EL VENENO ENEMIGO
EL VENENO ENEMIGO
“No nos podemos substraer a la guerra, porque la guerra forma parte de la vida” Oriana Fallaci (“La fuerza de la razón”)
Hacía semanas que mi ordenador mostraba síntomas inequívocos de infección viral crítica. Se congelaba con frecuencia, contínuamente aparecían en la pantalla del monitor anuncios de errores, se reactivaba espontáneamente, etc. El amable lector puede imaginarse la frustración ante una inesperada autoreactivación del ordenador cuando se está escribiendo un mensaje electrónico importante. Ello ocurrió en múltiples ocasiones, con la consecuente pérdida de tiempo y esfuerzo. Nunca me había ocurrido eso desde que a mediados de la década pasada empecé a comprender que una computadora es un objeto mucho más complejo y sensible que una máquina de escribir.
Finalmente, hace un poco más de dos semanas se me hizo imposible escribir en calma. Traté de obtener ayuda profesional de los varios reparadores en mi vecindario en la esperanza de mantener esta columna en los cuatro puntos cardinales. Todos necesitaban saber en detalle lo que ocurría antes de fijar una fecha para una visita. Me desconcerté con muchas de las preguntas que me hicieron. Les garantizo a los lectores que soy muy capaz de sostener una conversación en inglés, pero el de computadora es un idioma muy diferente. Para poder contestar esas preguntas técnicas, que se me antojaban hechas en esperanto, llamé al amigo quien hace dos o tres años me ayudó a desempacar e instalar el ordenador del que dispongo al presente.
Decían en Cuba que “quien tiene un amigo tiene un central”, significando que un buen amigo constituye el capital equivalente a poseer un importante molino o “ingenio” de azúcar de caña, símbolo tradicional de solvencia económica antes del cáncer castrista. La personificación exacta del amigo servicial y bondadoso que describe ese refrán, no sólo me ayudó a encontrar la solución a mis problemas, sino que gracias a su conocimiento y equipos sofisticados pude salvar y adecuadamente “respaldar” los más de 3,000 documentos (muchos insustituíbles) que irremediablemente se habrían perdido sin su ayuda. Después de varias horas de labor parecía que todo se recuperaba menos mi directorio. El directorio electrónico es por supuesto, vital a mi columna. Tengo la satisfacción de informar a los lectores que este último también fue recuperado totalmente.
Nunca me he hecho ilusiones sobre la naturaleza difícil (al menos para mí) de la ciencia cibernética, de la red electrónica y del veneno que siempre acecha nuestra comunicación usando estos artefactos. Ciertamente los peligros que amenazan a las computadoras no son todos de la misma índole ni se originan en una sola fuente. Sin embargo, nadie dude que muchos de estos venenenos del “Net” provienen del enemigo. Desde el año 2005 percibí que trataban de enviarme virus electrónicos desde lugares tan distantes como Alemania. ¿Quién sino el enemigo castrista puede tener interés en silenciar una columna como esta, aunque sea brevemente?
Si es que mis tribulaciones electrónicas se originaron en el “Ministerio de Desinformática” de La Habana, los saboteadores tuvieron éxito, logrando que no pudiera avanzar a tiempo opiniones de actualidad, como la renuncia oficial de Fifo, los vaivenes en la campaña presidencial norteamericana y la protesta de Chávez a la feliz eliminación de un notorio “capo” de la guerrilla droguera colombiana que operaba amparándose en el territorio de Ecuador. Siendo este útimo acontecimiento el más reciente y crítico y por aquello de que nunca es tarde, aquí va mi punto de vista sobre él.
Escribo esta columna el día 4 de marzo del 2008 y aunque arriesgue la predicción, creo que no va ha ocurrir nada bélico como consecuencia de las bravatas de Chávez. Aunque nunca es prudente ignorar las amenazas (y la del chavismo es real en términos de subversión política y chantaje económico), una agresión armada convencional por parte de Venezuela contra Colombia es improbable al presente. ¿Por qué? Porque el comercio entre esas dos naciones vecinas es imprescindible para ambas. Salvo extraer crudo, la producción de Venezuela es muy limitada. Por su parte los colombianos, a pesar de todos los años de sangre y recursos empleados en contrainsurgencia, han sido capaces de desarrollar una impresionante industria agropecuaria que suple de alimentos y vituallas no sólo a su mercado interno, sino que es proveedora número uno de la nación vecina.
Colombia necesita también el ingreso que representan sus exportaciones a Venezuela. Es un renglón vital en su mercado exterior. Esta simbiótica relación comercial de dos naciones que han mantenido una frontera común y pacífica desde los albores del siglo XIX (a pesar del desate marxista-guerrillero de Colombia iniciado a finales de los años cuarenta) hace que una guerra general entre ambas naciones sea evento de la mayor improbabilidad.
Sin embargo, es posible que Chávez esté de veras loco. Aparte de su verborrea vulgar, a veces es notable el extravío de su mirada y el ceño primitivo en su expresión estólida. Se le ha visto dar extraños brincos en las tribunas de sus muchas concentraciones políticas. Recordemos su mesianismo y notorias bufonadas. Además, está colérico por la evidencia contra él obtenida por las fuerzas colombianas en el incautado “laptop” del guerrillero-traficante Raúl Reyes. Esa evidencia demuestra que la reciente liberación de rehenes de la FARC no fue obtenida a través de la “fraternidad revolucionaria” con el líder Chávez, sino muy bien pagada por este último, además de otras cosas peores que aún se analizan.
No obstante, la orden de atacar a Colombia presenta para Chávez peligros que no puede ignorar a menos que esté totalmente orate. La medida sería muy impopular precisamente entre sus propias fuerzas armadas. Estas últimas son mucho más burocráticas que efectivas. A pesar de sus muchas disputas fronterizas, Venezuela no se ha visto involucrada en una guerra con naciones extranjeras desde que alcanzara la independencia final de España en 1811.
Los oficiales de alto rango de las fuerzas venezolanas representan en teoría un nacionalismo furibundo, pero el hecho de que la guardia personal de Chávez esté constituída esencialmente de agentes especiales enviados por La Habana, demuestra que no disfruta de ilimitada confianza. Esa oficialidad venezolana, a pesar de las muchas purgas a que Chávez la ha sometido, aún gusta de la comodidad de los cuarteles y de la pompa de sus desfiles militares. Goza hoy de las muchas prebendas que el “Socialismo del siglo XXI” le ha extendido desde la elección de Chávez en 1998. Obedecer una orden súbita de ofensiva abierta contra un vecino que es veterano de contínua lucha sin cuartel contra guerrillas marxistas, paramilitares y hampones de la droga, dudo que la excite.
Los militares venezolanos durante casi dos siglos han dirigido sus actividades solamente hacia conflictos domésticos: sus acciones de guerra se han ceñido a promover o sofocar golpes de estado y sus múltiples caudillos históricos, como Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez o Marcos Pérez Jiménez, nunca alimentaron ambiciones extraterritoriales. No es lo mismo eructar en público para “celebrar la toma una cervecería” y apalear estudiantes desarmados, que enfrentarse a un enemigo aguerrido que ha demostrado históricamente que puede y sabe defenderse.
Si Chávez diera la orden de atacar a Colombia y esa orden fuera parcial o totalmente ignorada por sus propios jefes militares (posibilidad muy real), sus días al frente de Venezuela estarían contados. No creo que se decida a encarar semejante riesgo.
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