LA TORTURA
Por Nicolás Pérez Díaz Argüelles
El tema está de moda, en la primera página de la prensa mundial. Se trata del descontrol de la furia, la falta de voluntad para establecer políticas éticas frente al enemigo. Hablo de la tortura.
Para mí el Fidel Castro que aplauden los premios Nobel Gabriel García Márquez y el portugués José Saramago nunca me causa tanta vergüenza ajena como cuando repite una y otra vez descontrolado emocionalmente: ''En Cuba jamás se ha torturado'', como si los crímenes se exorcizaran con plabras. Y más que una evidencia es un epitafio que el hombre que gobernó a su pueblo medio siglo con mano de hierro ni confunde ni convence. Quien fusila sin miramientos tortura sin contemplaciones.
Para mí son una misma cosa Fidel Castro y ''las cabañitas'', el centro de interrogatorios más despiadado que hubo en Cuba de 1959 a la fecha.
Finales de septiembre y principios de octubre de 1962 fue una época de mi vida que, aunque pretendo olvidarla, me llega imprudentemente de tiempo en tiempo a modo de ráfagas. Por distintas causas. En esta ocasión viendo un programa de televisión. Allí se entrevistaba a la enfermera Niurka Jiménez, que ventilaba una discusión con Hilda Molina, ex directora del Centro Internacional de Restauración Neurológida (CFIREN).
Hay un momento en que Niurka Jiménez se aparta del objetivo de su comparecencia y habla de dos pacientes ''secretos'' que estuvieron recluidos en esa clínica bajo un régimen especial. Una, la esposa del presidente del parlamenteo cubano, y ofrece, siguiendo el corte sensacionalista del programa, datos innecesarios de la relación entre la enferma y Ricardo Alarcón. Seguidamente da el nombre del segundo paciente llamémosle especial y me estremezco en mi asiento: se trata de Carlos Mori Ballenillas. Estaba en el lugar porque padecía de un desorden neurológico llamado mal de Hunttington.
El coronel Carlos Mori, un hombre que para muchos no significa nada, es crucial en la alforja de mis recuerdos. Al principio de su carrera la revolución cubana le ordena dirigir los interrogatorios contra la dirección nacional del Directorio Revolucionario Estudiantil, episodio que se convertiría más tarde en la causa 484 de 1962 del Tribunal #1 de la Fortaleza Militar de La Cabaña. Se trataba de sacar información a un grupo de importantes enemigos a sangre y fuego, sin reparar en los método que se utilizaran. El acepta la misión y la cumple con viciosa frialdad.
Y hoy me veo de nuevo a los 20 años, casi un niño, después de una violenta discusión con Mori, mi ex compañero de colegio en la Havana Military Academy, en aquella nevera de un sótano, en medio de la oscuridad total, con los ojos cerrados, las mandíbulas contraídas, en posición fetal, el ruido horrible de aquel compresor, y un frío destructor me va paralizando cada extremidad, cada músculo. Y aquella sesiones de interminables preguntas dirigidas por bestias formadas por la Stasi alemana, cuyo objetivo antes de fusilarte era destruirte, hacer polvo tus convicciones hasta convencerte de que no tenías escape, que estabas en el bando de los perdedores, que combatías al pueblo uniformado, que el comunismo era el fin de la historia. Perdido en el fanatismo y el tiempo, sin saber si en un indescifrable rato habían transcurrido un día o un año. Nevera e interrogatorio. Interrogatorio y neveras. Y sentías que llevabas una cantidad inconcebible de tiempo sin dormir un maldito segundo. Y llega un punto en que lleno de vergüenza, debilidad y pánico fingías creer todo lo que decían, sugerían y afirmaban tus enemigos, porque de no hacerlo sabías perfectamente que seguirían martillando hasta hacerte añicos. Y entonces, sin un argumento más que defender comenzabas a rezar con desesperación, sin saber lo que decías, sin sentir ni arrepentimientos ni actos de fe, pero de algo estabas seguro: si parabas de rezar, te quebraban. Y jamás, ni antes ni después, tuve un testimonio más claro del poder de la oración. Y hoy, aun cuando sufro una severa crisis religiosa, reconozco que en el momento más grave de mi existencia, cuando pensé que nada tenía, me quedaba Dios, y El no se separó de mi lado un segundo.
Es por esto que algunos dicen no entender cómo perdono a mis enemigos. Lo hago porque ellos fueron las víctimas. Porque el comunismo no fue el fin de la historia. Porque la revolución cubana es un sueño en ruinas. Gané y ellos perdieron. El torturado sale del episodio destrozado física y mentalmente, pero moralmente íntegro, mientras que el torturador cargará con su barbarie hasta el último día de su vida... Olvidar es difícil, ¿pero cómo no perdonar?
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Fonte: El Nuevo Herald
http:www.elherald.com
Las torturas de Fidel Castro (Primera Parte)
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