sábado, septiembre 20, 2008

REMEDIO PARA EL MAL MAYOR

Remedio para el mal mayor



Por Vicente Echerri


Lo peor que les puede haber pasado a los damnificados de los huracanes Gustav y Ike en Cuba es el castrismo, que azota al pueblo cubano sin pausa desde hace casi medio siglo. En ese marco de desgracias, estas calamidades naturales, por feroces que hayan sido, son insignificantes en comparación. Los ciclones pasaron y han dejado sus estragos; la tiranía perdura y, por su sola existencia, agrava o anula cualquier esfuerzo serio de recuperación.

La quiebra económica y administrativa del régimen cubano, su tradicional ineficacia, se pone al descubierto ante la crisis actual cuando los dirigentes políticos advierten a los ciudadanos que deben recoger los escombros de sus casas --casuchas en la mayoría de los casos--, incluidos los clavos, para iniciar cualquier reconstrucción. El impúdico reconocimiento de este fracaso de gestión (que debería llevar al suicidio a cualquier líder, grande o chico, con un átomo de vergüenza) enfrenta a las víctimas con la más grave secuela que pueda dejar una desgracia de esta índole: el profundo pesimismo ante sus miserables destinos, la certeza de que cualquier progreso real con que pudieran haber soñado es ficticio, otro fraude de la revolución que habla en su nombre. Si algo se llevaron los huracanes a su paso por Cuba fue cualquier esperanza de mejora que podría haberles quedado a los más pobres.

( Uno de los tantos desastres producto de los efectos del huracán Fidel , baja tropical nacida en Birán en 1926; nota del blogguista )

Nuestra comunidad exiliada, conmovida por este desamparo de tantos, se ha movilizado para enviarles ayuda a sus compatriotas en desgracia; pero este esfuerzo, así como el que podría brindar el gobierno de Estados Unidos, se ha visto obstruido por las desvergonzadas ambiciones de los mandantes de Cuba, que quieren aprovecharse de la situación para obtener una ganancia política a la que desesperadamente han aspirado durante muchos años: la legitimidad que devendría de la suspensión, aunque fuera parcial, de las sanciones económicas impuestas por este país. No contento con los sufrimientos que les ha infligido a los cubanos, el castrismo insiste en pescar en río revuelto. Las secuelas de un huracán podrían servirle para lograr lo que no ha podido por otros medios: que Estados Unidos financie --aunque sea indirectamente-- la represión y la corrupción de la mafia de La Habana.

La negativa del gobierno norteamericano a caer en esta trampa ha suscitado ya algún debate y división entre los nuestros de esta orilla, división que, por momentos, parecería ser un reflejo de la campaña electoral que al presente enfrenta a demócratas y republicanos por la Casa Blanca. Es lamentable que la ingenuidad e inmadurez de algunos exiliados cubanos (para descontar la malicia y la complicidad que hay también, aunque en mucha menor medida) pueda hacerlos coincidir con la agenda del castrismo, so pretexto de la compasión que, en este momento, está en el ánimo de todos nosotros y que debe unirnos en solidaridad con los que sufren en Cuba: tanto las víctimas más recientes de estas desgracias naturales --que carecen de lo más perentorio por culpa de la crónica incompetencia de los que mandan-- como casi todos los demás. Unos y otros, los que tienen techo y los que lo han perdido, padecen el oprobio de una interminable tiranía que la presente crisis sirve para poner más al descubierto su impiedad, su cinismo, su carencia de escrúpulos y su rotundo fracaso como administración pública.

Está bien que intentemos hacerles llegar socorros a los cubanos más necesitados en esta hora de apremios, por las vías que podamos, independientemente de si son familiares nuestros o no, de si piensan como nosotros o contrario a nosotros; pero sin perder de vista que la secuela de estos huracanes que han dejado desamparados a tantos es un mal menor si se le compara con el absoluto hundimiento económico, la perversión moral, la quiebra institucional y la desesperanza colectiva que genera e infunde sobre una población esclava uno de los regímenes más absurdos que existen ahora mismo sobre la faz de la tierra, cuya remoción debe seguir siendo indeclinable objetivo y el más compasivo y solidario compromiso hacia aquellos que lo padecen. Esa es la opinión que, con unánime voz y sin fatiga, deberían oír siempre de nosotros el pueblo y los políticos de Estados Unidos, hasta que, por caridad y obligación moral --no por conveniencia, que ninguna habría-- se sintieran animados a buscarle remedio al mal mayor.

©Echerri 2008