¿ CUANDO PROTESTA EL CARDENAL ?
La homosexualidad no es algo normal, partiendo de que lo normal es aquello que más significativamente se presenta en la vida. La homosexualidad, según la religión cristiana, es algo que va en contra del plan de Dios con la persona humana en el sentido de que Dios los hizo hombre y mujer y el uno para el otro, pero hay otras muchas inclinaciones humanas que van también en contra del plan de Dios con el hombre y sin embargo, la mayoría de las personas no le dan el peso o la importancia que le dan a la homosexualidad; la propia excesiva inclinación por el otro sexo apartan, según la religión cristiana, a la persona humana del plan de Dios. Observen que no estoy hablando de otras religiones, como, por ejemplo, la religión musulmana, sino específicamente de la religión cristiana.
Sin embargo, la religión cristiana no rechaza al homosexual al ser éste también hijo de Dios. La religión cristiana se comporta con el homosexual de la misma manera que con aquellas otras personas que se apartan del Plan de Dios con el hombre por otras causas, motivos, razones o deseos. Pero una cosa es aceptar y tratar de encausar nuevamente a la persona al Plan de Dios y otra cosa es verlo como algo normal y hasta incentivar esa conducta o inclinación. La religión cristiana trata, por ejemplo, de encausar al mujeriego o a la mujer casquivana al Plan de Dios, según las enseñanzas de Cristo; eso mismo hace con los homosexuales.
Todos en determinados momentos de nuestras vidas nos apartamos del Plan de Dios con el hombre por numerosas conductas, comportamientos, etc., que asumimos. Nuestro actuar con las demás personas debe ser no exagerar una desviación del Plan de Dios por encima de lotra, ni tampoco aceptarlas como algo que sencillamente es normal e insignificante.
En otras religiones y culturas, la homosexualidad, la promiscuidad, etc., tienen otra valoración.
He hablado de religiones; no de religiosos.
Muchas veces es tan malo no llegar como pasarse; exagerar como no darle importancia. Esta es una de ellas.
¿Cuándo protesta el Cardenal?
Por Luis Cino
LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) - Parece que después de todo, Mariela Castro tiene razón. La homofobia está mucho más arraigada en los cubanos de lo que suponíamos. Está tan prendida en el alma castrista-machista-leninista de algunos veteranos de la elite gobernante y algún que otro prejuiciado de a pie como en la alta jerarquía de la Iglesia Católica.
La cruzada de Mariela Castro y el Centro Nacional de Educación Sexual contra la homofobia hizo saltar al cardenal Jaime Ortega, habitualmente sereno y moderado. El Arzobispo de La Habana no pudo soportar tanta afrenta y tuvo en voz alta que expresar, porque sus fieles sorprendidos y disgustados lo exigían, el rechazo de la Iglesia.
Era de esperar una reacción similar por parte del tradicionalmente conservador en este tema, alto clero católico. Sólo que Monseñor Ortega no suele hablar alto y claro cuando de políticas oficiales se trata. El cardenal prefiere ser cordial con el régimen: conserva los espacios ganados por la iglesia y mendiga mínimos espacios más. Entretanto, acompaña a Monseñor Céspedes en su admiración por Ché Guevara y ora fervientemente por la salud del Comandante.
El Cardenal Jaime Ortega considera que la campaña oficial en pro de la diversidad sexual “fue más allá de combatir el rechazo o el maltrato a las personas homosexuales”. Para el Arzobispo de La Habana fue demasiado fuerte la impresión de ver la bandera gay en el Pabellón Cuba, Brokeback Mountain en la televisión y el afocante espectáculo de travestís en el teatro Astral. Peor aún: que el gobierno autorice las cirugías de cambio de sexo y legalice las uniones de parejas homosexuales.
El Cardenal Ortega opina que el gobierno cubano, en cuanto al tema de la homosexualidad, debió sustraerse a “la ideología liberal sustentadora del todo vale”. Supongo que para ello hubiera recomendado el mismo método que utilizó y utiliza para sustraerse en cuanto a democracia, derechos humanos, estado de derecho, economía de mercado y otras zarandajas terrenales que no deben ser de la incumbencia del Monseñor porque casi nunca las menciona.
Al Cardenal Jaime Ortega y a algunos feligreses de mentalidad tan medieval como la suya, les asusta más que “el asunto de la homosexualidad se presente como algo normal” que todo lo demás que ocurre (o desafortunadamente no ocurre) en Cuba.
Sorprende y deja pasmado la prontitud y lo enérgico de la palabra eclesiástica en el tema del homosexualismo y la cruzada pro gay de Mariela Castro.
No hubo una palabra de la Iglesia con tanta energía por los muertos del Canímar y el remolcador “13 de marzo”. Tampoco por los tres jóvenes de Centro Habana que intentaron secuestrar la lancha de Regla y a los que fusilaron para “parar en seco” un éxodo masivo.
¿Ninguno de sus fieles, ni siquiera alguna de las Damas de Blanco que acuden cada domingo a la iglesia de Santa Rita, le habrá implorado a la jerarquía católica que hable sobre los prisioneros de conciencia? ¿Será que las violaciones de los derechos humanos y la falta de libertades políticas y económicas de los cubanos no ameritan la palabra de la Iglesia?
Como el Cardenal Ortega, Monseñor Bertone, durante su visita a Cuba, tampoco abordó esos temas. Aclaró a la prensa que no incurrió en la desmesura de solicitar una amnistía para los presos políticos. Es una pena que no se pronuncien por la libertad las pocas voces que pueden hacerlo. Los cubanos, que nos ahogamos en la opresión, no entendemos de sibilinas políticas eclesiásticas.
El Cardenal Ortega sigue desperdiciando las oportunidades de que la Iglesia Católica cubana juegue un papel digno en un momento histórico crucial. Al Monseñor, en línea directa con Torquemada y el Santo Oficio, le preocupa más que algunos homosexuales inconformes con su cuerpo (para él, aberrados merecedores de la hoguera) escapen de su prisión y sean libres, a través de una operación autorizada por el Consejo de Estado.
Dice Palabra Nueva, publicación de la Archidiócesis de La Habana, que la campaña gubernamental tiene la apariencia del desagravio: “Fue precisamente después de 1959, con el propósito del hombre nuevo, que la homofobia se impuso a base de carros-jaula, prisión, trabajos agrícolas y la invitación a emigrar”.
El Cardenal Ortega, enviado por el régimen a cortar caña en las UMAP en sus tiempos de seminarista, no quiere desagravios para los gays, los hippies y los Testigos de Jehová. Él no necesita desagravios ni disculpas. Le basta con sus relaciones cordiales con la Oficina de Asuntos Religiosos del Partido Comunista.
Dicen que al Cardenal, hace más de 40 años, tras las alambradas de un campamento en Camagüey, los guardias le sembraron el miedo en el alma. Todavía le dura. Sólo la homofobia logró que lo venciera.
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