sábado, septiembre 20, 2008

EL GENERAL EN SU LABERINTO

El general en su laberinto



Por Alejandro Ríos


Los amaneceres no son muy apacibles en el espacioso apartamento que el general Raúl Castro comparte con su familia en lo que fuera la vistosa Avenida 26 de el Nuevo Vedado. Las hijas, sus asistentes y el servicio doméstico tratan de no importunarlo cuando la cubertería es prolijamente dispuesta para el desayuno que prefiere frugal con tostadas, jugo de naranja y alguna mermelada. El zumbido del aire acondicionado sustituye cualquier otro sonido no autorizado en su celosa privacidad.

Le ha solicitado con urgencia a cada ministro, dependencia partidista y altos mandos del ejército soluciones impostergables para paliar la tragedia desencadenada por los impertinentes huracanes que han detenido, abruptamente, el buen curso de sus calibradas reformas. Cuando ya había logrado una eventual invisibilidad, delegando funciones del gobierno a sus más ambiciosos adláteres, se siente impelido a figurar en algún que otro evento vinculado a la destrucción causada por las tempestades para cumplir con los disparatados reclamos de su hermano, el escribiente, y para que el pueblo lo imagine interesado en los destinos inciertos del país.

Nada está saliendo bien. Hasta Juanita, la hermana exiliada, quien había mantenido meses de discreto silencio, ahora vuelve a imprecarlo mediante la prensa enemiga para que facilite, de modo expedito, el tránsito de la ayuda que Cuba precisa de los Estados Unidos.

Menos mal que Mariela, la hija más visible y locuaz, ha pactado una tregua en su cruzada mediática por la comunidad gay cubana. Hace días que no se atreve a mencionarle el dichoso tema.

El hermano tampoco colabora mucho con sus erráticas redacciones. En una, cita textualmente la carta de un tal Kcho, reconocido artista y parlamentario por la Isla de la Juventud, que le escribe de cómo el pueblo caerá en una depresión insondable cuando descubra que salvó la vida para no encontrar alicientes de la propia vida en un páramo devastado por la tormenta. Y en otra acotación incluida al comienzo de una carta dirigida a Randy Alonso de La mesa redonda, el convaleciente explica que la destrucción y el esfuerzo por menguarlo no han podido ser vistos por millones de cubanos que no tienen ni tendrán servicio eléctrico. Serán los desvaríos de la enfermedad o se trata de una sutil conspiración para hacerlo lucir peor.

Tanto Raúl como su hermano suelen pensar que los artistas son gente complicada y sin los pies sobre la tierra. No ha terminado el desayuno cuando abre el file con los paliativos para la catástrofe y se encuentra con un proyecto de Abel Prieto, ministro de Cultura, quien propone el envío de una brigada cultural a las zonas más golpeadas, empezando por Pinar del Río, de donde es oriundo. Esto se parece a la gira de Silvio (Rodríguez) por las prisiones. Para este nuevo plan, los cantautores Amaury Pérez y Vicente Feliú hablan de manera descabellada sobre las virtudes del arte como sanación del alma cuando el mundo se viene abajo, desde sus cómodos hogares habaneros, abundantes en parafernalia capitalista traída de sus numerosos viajes al exterior.

¿Pero acaso no fue el propio Marx quien abogaba primero por el pan antes de abrirle el camino a la justicia y a la cultura? Estos trovadores se han creído lo del arte como arma de la revolución y en vez de enviar sacos de arroz, reclutan poetas, y a falta de frijoles tendrán una orquesta de cámara sobre el lodazal perpetrando a Debussy.

El general piensa que cuando amaine la atención de la prensa internacional y Cuba vuelva a quedar sola con sus asuntos, como debe ser, las aguas rebosadas regresarán a su cauce y se harán muchas promesas, como siempre, y ganará más tiempo, que es lo que necesita para tratar de dilucidar el rompecabezas heredado de su pariente.

Tal vez tienen razón los artistas: mientras las famosas reservas de alimentos del estado se desvanecen, las espirituales se reproducen y enriquecen el ánimo. Un poco de humor y guitarra hará que este capítulo concluya y él podrá seguir, reclusivo, convenciendo al mundo de su programa de reformas.