RUSIA, LA URSS Y LAS CUBAS
Rusia, la URSS y las Cubas
Por Emilio Ichikawa

Pero de cualquier modo Rusia no es la URSS. Los bolcheviques hicieron una reinterpretación de Esparta y la propusieron, dentro del mismo Occidente, como una alternativa a su desarrollo capitalista. Desde su llegada al poder Occidente no fue ya un curso sino una contradicción; un monólogo sino un debate. La URSS, como afirmamos, ofrecía alternativas ideológicas y morales a la civilización mercantil; una ideología envuelta en bienes de consumo mediocres, con una cotidianidad policíaca y sacrificial, que salvaron con una cortina férrea. Pudorosa. La URSS propuso una modernidad anticapitalista, una estética, una dieta, una antropología, una forma de divertirse y entender el cuerpo. Era capaz de conquistar a sangre y fuego, pero también tenía un evangelio. Rusia, en cambio, ya no.
Rusia no tiene nada que ofrecer en sentido retórico y ritual. Moscú misma es una ciudad hiper capitalista, carísima, llena de McDonalds, Coca-Coca y habitantes ávidos de la imaginería consumista norteamericana. El cine ruso imita a Hollywood, los basquetbolistas sueñan con jugar en la NBA y los mismos soldados con pasear, de uniforme y todo, por las calles de Los Angeles o Nueva York. Ya no hay gran ideología leninista para leer en los barcos, ni héroes rojos capaces de salvar una colada de acero o inventar la más eficiente segadora de trigo.
Con Cuba pasa otro tanto. Fidel Castro sabe que en la misma medida que Cuba se vaya abriendo a la lógica de la globalización, mientras vaya colaborando con las agencias financieras y burocráticas internacionales como parte de la propia necesidad de sobrevivencia del régimen, se irá desconfigurando como paraíso contramoderno, como dique de descompresión del Occidente regional.
Si en Cuba el sexo y la diversión siguen aumentando de precio, si los delincuentes (comunes y políticos) internacionales son extraditados a sus países o entregados a la justicia global, si se acaba el trueque y cunden las tarjetas de crédito, si hay que mostrar licencia para pescar y vacunarse para nadar en la costa, entonces, podrá ser socialista y todo lo que se quiera, pero estará desapareciendo como alternativa ''postcolonial'' capaz de fascinar a los otros.
La Cuba raulista y la Rusia de Putin, en su reestreno como potencia y enclave (o rampa) de la guerra fría, se parecen a esas estrellas de los sesenta, viejas y coquetas, que hoy se alían en los jurados de los concursos de arte contra los jóvenes ídolos nacientes. Llenas de maquillaje y resentimiento, tatuadas de tiempo, se funden en una solidaridad defensiva que puede ser peligrosa pero es, sobre todo, una complicidad muy triste.
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