DOS FUERZAS
Dos fuerzas
Por Raúl Rivero
Un huracán que arranca de raíz un palmar es un organismo maldito. Un fenómeno que la naturaleza y sus demonios incontrolables ponen en la tierra para que el hombre sepa que todos sus aparatos, sus termómetros y sus máquinas perfectas son unos juguetes frágiles, inútiles, frente al poder del agua y de los vientos.
Esa es la demostración que ha hecho en el Caribe el ciclón Gustav, con su nombre de detective o de agente secreto. Arrasó en La Española y en Jamaica. Mató y violó techos y habitaciones privadas, ahogó las cosechas y puso a huir a miles de personas.
En el occidente de Cuba, en la ingenua y serena provincia de Pinar del Río y en la solitaria Isla de Pinos, derribó árboles, hirió, acabó con cosechas y viviendas, y se perdió en el mar para hacerse más fuerte y seguir su camino hacia Nueva Orleans, donde se le conoce por su parentela y se le teme por su violencia.
Aquella es una región devastada. Recién salida de una guerra contra la que la única protección posible son los refugios altos y reforzados, la paciencia y la espera para salir después a comenzarlo todo en unas jornadas peores que las de la creación original.
( Vivienda de Los Palacios )
Para todos los países tocados por ese cuerpo sin pies ni cabeza, provisto de un ojo ciego en la cumbre de sus rachas fatales, es una desgracia haberlo tenido de unas horas en su geografía. Para todos, por mucho que conozcan sus viajes y sus temperamentos, es una condena adicional a los desbarajustes sociales, las injusticias y las torpezas humanas que padecen.
Allá, la gente de la calle y el campo, las personas que tienen un compromiso casi eterno con la intemperie y una dependencia sin fecha de abolición con los milagros de la pobreza, ven llegar los huracanes como un nuevo castigo por fechorías de las que ellos son inocentes.
Eso pasa ahora en el occidente cubano, esa porción de tierra que mira al mar y se mira a sí misma en los valles y en los mogotes famosos de Viñales.
Y, en esa misma zona, un poco más hacia el oriente, en La Habana húmeda por los aguaceros de Gustav, se puede tocar todavía la fuerza de otro huracán discreto, proveniente de la naturaleza humana que tiene y puede distribuir también sus poderíos.
Se trata del músico Gorki Aguila, un roquero libre que canta en su país.
La semana pasada lo arrestaron y lo querían condenar a cuatro años de cárcel. A las autoridades les molestan sus canciones, escritas para decir lo que ellos piensan que es la verdad de lo que pasa en Cuba.
Tuvieron que cambiarle los cuatro años por una multa de 600 pesos porque la solidaridad internacional no dejó nunca sólo al músico en el calabozo. Esa es otra fuerza. La fuerza positiva que se opone a la violencia y a la destrucción del poder que se ejerce con rachas de viento o de soberbia.
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