ELLOS Y NOSOTROS
ELLOS Y NOSOTROS.
Por Iliana Curra.
Son ellos los que llegaron primero. Fue duro. Dejaron sus comodidades. Sus tradiciones y sus vidas apegadas a una familia grande y unida. Nosotros, generaciones posteriores, llegamos después. Dejamos nuestras incomodidades y costumbres viciadas de tanto vivir la doble moral que nos impusimos para, justamente, sobrevivir.
Ellos lo perdieron todo, incluyendo la patria. Nosotros lo ganamos todo. También la patria. Esa misma que nunca reconocimos como tal cuando la teníamos. Nos era casi indiferente. La bandera no ondeaba como aquí en este exilio. Quizás porque no era libre. Quizás porque la conjugaban con revolución, Fidel y “seremos como el Ché”, una consigna tan despreciable como ese mismo guerrillero nada heroico que nos imponían a diario.
Ellos aún añoran una Cuba espléndida que se perdió un primero de enero de 1959, cuando muchos de nosotros ni habíamos nacido siquiera. Nosotros añorábamos Miami, espléndido y desarrollado, aún sin haber llegado.
Ellos sienten, todavía, el desarraigo brutal de cuando fueron arrancados de sus costumbres. No importa que hablen inglés, ni que tengan mansiones, ni yates, ni Mercedes Benz, o viajen a medio mundo luego de haber trabajado como animales para lograr tales posiciones económicas. Nosotros, quizás preferimos estar lejos de todo lo que aborrecemos. Del adoctrinamiento feroz y las “marchas del pueblo combatiente”, de las guardias del CDR y las reuniones laborales. Del odio y la perversidad de un régimen implacable. Nadie se arraiga en cosas así. No importa vivir aquí en apartamentos, ni “efficiencies”, ni manejar un “transportation”. Somos libres, y es la mejor y más costosa forma de vivir.
Ellos dejaron de ser felices un día en que sintieron los disparos en un paredón de fusilamiento. Que se enteraban de que amigos, vecinos y familiares ya no regresarían jamás de un injusto arresto. Nosotros dejamos de ser felices el mismo día en que nacimos. Cuando nos recibieron con consignas absurdas y las notas de La Internacional.
Ellos, idealistas y soñadores, siempre creyeron en el futuro. Nosotros, realistas y convencidos, no creíamos ni en el presente. Ellos tenían fe en Dios. Nosotros escuchábamos al Diablo. Ese que, día a día, hablaba largas horas con sus discursos explosivos y llenos de resentimiento contra la humanidad.
Ellos dejaron su infancia, su juventud y un futuro radiante a corto plazo. Nosotros dejamos las pañoletas, las escuelas al campo y las celdas de castigo de cualquier prisión.
Ellos dejaron sus sueños. Nosotros las pesadillas.
Ellos, irremediablemente regresarán a su paraíso perdido en casi cinco décadas. Nosotros, quizás muchos, no volveremos al infierno.
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