lunes, mayo 19, 2008

RATONCITO PEREZ

Nota del Blogguista

También la tiranía Castrista de medio siglo nos ha enseñado a utilizar palabras, como, por ejemplo: esbirro , con una enorme e irresponsable ligereza y prodigalidad. Quizás Roberto Hernándeez del LLano haya sido un esbirro, pero el autor no lo demuestra. Por otra parte, es difícil que una persona de la Contrainteligencia de la Inteligencia cubana ejerza el triste y despreciable papel de esbirro.

Del Llano dice cosas que muchos cubanos sabíamos, pero ha dado detalles de otras que ni siquiera nos imaginábamos: las relaciones entre las relaciones íntimas de las esposas de Antonio Nuñez Jiménez y la del exdirector de la corporación Cubanacán con Fidel Castro y el papel que ambas han desempeñado en las cuentas multimillonarias del Tirano Mayor.

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Tomado de Cuba Encuentro.com


Ratoncito Pérez

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Los bancos de películas hacen su agosto con las grabaciones de un esbirro (arrepentido) en la televisión de Miami.
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Por José Hugo Fernández, La Habana | 19/05/2008

Los bancos que en La Habana se dedican al alquiler de películas en casetes y en discos, están volviendo a hacer la bola debido a un fenómeno curioso: el inusitado interés de nuestra gente por ver mediante una pantalla de televisión algo que durante varias décadas han tenido delante de sus ojos en vivo y en directo.

La mayor demanda ahora mismo en estos bancos —particulares, ilegales— son las grabaciones del programa María Elvira Live, que emite el canal 22, Mega TV, de la televisión de Miami, y que justo en estos días ha estado dando cobertura a las declaraciones de un esbirro (arrepentido, o es lo que dice él) de la dictadura cubana.

Llegado recientemente a Estados Unidos, este hombre, ex oficial de la Seguridad del Estado, revela pormenores sobre casos de corrupción y privilegios entre altos representantes del régimen. Muchos de los testimonios son ilustrados con vídeos y fotos, que consiguió llevar consigo desde la Isla. Es en ello, precisamente, donde parece radicar el gran atractivo de sus comparecencias.

En particular, los habaneros fijan su atención y manifiestan su escándalo ante las imágenes de las muy lujosas residencias que poseen nuestros mandamases, o las que, según el testigo, han repartido entre amantes, familiares y amigotes. Y he aquí lo curioso, porque ni tales residencias son nuevas ni tampoco lo es su torcido manejo.

Dormir y callar

A lo largo del último medio siglo, quienes viven en Cuba han visto —con extraña indiferencia o resignación o desidia, o incluso aprobación— cómo muchas de las propiedades de los antiguos millonarios y latifundistas fueron a parar gratuitamente a manos de los advenedizos jerarcas del poder o de sus favorecidos.

Todos sabemos dónde están ubicadas esas propiedades, las vemos de cerca (aunque no tanto, sólo hasta donde nos lo permiten las postas palaciegas), tenemos plena conciencia de su condición de paraísos prohibidos para la gente de a pie, y aun más, nos guste o no, aceptamos tan bochornosa realidad como algo, más que inevitable, providencial, sin detenernos siquiera en el mero cálculo entre lo que valdría adquirir y mantener decentemente una de ellas (no digamos varias a un tiempo) y lo que en rigor perciben como salarios sus actuales dueños.

Basados en teorías de una simplicidad malévola —pero que ellos catalogan como revolucionarias—, nuestros mandamases nos hicieron creer que era lógico, lícito y hasta moral que aquel que nada tiene se apodere de lo que le falta despojando violentamente a los que tienen. Lo que nunca nos enseñaron es que, a la hora de distribuir el botín, nuestros paladines de la justicia revolucionaría harían suya cierta vieja máxima, según la cual al que reparte y reparte siempre le toca la mejor parte.

O sí, también nos enseñaron eso. Sólo que no a través de sus discursos, sino de cara al hecho concreto, haciendo valer otra joya del refranero popular: la letra con sangre entra. Y hay que ver lo bien que nos ha entrado. Al punto que hoy corremos en pos de las "revelaciones" de aquel esbirro arrepentido y las pagamos a precio de novedad, tal y como si hubiésemos nacido ayer de tarde.

Claro que nunca es tarde si la dicha es cierta. Aun cuando no haya dicha que reafirmar, y a pesar de que nuestro nuevo e inusitado interés no nos induzca sino a las mismas actitudes de toda la vida: dormir y callar, como el Ratoncito Pérez.