EL BARRIO Y EL REPARTO
EL BARRIO Y EL REPARTO
Por Juan González Febles
Me encontraba frente al edificio. Esperaba con paciencia de habanero mi ómnibus y disfrutaba de la belleza de este espacio, cuando vi descender desde uno de los balcones en los pisos superiores del edificio, un cometa. Tenía vivos colores y era mayor que los papalotes que empiné en mi infancia. El cometa detuvo su descenso a pocos metros de donde me encontraba y lo recogí. Miré hacia arriba y alguien hizo señas para que esperara.
Bajaron un hombre de unos treinta a treinta y cinco años y una niña de una edad indefinida entre los siete o quizás los nueve años. Llegaron con semblante distendido y ese halo que caracteriza a los que son felices y se sienten contentos de si mismos. Les entregué el cometa y se alejaron con su felicidad, luego de agradecer mi gentileza. Tanto el padre como la niña me dejaran el aliento de las sonrisas de gente plena y satisfecha.
-Hubiera dejado que se lo desbarataran las guaguas- dijo una voz detrás de mí –Esa gente no agradece nada y si se rompe, tienen fulas para comprar tres más como ese en la shopping- concluyó. Se trataba de una mujer negra de cincuenta o quizás casi sesenta años. No es fácil calcular la edad de una negra o de una china viejas. La mujer habló con un acento de odio y ríspida amargura.
-Bueno-dije-Se trataba de una niña y de su juguete.
-Hay muchos niños sin juguetes y sin comida. Por mí que revienten todos.
La mujer dijo esto y se alejó mientras llevaba con una cadena un perro viejo y flaco, que marchaba a su lado lenta y despaciosamente. Observé que el animalito levantaba la pata para orinar y que lo hacía poco después. Dejaba un rastro húmedo detrás de si, porque por la edad, no conseguía permanecer el tiempo necesario con la pata en alto.
Poco antes, en la tienda Galerías Paseo, una especie de Moll ubicado en la calle Paseo y 1ra, muy cerca del Malecón, pude escuchar un comentario similar. Se trataba de una pareja que compraba y conducía un carrito que consiguió llenar con todos los artículos que consideró necesarios y que podían pagar. El caso es que en sus comentarios, estas personas de bien, se referían despectivamente a los envidiosos ‘muertos de hambre’que trataban de robarles y quitarles, lo que ganaron con ‘trabajo y sacrificio’. Comentaban con un conocido encontrado al azar, como les robaron la reproductora de CD del automóvil…
La mujer negra y humilde vive en un barrio habanero; la pareja, en un reparto. El barrio detesta al reparto y el reparto, recíprocamente desprecia al barrio. En el barrio la basura se amontona y los edificios colapsan. La gente anda mal vestida y con el ceño fruncido. En el reparto la gente sonríe en forma distendida y en ocasiones, hasta se dan el lujo de ser cordiales. Uno puede ver a los residentes felices de los repartos Miramar y Nuevo Vedado, (por citar ejemplos) hacer ‘jogging’. Esto es, trotar para ejercitarse por calles de césped bien cortado y parterres cuidados. En Lawton donde resido, cuando un pobre o un negro corren, no se ejercitan: La policía les persigue.
Lo anterior constituye un ejemplo de la polarización a que ha llegado la sociedad cubana, una sociedad de Barrio vs reparto. O como se dice mejor: ‘Esta gente’ contra nosotros.
Mientras, alguien reflexiona y el gobierno se ocupa de las cosas importantes, como pueden ser la dignidad y la soberanía nacional. Esas que sólo importan al gobierno y marcan los contrastes entre barrio y reparto.
jgonzafeb@yahoo.com
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