¡ CUÁNTO AMOR, DIOS MÍO !
¡Cuánto amor, Dios mío!
Por Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - Tiene razón Rosa Montero, esa periodista madrileña que persigo cuando de puro milagro y de Pascuas a San Juan tengo acceso a Internet y logro leer sus excelentes escritos publicados en El País: el gobierno castrista regala con entrañable magnanimidad medidas aperturistas a los cubanos de la Isla.
Cuando terminé de leer su crónica titulada Turulata, del pasado 17 de abril, dije yo también irónicamente para mis adentros: Sí, ¡cuánto amor, Dios mío!
Pero nada de amor, mi querida colega. Usted lo sabe y yo también. Qué pena que alguien no lo sepa. Un gobierno dictatorial no ama a su pueblo. Más bien lo desprecia, porque logra someterlo, silenciarlo, ridiculizarlo.
Así, ridículos y subestimados se sienten los que han despertado a la horrible pesadilla de una dictadura.
Sin embargo, no crea usted que en el juego macabro que se vive en Cuba al pueblo no le corresponde una gran parte. Mucho antes de que el goteo de medidas aperturistas se pusiera en vigor, muchos cubanos se habían hecho, no me pregunte usted cómo, de teléfonos móviles, de microondas, de DVDs, y hasta de antenas especiales para ver canales foráneos y aunque no lo crea, los más pícaros colarse en hoteles cinco estrellas. Así, como se lo cuento. Es como si los cubanos dijeran al gobierno: yo te acepto tal como eres y tú aceptas lo que yo hago.
Es por eso que, según pensamos muchos, no tuvieron otra alternativa que legalizar los teléfonos celulares y aceptar que un nacido en Cuba durmiera un par de noches en un hotel de lujo, pared con pared de un turista de la Unión Europea. Pero sobre todo, porque el juego está por terminarse.
Aún así, había que expandir las medidas adoptadas para que los ingenuos se creyeran cuánto nos ama el gobierno. Lo malo de esa decisión es que sólo funciona en algunos. Muy pocos por cierto. Lo sé, porque conozco bien, amiga mía, este gran infierno. Le repito que como han transcurrido casi 50 años, el fin está próximo. Entonces no sólo todo volverá a la normalidad, sino que difícilmente los cubanos aceptaremos gobernantes que prohíban y aprueben lo que nos pertenece por derecho propio.
Para ese día, me gustaría invitarla a un café en mi casa de Santa Fe, muy cerca del mar. La espero.
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Por ROSA MONTERO 08/04/2008
Contemplo turulata el goteo de medidas aperturistas que el actual gobierno cubano está regalando con entrañable magnanimidad a sus gobernados. Hete aquí que, de golpe y porrazo, ¡se permite a los cubanos alojarse en los mismos hoteles que los extranjeros! ¡Hurrraaaa! Y pocos días después, ¡se autoriza la compra de microondas y vídeos! ¡Guau! Pero espera, porque todavía hay una reforma más radical e intrépida: ¡los teléfonos móviles ya no serán de uso exclusivo de los mandamases! Lo repito para que te des cuenta de la enormidad: ¡los móviles van a dejar de estar prohibidos para los cubanos! ¿No es impresionante y superguay?
Cuanto más feroz es una dictadura, más opaca resulta y más se parece a un agujero negro que no deja escapar ni un rayo de luz. Pasó con la URSS, por ejemplo; en el momento, y desde fuera, casi nadie alcanzaba a atisbar completamente el grosor del horror que ocultaba, y fue sólo después, al colapsarse, cuando fue emergiendo capa tras capa su roña indecible. Para quien quiera fijarse, hace mucho que está claro el totalitarismo cubano; acaban de cumplirse cinco años de la primavera negra, aquel paroxismo represivo que llevó a la cárcel, con penas de hasta 28 años de prisión, a 75 disidentes. Todavía quedan 58 dentro en condiciones terribles. Las Damas de Blanco, esposas de los presos, llevan años denunciando el infierno castrista con increíble coraje. Bastaría con pararse a escucharlas para saber, pero los humanos nos aferramos a nuestros prejuicios. Por eso este goteo de disparatadas medidas puede ser útil para que algunos empiecen a ver lo que no veían: un país que prohíbe alojarse en el mismo hotel que los extranjeros, comprar un microondas, tener un móvil. Lo cual no es más que un símbolo estrafalario de las otras prohibiciones fundamentales. La punta del iceberg del gran infierno.
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