DAVID O EL POLITICO
David o el político
Por Rafael Rojas
En su ensayo ''Mirabeau o el político'', José Ortega y Gasset señalaba que había dos tipos de políticos en la historia: el ''cesarista'' o ''napoleónico'', que identifica la razón de Estado con el poder personal, y el ''magnánimo'', que reconoce y concilia intereses contradictorios en aras del bien común. Mirabeau, un personaje poco conocido si se le coloca junto a Napoleón o Bismarck, fue, según Ortega, quien inventó ''en pocas horas la política del siglo XIX, la de la monarquía constitucional''. En la revolución cubana, Fidel Castro personifica al primer político y Frank País al segundo.
A sus veintitrés años, País, joven maestro bautista, era el líder más importante de la insurrección contra Batista. Castro era el ''jefe máximo'', pero su posición en la Sierra, al tiempo que lo resguardaba y reforzaba militarmente, lo limitaba para relacionarse con los demás actores políticos de la isla. Entre noviembre de 1956 y julio de 1957, País, desde Santiago de Cuba, realizó una actividad conspirativa y, sobre todo, política que, en buena medida, permanece hasta hoy subestimada u olvidada por la historiografía oficial.
País fue el organizador de la oposición armada en las ciudades, el principal abastecedor de hombres, dinero y armas a la Sierra y, por si fuera poco, el hacedor de pactos fundamentales entre el 26 de Julio y otros actores políticos, incluidos el Ejército y la Marina de Batista y el consulado de Estados Unidos en Santiago. Era, por supuesto, un revolucionario, es decir, un político que practicaba la violencia urbana, pero en sus cartas es constante la preocupación por la muerte de civiles y la reprimenda a los miembros de acción y sabotaje de La Habana por su comportamiento gangsteril.
En el verano del 57, País manejaba un presupuesto cercano a los 40,000 pesos, casi todo conseguido por ''gestiones personales'' y una pequeña parte por la venta de bonos. Entre un 50% y un 60% de esos ingresos iba a la Sierra --Castro le dice en una carta de junio que la Sierra cuesta más de seis mil pesos mensuales-- y el resto se gastaba, sobre todo, en las bombas que reventaban en La Habana. Días antes de su ejecución, David --su nombre de guerra-- planeaba una reestructuración política del movimiento por medio de la creación de milicias nacionales, un gobierno provisional cívico-militar encabezado por Raúl Chibás y un segundo frente.
A pesar de la vigilancia, País conversaba con quien lo procurase. En sus últimas cartas habla de una charla de cinco horas con un ''delegado especial'' de la Marina, cercano a Ramón Barquín, líder de la conspiración militar de ''los puros'' de abril del 56, y a Dionisio San Román, quien sería el jefe del levantamiento del 5 de septiembre en Cayo Loco, Cienfuegos. País le dice a Castro que ''en la Habana hay millares de militares conspirando'' y que si el 26 de Julio y Castro, en particular, reconstruyen la ''imagen caudillista y ambiciosa'' que tienen ante los altos mandos desde la época del gangsterismo universitario, pueden ``plantearle al Ejército un acercamiento a algo ya serio y de pleno acuerdo como sería el Movimiento y la Marina juntos''.
Otro tema de insistencia en las últimas cartas es el de sus conversaciones con el cónsul y el vicecónsul de Estados Unidos en Santiago y la necesidad de lograr el reconocimiento de beligerancia por parte de Washington. País recomienda que la Sierra reciba a algún diplomático de alto rango del Departamento de Estado, a lo que Castro responde con desgano: ''podemos recibir aquí a cualquier diplomático americano, como recibiríamos un diplomático mexicano, o de cualquier otro país''. La reconstrucción democrática de la imagen de los revolucionarios, a la altura del verano del 57, era una prioridad para País. El reportaje The Story of Cuba's Jungla Fighters de la CBS, realizado por Robet Taber y Wendell Hoffman, y gestionado por Mario Llerena, en el que aparece un vehemente Fidel democrático, fue concebido con esa intención.
Pero lo que para Castro era una campaña mediática, para País era un compromiso político. Fue éste quien incitó a los miembros del 26 a colaborar con los oficiales de la Marina y a solidarizarse con los auténticos cuando el desembarco del Corinthia, la expedición liderada por Calixto Sánchez y financiada por Prío. País se tomaba tan en serio la identidad democrática de la revolución que en los últimos días de julio del 57 organizó varias manifestaciones pacíficas en Santiago para, entre otras cosas, impresionar al nuevo embajador de Estados Unidos, Earl E. T. Smith, en visita por esa ciudad, y presionarlo para que Washington tomara distancia de Batista.
El 30 de julio, los hombres de Salas Cañizares ejecutaron a Frank País y Raúl Pujol en un callejón de Santiago. Al día siguiente, en carta a Celia Sánchez, Castro ordenaba a René Ramos Latour, el segundo de País en la clandestinidad oriental, que subiera a la Sierra para tener una ''conversación urgente''. Comenzó, entonces, un progresivo control personal de Castro sobre las bases urbanas del 26 de Julio y sobre la representación del movimiento en el exilio, que llegaría a su punto culminante con la desautorización del Pacto de Miami y el fracaso de la huelga del 9 de abril de 1958.
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