que tardó algo en reponerse: por fin un tío con huevos para decirlo. ¡Vaya, resulta que en Estados Unidos no hay oposición ni opiniones divergentes y todos están obligados a votar a Bush sin chistar, uno y otro y el siguiente mandato, y en aquella sala ninguno de los artistas presentes ha expresado nunca, respetuosamente o no, su desacuerdo con la política de Bush, por temor a las represalias, las torturas, la cárcel! Pero hay que aparentar que algo habrá, ¿qué gloria tendría acaso? No tiene gracia denunciar que una persona poderosa es sicópata si no se finge que uno está bajo el influjo de su maligno y desquiciado poder, que se corre un riesgo, que se tiene huevos. Es parte del espectáculo. Patético.
Quizá los triunfos de Bardem en los Estados Unidos hayan causado algún escozor en el seno de su familia, de cierto abolengo comunista. No porque estos señores estén en contra del éxito o la riqueza o todas esas realidades “burguesas” a las que tanto rédito sacan y que con tal eficacia emulan estando, según quieren hacer ver, en las antípodas, sino porque mientras más notorio es más se les dificulta ostentar cierta “representatividad” del discurso “de izquierdas”, y más ilegítimos se les nota, etcétera. Y sí que ser actor en Hollywood, en el cine gringo, es de lo más notorio entre lo notable. Y mientras más evidente es más se les acaba el jueguito de decir una cosa mientras hacen la contraria, y más se sienten obligados a retorcer el cuello de la gallina de los huevos de oro. Y una buena e inofensiva salida es retomar el discurso marxista contra el Capital o hablar mal del Presidente americano de turno y achacarles todos los males del mundo. Es, por otra parte, un capítulo recurrente en los manuales totalitarios. Vean si no el caso de Cuba.
Allí, en La Habana, hace un mes más o menos, Bardem recibió también muchas loas por su actuación en No country for old men, dirigida por Joel y Ethan Cohen, y basada en la novela homónima de Cormac McCarthy. En Cuba no intentó ningún chiste político; incluso estuvo hasta sentencioso, casi metafísico: si las cosas en el mundo fuesen como debieran Bush, Aznar y Blair debían ser juzgados como criminales de guerra. Apenas unos días antes, por expresiones similares que lanzó Hugo Chávez en la Cumbre Iberoamericana, el Monarca español saltó de su asiento como un resorte; y ahora Bardem continúa removiendo el hielo en su cubata como si tal cosa. A fin de cuentas –se dirá- muchos lo repiten en España, incluso Izquierda Unida ha creado una Plataforma que pretende llevarlos ante Tribunales Internacionales, y ciertamente, independientemente de que me parezca ridículo, tales expresiones e intenciones están dentro de los derechos que se garantizan en España. Pero Bardem perdió una buena oportunidad para callarse, no sólo porque era poco original lo que decía (ya el propio Castro sacó a la gente a la calle allá por el 2003 con pancartas en las que se había colocado un bigotico hitleriano al entonces Presidente español) sino porque fue muy evidente lo que sus palabras callaron.
Ya se sabe que este tipo de gente no pediría lo mismo para Fidel Castro y otros dictadores “amigos”, no porque no sean merecedores de similares adagios, sino porque se corre un riesgo real con un dictador de verdad. Incluso un riesgo muy difícil de asumir en el mundo del espectáculo: el del abandono, la ausencia de fama total y de glamour proletario. Los dictadores saben lo que vale una buena promoción de sus experimentos sociales, y los actores de cine son especiales, los así llamados “famosos”, en general. No todos son como Ricardo Sanz, por ejemplo, que se niega a cantar para Chávez, o como Willi Chirino, que no puede volver a su patria, o como otros, que se lo pierden. Porque, ¿quién como un dictador puede poner en tus manos, sin esfuerzo alguno, todo lo que desees, y alabarte sin término en sus radios, televisores, diarios? Es verdad que Bardem es un actor talentoso, pero el talento no dura para siempre y la competencia es constante. ¿Y quién compite contra un líder totalitario? ¿Dónde está eso que se llama disidencia; y qué podrían ofrecerte, duradero o sólido? Porque los dictadores totalitarios manejan como nadie los dineros y el populacho y los gremios culturales y los festivales y la diversión, dirigiéndolos a su antojo y lanzándolos a los pies de esos comedores de aplausos que son los artistas. Y de esta manera se siente no solo que el imperio te mima sino que se comparte un poco de ese poderío casi sobrehumano. Y entre todos el dictador caribeño, que ha forjado la ilusión del espectáculo como nadie, dentro y fuera de su tarima, especie de Padrino de la escena, a quien se va a ver para recibir cierta consagración, la hostia de la egolatría.
Desgraciadamente para Bardem, y aunque el error humano y la ignorancia son persistentes, este maestre, al menos este, dejará de mover los hilos en breve. Era una buena oportunidad para apartarse del Guión que el sistema cubano ha implantado. Siguiendo esas pautas, Bardem fue llevado en andas durante todo el Festival de Cine habanero, y felicitado por todas y cada una de sus actuaciones, desde la época inicial con Bigas Luna, pasando por su éxito en No Country for Old men, hasta su reciente rodaje barcelonés con Woody Allen. Pero unos y otros sabían que no se podía ni mencionar siquiera Antes que Anochezca. El nivel de corrección política del gobierno cubano, lo que este permite o no permite hacer, tanto fuera como dentro de la isla, varía circunstancialmente, pero algunas prohibiciones son inamovibles. Una película como Habana Blues, por ejemplo, no tiene ningún problema para estrenarse en la Cuba actual, pero Antes que Anochezca (2000) sigue siendo un puñal en el costado del régimen. Aunque tanto Bardem como su realizador, el neoyorkino Julian Schnabel, fueron siempre cautos a la hora de enjuiciar políticamente el filme, sin una definición demoledora de la dictadura castrista, sí eran evidentes la admiración por la figura de Reinaldo Arenas y el desacuerdo con sus circunstancias, en cada presentación. Además: todo estaba dicho allí. No era necesario explayarse contra el opresivo sistema cubano: bastaba difundir la historia de una de sus víctimas.
Que se haya permitido la entrada al Festival de Cine de La Habana a quien encarnó al irreverente, rebelde y homosexual Arenas era a cambio de borrar del listado de sus éxitos al filme que le valió la Copa Valpi en Venecia 2000, y la nominación a mejor actor para los Globos de Oro y el Óscar al siguiente año. Ahora repetirá en su nominación, ahora sale en la portada de Esquire, es conocido del público americano, es políticamente correcto, de izquierdas: un candidato idóneo. Pero el comienzo de todo esto fue su Reinaldo Arenas; hay un antes y un después evidentes, aunque Bardem había ganado ya varios Premios y era un actor maduro.
El escritor cubano murió en diciembre de 1990, precisamente el año en que el actor español debutó en la pantalla grande; pero antes responsabilizó a Fidel Castro por su exilio y su muerte. Su memoria póstuma, en la que se basa mayormente el filme, es una denuncia desgarradora de la falta de libertades y el irrespeto a los derechos individuales del régimen cubano, y una afirmación de su arte, de todo arte, enemigo de totalitarismos. Reinaldo vivía agónicamente, no existía como persona en Cuba, apartado de los círculos editoriales, declarado como “gusano”, maniatado, borrado, encarcelado, ninguneado. Y ahora, Bardem hace lo mismo: para él no existe más Reinaldo Arenas: ha traicionado a su personaje y a todo lo que este representaba. ¿Cómo puede alguien suponer que Bardem es un valiente por decir que Bush es un sicópata, mientras bebe su licor, rodeado del star system americano? Lo siento, pero Bardem no tiene huevos. Para huevos: los de Reinaldo Arenas.
Cordialmente,
Ernesto Ortiz, webmaster de Democracia Participativa.net , opina sobre palabras de Javier Bardem
Estimados amigos de la democracia:
Con esa expresión de ensoñación que pugna con su sólida jeta, si Bardem sostiene una copa de champagne (supongo, que no de vino español), y sonríe y casi guiña a su acompañante, como conspirando, y parece ni pensárselo al responder: me inspiré en Bush, no hay que suponer que se le han subido a la cabeza los humos o la fama o el licor sino que esa generosa euforia en su voz es plenamente consciente. Interpreta su papel. Si elemental fue la pregunta, algo más interesante estuvo la réplica del presentador de los Premios del Círculo de Críticos de Nueva York, que tardó algo en reponerse: por fin un tío con huevos para decirlo. ¡Vaya, resulta que en Estados Unidos no hay oposición ni opiniones divergentes y todos están obligados a votar a Bush sin chistar, uno y otro y el siguiente mandato, y en aquella sala ninguno de los artistas presentes ha expresado nunca, respetuosamente o no, su desacuerdo con la política de Bush, por temor a las represalias, las torturas, la cárcel! Pero hay que aparentar que algo habrá, ¿qué gloria tendría acaso? No tiene gracia denunciar que una persona poderosa es sicópata si no se finge que uno está bajo el influjo de su maligno y desquiciado poder, que se corre un riesgo, que se tiene huevos. Es parte del espectáculo. Patético.
Quizá los triunfos de Bardem en los Estados Unidos hayan causado algún escozor en el seno de su familia, de cierto abolengo comunista. No porque estos señores estén en contra del éxito o la riqueza o todas esas realidades “burguesas” a las que tanto rédito sacan y que con tal eficacia emulan estando, según quieren hacer ver, en las antípodas, sino porque mientras más notorio es más se les dificulta ostentar cierta “representatividad” del discurso “de izquierdas”, y más ilegítimos se les nota, etcétera. Y sí que ser actor en Hollywood, en el cine gringo, es de lo más notorio entre lo notable. Y mientras más evidente es más se les acaba el jueguito de decir una cosa mientras hacen la contraria, y más se sienten obligados a retorcer el cuello de la gallina de los huevos de oro. Y una buena e inofensiva salida es retomar el discurso marxista contra el Capital o hablar mal del Presidente americano de turno y achacarles todos los males del mundo. Es, por otra parte, un capítulo recurrente en los manuales totalitarios. Vean si no el caso de Cuba.
Allí, en La Habana, hace un mes más o menos, Bardem recibió también muchas loas por su actuación en No country for old men, dirigida por Joel y Ethan Cohen, y basada en la novela homónima de Cormac McCarthy. En Cuba no intentó ningún chiste político; incluso estuvo hasta sentencioso, casi metafísico: si las cosas en el mundo fuesen como debieran Bush, Aznar y Blair debían ser juzgados como criminales de guerra. Apenas unos días antes, por expresiones similares que lanzó Hugo Chávez en la Cumbre Iberoamericana, el Monarca español saltó de su asiento como un resorte; y ahora Bardem continúa removiendo el hielo en su cubata como si tal cosa. A fin de cuentas –se dirá- muchos lo repiten en España, incluso Izquierda Unida ha creado una Plataforma que pretende llevarlos ante Tribunales Internacionales, y ciertamente, independientemente de que me parezca ridículo, tales expresiones e intenciones están dentro de los derechos que se garantizan en España. Pero Bardem perdió una buena oportunidad para callarse, no sólo porque era poco original lo que decía (ya el propio Castro sacó a la gente a la calle allá por el 2003 con pancartas en las que se había colocado un bigotico hitleriano al entonces Presidente español) sino porque fue muy evidente lo que sus palabras callaron.
Ya se sabe que este tipo de gente no pediría lo mismo para Fidel Castro y otros dictadores “amigos”, no porque no sean merecedores de similares adagios, sino porque se corre un riesgo real con un dictador de verdad. Incluso un riesgo muy difícil de asumir en el mundo del espectáculo: el del abandono, la ausencia de fama total y de glamour proletario. Los dictadores saben lo que vale una buena promoción de sus experimentos sociales, y los actores de cine son especiales, los así llamados “famosos”, en general. No todos son como Ricardo Sanz, por ejemplo, que se niega a cantar para Chávez, o como Willi Chirino, que no puede volver a su patria, o como otros, que se lo pierden. Porque, ¿quién como un dictador puede poner en tus manos, sin esfuerzo alguno, todo lo que desees, y alabarte sin término en sus radios, televisores, diarios? Es verdad que Bardem es un actor talentoso, pero el talento no dura para siempre y la competencia es constante. ¿Y quién compite contra un líder totalitario? ¿Dónde está eso que se llama disidencia; y qué podrían ofrecerte, duradero o sólido? Porque los dictadores totalitarios manejan como nadie los dineros y el populacho y los gremios culturales y los festivales y la diversión, dirigiéndolos a su antojo y lanzándolos a los pies de esos comedores de aplausos que son los artistas. Y de esta manera se siente no solo que el imperio te mima sino que se comparte un poco de ese poderío casi sobrehumano. Y entre todos el dictador caribeño, que ha forjado la ilusión del espectáculo como nadie, dentro y fuera de su tarima, especie de Padrino de la escena, a quien se va a ver para recibir cierta consagración, la hostia de la egolatría.
Desgraciadamente para Bardem, y aunque el error humano y la ignorancia son persistentes, este maestre, al menos este, dejará de mover los hilos en breve. Era una buena oportunidad para apartarse del Guión que el sistema cubano ha implantado. Siguiendo esas pautas, Bardem fue llevado en andas durante todo el Festival de Cine habanero, y felicitado por todas y cada una de sus actuaciones, desde la época inicial con Bigas Luna, pasando por su éxito en No Country for Old men, hasta su reciente rodaje barcelonés con Woody Allen. Pero unos y otros sabían que no se podía ni mencionar siquiera Antes que Anochezca. El nivel de corrección política del gobierno cubano, lo que este permite o no permite hacer, tanto fuera como dentro de la isla, varía circunstancialmente, pero algunas prohibiciones son inamovibles. Una película como Habana Blues, por ejemplo, no tiene ningún problema para estrenarse en la Cuba actual, pero Antes que Anochezca (2000) sigue siendo un puñal en el costado del régimen. Aunque tanto Bardem como su realizador, el neoyorkino Julian Schnabel, fueron siempre cautos a la hora de enjuiciar políticamente el filme, sin una definición demoledora de la dictadura castrista, sí eran evidentes la admiración por la figura de Reinaldo Arenas y el desacuerdo con sus circunstancias, en cada presentación. Además: todo estaba dicho allí. No era necesario explayarse contra el opresivo sistema cubano: bastaba difundir la historia de una de sus víctimas.
Que se haya permitido la entrada al Festival de Cine de La Habana a quien encarnó al irreverente, rebelde y homosexual Arenas era a cambio de borrar del listado de sus éxitos al filme que le valió la Copa Valpi en Venecia 2000, y la nominación a mejor actor para los Globos de Oro y el Óscar al siguiente año. Ahora repetirá en su nominación, ahora sale en la portada de Esquire, es conocido del público americano, es políticamente correcto, de izquierdas: un candidato idóneo. Pero el comienzo de todo esto fue su Reinaldo Arenas; hay un antes y un después evidentes, aunque Bardem había ganado ya varios Premios y era un actor maduro.
El escritor cubano murió en diciembre de 1990, precisamente el año en que el actor español debutó en la pantalla grande; pero antes responsabilizó a Fidel Castro por su exilio y su muerte. Su memoria póstuma, en la que se basa mayormente el filme, es una denuncia desgarradora de la falta de libertades y el irrespeto a los derechos individuales del régimen cubano, y una afirmación de su arte, de todo arte, enemigo de totalitarismos. Reinaldo vivía agónicamente, no existía como persona en Cuba, apartado de los círculos editoriales, declarado como “gusano”, maniatado, borrado, encarcelado, ninguneado. Y ahora, Bardem hace lo mismo: para él no existe más Reinaldo Arenas: ha traicionado a su personaje y a todo lo que este representaba. ¿Cómo puede alguien suponer que Bardem es un valiente por decir que Bush es un sicópata, mientras bebe su licor, rodeado del star system americano? Lo siento, pero Bardem no tiene huevos. Para huevos: los de Reinaldo Arenas.
Cordialmente,
Ernesto Ortiz, WebMaster
posted by PPAC @ 1/18/2008 07:28:00 a. m. 2 comments
2 Comments:
bravo ortiz!
creo que todo está dicho, ni una coma se le puede agregar/quitar a tu artículo, un abrazo
chicho el cojo
newhacker2000@hotmail.com
Magnífico artículo.
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