LOS ABRAZOS PENDIENTES
Los abrazos pendientes
Por Emilio Ichikawa
Aunque el olor a pasado sigue rondando el ''raulismo'', la gente cree, necesita creer que se abre en Cuba una nueva posibilidad de ser libre. Incluso un amigo dice, con cierta razón, que las ganas de cambiar que se perciben son tan notables, que deberíamos animarnos y no plantear sólo un cambio de política, sino un cambio de cultura. Algo así como una refundación de la isla, un renacimiento. Claro que todo el proceso está revestido de dudas, pero es preferible toda esa sospecha al vengativo optimismo de 1959. Aunque hay muchos aduladores empalagando a Raúl Castro, lo cierto es que ninguno ha llegado al extremo de poner en la puerta de su casa una plaquita con el ofrecimiento de ``Raúl, esta es tu barbacoa''.
Si descontamos el amor y el dinero, pocas cosas unen tanto a los seres humanos en la historia como el anuncio del fin de los miedos. Y en Cuba el miedo era el horror a la ira de Fidel Castro y sus secuaces. Un miedo expansivo que era y es más fuerte en la medida en que uno se le acerca. Un temor que abarca desde el primero de sus amigos hasta el último de los exiliados. ''La mano es larga y he tenido que bajar el pitcheo si quiero sobrevivir'', dijo un personaje que llegó al exilio con un desbordante entusiasmo anticastrista. Y otra amiga, muy seria en sus juicios, aseguró: ``Papá miraba a su alrededor hasta para hablar bien de Fidel. Su mejor amigo era Jesús Chucho Montané, con el que yo sé que se desahogaba criticándolo''.
En este sentido, el llamado ''raulismo'' no es más que el primer paso en el saldo de cuentas con algo que, más que un sistema, fue un entramado de tratos, de premios y castigos. Paradójicamente, el elogio a Raúl Castro es la fórmula eficiente que permite pasarle la cuenta a Fidel sin necesidad de experimentar culpa por traicionar a la revolución. En nombre de Raúl es fácil enterrarlo todo, sin ser considerado por eso un enemigo ni recibir el desdén de la izquierda internacional. Reacción dentro de la revolución: el castrismo enterrado en nombre del castrismo.
Esto, no me canso de decirlo, es un error desde el punto de vista de la historia (hay muchos protagonistas del abuso), desleal desde el punto de vista ético (el samurai debe saber morir junto al shogún, como el amauta junto al inca), pero utilitario desde el punto de vista de la política práctica.
Al concentrar en Fidel Castro ''la responsabilidad'', las demás personas pueden desentenderse un poco de los horrores de ese proceso. Esto, evaluado desde una economía de la culpabilidad e incluso del funcionamiento burocrático, es deseable. La enfermedad gástrica de Fidel Castro es como un símbolo de su gran aporte a la historia: parece ser que lo cogerán para ''evacuar'' toda la suciedad en que un régimen de matriz bolchevique sumergió a la nación cubana.
Con esta ''descarga'' limpiadora, los nuevos abrazos se preparan y los pendientes se actualizan. Ya se sabe, por ejemplo, que un conocido intelectual de nuestra comunidad de Miami ha enviado un libro de regalo a Ricardo Alarcón con este mensaje oral: ''Dígale que ya todo está bien''. Hace unos días, un graduado de Belén llegado de Cuba aseguraba: 'Fíjate, el espía fulano era un buen hombre, pero estos `fidelistas' del exilio lo presionaron mucho y tuvo que ceder''. Desde España y México unos viejos comunistas han comentado que fue Fidel Castro quien se acercó indebidamente a la URSS, algo que Raúl le había desaconsejado. Un conspirador del área aseguró: ''Raúl no tuvo que ver nada con lo de Masferrer ni con lo de Del Pino: eso fueron odios de Fidel''. Por su parte, los ''paleoguevaristas'' culpan al comandante del abandono al Che en Bolivia, y los ''camilistas'' lo acusan de la muerte de Camilo; ambas acusaciones, por supuesto, se pueden hacer en el marco de un elogio al ``raulismo''.
Lo mismo puede decirse del fusilamiento a Ochoa, Tony de la Guardia y los otros dos oficiales. Todo el mundo escuchó decir a Raúl Castro que había expelido aquellos lagrimones, mientras que Fidel aseguraba ante el Consejo de Estado que a veces no se podía hacer lo que el pueblo quería (perdonar a los cuatro) y que era necesario aplicar la pena máxima. Ese mismo discurso, por cierto, puede servir también para cargarle a Fidel los muertos en Angola y demás aventuras africanas. Pero hay algo muchísimo más espectacular: algunos ''batistianos'' están diciendo que si Batista fue cruel se debió a que Fidel Castro no quiso dialogar una salida pacífica, prefiriendo la huelga general y el terrorismo urbano. Aseguran que Raúl no tuvo que ver en eso, que él fue un enemigo y nada más.
Ante tal festival de abrazos, hay que esperar una declaración de Raúl reclamando ser tan duro, incluso más duro, que su hermano Fidel.
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