POLÍTICA Y PASTORAL
Política y pastoral
Por Andrés Reynaldo
Para confirmación de los creyentes y mortificación de los escépticos, el huracán Ike entró por la Bahía de Nipe en víspera de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre. Por supuesto, hay un abismo entre creer y no creer. Pero el simbolismo de la fecha y el lugar se complementan con el ansia cataclísmica de muchos cubanos cansados de esperar por un milagro.
Este aniversario venía, por lo demás, cargado de significado, al iniciar el trienio preparatorio por los 400 años del hallazgo de la imagen de la Virgen en las turbulentas aguas de la bahía, en 1612. Eran tres hombres acosados por la tormenta. Los indios monteros Juan y Rodrigo de Hoyos y el negro Juan Moreno. Desde entonces, esa advocación mariana ha dominado el catolicismo de la isla, hilando su iluminadora leyenda al trágico tapiz de la nación.
A sus pies se postró Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, el 27 de noviembre de 1868, apenas un mes después de haber liberado a sus esclavos (probablemente nuestro gesto de mayor coherencia moral en todos los tiempos) y dar machete en mano el grito de la gesta de independencia. Céspedes, que fue extraordinariamente culto, incluso para la norma de hoy, conocía a los hombres y conocía el país. Sabemos que oró por la libertad de su tierra. No es descabellado pensar que pidiera igualmente la mediación divina en la empantanada trama de intrigas, traiciones y protagonismos caudillistas que ya minaban el esfuerzo independentista.
Treinta años más tarde, el general Calixto García Iñiguez, excluido humillantemente de la firma del Acta de Capitulación de España ante las fuerzas de intervención norteamericanas, ordena que se celebre en el santuario una misa considerada como la ''declaración mambisa de la independencia del pueblo cubano''. Poco se ha reparado en este hecho. Arrojados al margen de nuestro propio destino por la mezquindad del presidente William McKinley, hallamos bajo el techo de la Caridad del Cobre el único espacio posible para un primer acto de afirmación política. La república (nuestro inalcanzado proyecto de república) nace, al menos en alma, ese 8 de septiembre de 1898.
A lo largo del siglo XX, esta devoción acompañará las principales jornadas nacionalistas. Fidel Castro, salvado quizás de una muerte segura en 1953 por la intervención de monseñor Enrique Pérez Serantes, baja de la Sierra Maestra con una medalla de la Virgen colgándole del cuello. En noviembre de 1959, la imagen de El Cobre es llevada en andas hasta la Plaza de la Revolución, donde la aclama más de un millón de personas, en ocasión del II Congreso Eucarístico Nacional. Es un momento de insondable júbilo, en que Iglesia y pueblo todavía ven en la revolución el anhelado giro hacia una plena democracia. No será hasta 1998, en Santiago, con la coronación oficial por el Papa Juan Pablo II y el viril y audaz discurso de monseñor Pedro Meurice Estiú, que la Patrona de Cuba volverá a presidir un acto donde la Iglesia de la isla habla con la voz del Crucificado, mientras a algunos de sus obispos se les manchaban los pantalones de pánico. Pueril pánico de no parecer demasiado serviles a los ojos de los verdugos de su rebaño.
Como la Virgen Negra de Czestochowa acoge en su santuario de Jasna Góra las energías espirituales y morales con que la nación polaca venció a sus opresores, desde los reyes suecos a la ocupación nazi y la dominación soviética, así la Caridad del Cobre nutre nuestra promesa de libertad y fraternidad. Una promesa con una vertiente tan pastoral como política. Esto lo comprende perfectamente el tirano, que no de otra manera se puede llamar a Fidel, aunque en algunos sitios oficiales de la Iglesia Católica en la red se le nombre ''Comandante en Jefe'', como si no bastara con el obligado eufemismo de ''presidente''. Y es una vergüenza, una desgracia y un serio error de supervivencia que no lo comprendan nuestros obispos.
Por ejemplo, la decisión de monseñor Jorge Enrique Serpa, obispo de Pinar del Río, de cancelar la misa del pasado lunes a petición de las autoridades, se inscribe en un patrón de florido y champanesco culipandeo que ha caracterizado las relaciones de los últimos tiempos entre Roma y La Habana. Un patrón anacrónico, política y pastoralmente abyecto, que sólo le concede a la Iglesia la potestad de coincidir con un régimen en bancarrota, conducido por una familia de cuatreros, a cambio del inmenso territorio social, moral, confesional y político que las circunstancias ponen a su alcance y que otros, a la larga o a la corta, van a llenar, porque el alma, como la naturaleza, también rechaza el vacío.
La Nunciatura del Vaticano, la Oficina de Asuntos Religiosos del Comité Central del Partido Comunista y, sobre todo, la Seguridad del Estado, deben de haber respirado tranquilos al saber que cientos de pinareños, abrumados por las penurias de un huracán recién ido y otro por venir, se volvían a sus destartaladas casas sin haber alcanzado un minuto de paz y esperanza en la comunión. Sin haber contemplado, en su agotado corazón, el mínimo calor solidario de una misa. Serpa, sin duda, ha de sentirse como una especie de municipal Richelieu, capaz de satisfacer los intereses del poder sin que la gente le cayera a pedradas. Capaz de aparentar la cuota de servidumbre que se le pide.
¿Cómo se sintieron el resto de los obispos? ¿Durmió bien esa noche el cardenal Jaime Ortega? ¿Y monseñor Carlos Manuel de Céspedes (sin relación ética con el Céspedes antes mencionado), tan sensible a los méritos humanitarios del Che, no tiene unas palabras de alivio para esos atribulados feligreses que anduvieron en vano, bajo la inclemente lluvia, desde los pueblos aledaños, con la ilusión de lavar su desamparo, su impotencia y su náusea en el manto de su patrona?
En su humilde santuario, rodeada de montañas, la Virgen de la Caridad del Cobre resiste al huracán de nuestra desdichada historia y guarda el reclamo de una renovada justicia. Sin tiranos como Castro. Sin obispos como estos. Acaso con mejores cubanos que todos nosotros.
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Por Pedro Pablo Arencibia Cardoso
Editor de Baracutey Cubano
El canto final de la misa, COMO ES TRADICIÓN, fue el emotivo y patriótico canto titulado Virgen Mambisa. Después de terminado dicho canto final y con ello la Misa, se empezó a cantar dentro del templo orándo frente al altar de la Virgen ( San Agustín decía que cantar es orar dos veces), el estribillo de la conocida canción Veneración, de Cueto el del Trio Matamoros, que dice : Y si vas al Cobre/ quiero que me traigas/ una virgencita de la Caridad/ Yo no quiero estampa/ Yo no quiero flores/ lo que quiero es Virgen de la Caridad.
Pero rápidamente el estribillo se cambió por: Yo no quiero estampas/ yo no quiero flores / lo que quiero es Cuba !! LIBRE DE VERDAD !!
Ese canto se fue incrementando y moviendo como una ola del altar hacia el frontispicio o portal del Templo y de ahí salimos por la verja varias decenas de feligreses a la acera y a la calle cantando esos versos acompañados con claves y otros instrumentos. Los miembros de la Brigada de Respuesta Rápida que estaban en la otra acera de enfrente del templo estaban desconcertados y no sabían que hacer; corrían y miraban asombrados a sus jefes, los cuales no estaban menos desconcertados.La celebración con esos cantos duró aproximadamente 15 minutos hasta que finalmente nos retiramos en grupos hasta nuestras casas .
Esa noche. muchos dormimos con el orgullo y la satisfacción de haber cumplido con la Virgen mambisa que nuestros ancestros veneraron.
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Parte II
http://es.youtube.com/watch?v=_A1OLhzs_Ks
Parte III
http://es.youtube.com/watch?v=rlkCDf-6OpU
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