NI VIRIATO, NI NUMANCIA
Ni Viriato, ni Numancia
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¿Hasta cuándo serán los cubanos ciudadanos de quinta categoría para el régimen que los gobierna?
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Por Rebeca Montero
La Habana | 07/10/2008
Hemos sufrido, por medio siglo, un atraco, un saqueo recurrente e inmisericorde, no sólo de los bienes materiales ya asentados, sino también de aquellos valores cívicos y espirituales que sólo prosperan con un bienestar extendido, bien lejos de la desesperanza.
Cuba era famosa por su tierra fértil y generosa; era casi autosuficiente para su alimentación y sólo importaba lo que, por su clima, no podía producir. Su industria nacional, aún incipiente, se mostraba pujante y promisoria.
La tierra se plagó con el marabú y la industria nacional se desplomó: pasó a ser otro cachivache de la revolución.
Las familias, animadas por un ideal, se desprendieron de sus pequeños tesoros personales o los canjearon por trastecitos en las "tiendas de Cortés".
Con el país ya arruinado, los líderes empezaron a regalar lo que aún no habían destruido, por pura vanidad de trascendencia, por desprecio hondo hacia las necesidades del pueblo: alimentos, medicinas, profesionales de la salud, técnicos, maestros, soldados, centrales azucareros —a Nicaragua, a Venezuela, a Vietnam…—.
Ahora, con el arrasamiento ciclónico y las tinieblas tendidas sobre media república, el gobierno decide obsequiar 21 plantas eléctricas a Chávez para que ilumine alguna nueva crisis "bolivariana". El concubinato político es tan sucio y tan cruel hacia los ciudadanos, que, con este despojo, se ha llegado al colmo.
En medio de la miseria, los clavos oxidados que hay que enderezar, las tablas podridas que los vecinos se disputan, los voceros oficiales anuncian las ayudas entregadas por los "países hermanos" e ignoran —o no responden— las ayudas ofrecidas por los organismos humanitarios o religiosos, por los países europeos o por Estados Unidos. El pueblo no importa, nunca importó. Siempre ha sido pedestal, no ara.
Amenazas y castigos
Lo que sí abunda es la amenaza. En el año 2005, el Caudillo anunció la posibilidad de llevar a la "picota pública", como castigo a la desvergüenza, a los que llamó especuladores, delincuentes, nuevos ricos, holgazanes. En una "reflexión" reciente, mencionó una futura "exposición pública" para aquellos que no acaten su disciplina. Ya son tres años dando vueltas a esa idea y se sabe cómo son los ancianos: tercos. Hay que temblar porque, en cualquier momento, pueden alzarse los entramados para la horca moral en las circunscripciones de las ciudades, de los pueblos, o en los trillos que aún queden.
En otra "reflexión" subrayó que no somos limosneros. Es un plural mayestático: se refiere a él. Que yo recuerde, el Caudillo ha sido un limosnero desde que le pidió el billetico de diez dólares a Roosevelt. Quizás aquí yace la fuente de su trauma: pedir el apellido paterno, recibir la manutención estudiantil y matrimonial, armar una revolución con los bienes que sacrificaron sus seguidores, con las colectas a los políticos de entonces, a los empresarios, a los clubes de damas entusiastas, a las organizaciones de cubanos emigrados, a los cubanos esperanzados, a los extranjeros seducidos. Él siempre recibió dinero de los otros porque nunca supo crear riquezas y, menos, multiplicar las que caían en su regazo: de la URSS, de Venezuela…
¿Dónde está la solidaridad de tantos pueblos que se han beneficiado de la prodigalidad del líder máximo? Por ejemplo, ¿quién ha leído una nota de aliento desde Angola, rica en petróleo y piedras preciosas, con su suelo impregnado de sangre cubana? No hay ecos por ahí. No los busquen.
El poblado de Birán estuvo incomunicado por las inundaciones huracanadas. Más incomunicados están los "ilustres hermanos" de Birán. Esgrimen un concepto de dignidad falso, oriundo de la antigüedad ibera: se ha de ser leal, hasta la muerte, a la tierra y al caudillo. Pero ni los hermanos de Birán se parecen a Viriato, ni Cuba quiere ser Numancia.
"¿Hasta cuándo abusarás", Castro, "de nuestra paciencia?".
© cubaencuentro
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