BATALLAS DEL INFANTE
Batallas del infante
Por Alejandro Ríos
La primera vez que di con él fue en una adorable librería de viejos en La Habana de sus sueños, esos santuarios inconscientes de democracia donde todavía la censura no había dejado su marca indeleble y existía la posibilidad de encontrar, en desordenadas estanterías, títulos y autores que ya no eran del beneplácito editorial oficial, donde todo se depuraba con saña y premura.
Un oficio del siglo XX, primorosamente publicado por Ediciones R, con las críticas de cine de un tal G. Cain, alter ego de Guillermo Cabrera Infante, me puso en contacto con la más acerada, burlona y desenfada prosa cubana. También me reveló el comentario cinematográfico como disquisición estética.
En medio de la grisura socialista que ya encapotaba la festividad insular, encontrar a un escritor popular y sofisticado, con una expresión de libertad envidiable, me hizo indagar los pormenores de lo que ya se erigía como leyenda.
Rápidamente supe que Guillermo Cabrera Infante era persona non grata en Cuba, su país de origen. Uno de los intelectuales más vilipendiados por el régimen, que nunca ha tenido una pizca de buen humor en su aproximación a la realidad, algo que le sobraba al escritor, hombre ciertamente bizarro.
La segunda vez que me encontré con él fue en alas de una novela deslumbrante que debíamos pasarnos de mano en mano con la cubierta conveniente forrada para esquivar los diligentes informantes. Tres tristes tigres provocó infartos y zozobra entre los amanuenses de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba), quienes habían apostado a la disolución del autor lejos de La Habana, su musa constante.
Con la aparición de la novela se instaló un paradigma en la literatura hispanoamericana al margen del manoseado boom. Desde entonces, la policía política sabía que debía redoblar su esfuerzo para desacreditar el portador de tanta cubanidad hecha arte universal y se dio a la tarea de obstaculizar cualquier intento mundial por legitimarlo.
( Guillermo Cabrera Infante y Miriam Gómez )
En la isla fue borrado con alevosía de publicaciones, diccionarios y otras consultas bibliográficas. No tuvo ficha en la Biblioteca Nacional durante mucho tiempo y pobre del alumno que se le ocurriera estudiarlo en una universidad donde no figuraba en los planes académicos.
Antiguos colegas fueron reclutados para desmontar su prestigio contando chismes personales de su pasado como comadres rencorosas. El ministro de Cultura, con toda la autoridad de su rango, tuvo la osadía de salvar para la posteridad una de sus novelas y desestimó el resto de un cuerpo literario ejemplar del siglo XX.
La tercera vez que lo vi, ya con buena parte de su bibliografía en mi haber, fue casi un encuentro cercano del tercer tipo. En el escenario del proverbial teatro Olympia, disertaba sobre el cineasta Abbas Kiarostami, antes de proyectarse uno de los filmes del prestigioso artista iraní en el Festival Internacional de Cine de Miami.
Pocos años después, volvió a cruzar el Atlántico y devino el invitado estelar de la Feria Internacional del Libro de Miami. La noche memorable de su comparencia fue presentado por Reinaldo Bragado, quien aprovechó la ocasión para regalarle un texto donde quiso simular su inimitable estilo. No puedo olvidar la dicha de un poeta amigo cubano quien a la sazón se encontraba de visita en la ciudad y tuvo la suerte de ver disertar, en persona, un escritor invisible para sus coterráneos en la isla, como había afirmado Bragado.
Al día siguiente me tocó en suerte acompañar al novelista a un almuerzo informal. Al encuentro, que fue en una cafetería del centro comercial Bayside, concurrió uno de los más importantes poetas españoles contemporáneos, también invitado al evento, y todo parecía una fiesta hasta que salió a relucir el tema de Cuba.
Al parecer el poeta ibérico había coqueteado con representantes oficiales de la cultura cubana y Cabrera Infante se lo mencionó en uno de sus originales juegos de palabras a lo cual el otro respondió airado que no empleara su literatura para regañarlo. Y la discusión se fue acalorando y alguno que otro comensal miraba con curiosidad y recelo aquella escena de dos atildados señores debatiendo con ahínco, casi hasta los puñetazos. Nunca olvidaré la picardía y el brillo de los ojos de Cabrera Infante, atacando con el sable de su verbo implacable, defendiendo, como siempre, su postura anticastrista sin concesiones.
Pero la sangre no llegó al río, los ánimos se calmaron y todos regresamos en silencio a los predios de la Feria, donde este año Guillermo Cabrera Infante vuelve a tener una cita con sus lectores naturales cuando su compañera de toda la vida, la actriz Miriam Gómez, presente la primera de sus novelas inéditas, La ninfa inconstante, en una velada que promete ser memorable, animada por Nat Chediak, entrañable amigo de la familia Infante.
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