sábado, octubre 25, 2008

RUSIA, LA URSS Y LAS CUBAS

Rusia, la URSS y las Cubas


Por Emilio Ichikawa

Rusia hace esfuerzos extremos por reconvertirse en potencia mundial. Para ello reabre algunos capítulos de la Guerra Fría; unos más decentes que otros. No son tan cuestionables, desde el punto de vista cultural y productivo, los relativos a la competencia deportiva, la carrera por el dominio del cosmos, la revisión de la historia (de lleno ahora en una absolución de los Rosenberg), el desarrollo científico, la vanidad altruista, Sí son peligrosos los capítulos relativos al expansionismo geográfico en un sentido casi feudal, la incorporación a esa lógica del concepto de ''imperio de ultramar'' (que antiguas potencias como Holanda, Francia, España, Bélgica o Inglaterra le restregaron en la cara a alemanes y rusos), la restructuración dictatorial de la sociedad, la carrera armamentista.

Pero de cualquier modo Rusia no es la URSS. Los bolcheviques hicieron una reinterpretación de Esparta y la propusieron, dentro del mismo Occidente, como una alternativa a su desarrollo capitalista. Desde su llegada al poder Occidente no fue ya un curso sino una contradicción; un monólogo sino un debate. La URSS, como afirmamos, ofrecía alternativas ideológicas y morales a la civilización mercantil; una ideología envuelta en bienes de consumo mediocres, con una cotidianidad policíaca y sacrificial, que salvaron con una cortina férrea. Pudorosa. La URSS propuso una modernidad anticapitalista, una estética, una dieta, una antropología, una forma de divertirse y entender el cuerpo. Era capaz de conquistar a sangre y fuego, pero también tenía un evangelio. Rusia, en cambio, ya no.

Rusia no tiene nada que ofrecer en sentido retórico y ritual. Moscú misma es una ciudad hiper capitalista, carísima, llena de McDonalds, Coca-Coca y habitantes ávidos de la imaginería consumista norteamericana. El cine ruso imita a Hollywood, los basquetbolistas sueñan con jugar en la NBA y los mismos soldados con pasear, de uniforme y todo, por las calles de Los Angeles o Nueva York. Ya no hay gran ideología leninista para leer en los barcos, ni héroes rojos capaces de salvar una colada de acero o inventar la más eficiente segadora de trigo.

Con Cuba pasa otro tanto. Fidel Castro sabe que en la misma medida que Cuba se vaya abriendo a la lógica de la globalización, mientras vaya colaborando con las agencias financieras y burocráticas internacionales como parte de la propia necesidad de sobrevivencia del régimen, se irá desconfigurando como paraíso contramoderno, como dique de descompresión del Occidente regional.

Si en Cuba el sexo y la diversión siguen aumentando de precio, si los delincuentes (comunes y políticos) internacionales son extraditados a sus países o entregados a la justicia global, si se acaba el trueque y cunden las tarjetas de crédito, si hay que mostrar licencia para pescar y vacunarse para nadar en la costa, entonces, podrá ser socialista y todo lo que se quiera, pero estará desapareciendo como alternativa ''postcolonial'' capaz de fascinar a los otros.

La Cuba raulista y la Rusia de Putin, en su reestreno como potencia y enclave (o rampa) de la guerra fría, se parecen a esas estrellas de los sesenta, viejas y coquetas, que hoy se alían en los jurados de los concursos de arte contra los jóvenes ídolos nacientes. Llenas de maquillaje y resentimiento, tatuadas de tiempo, se funden en una solidaridad defensiva que puede ser peligrosa pero es, sobre todo, una complicidad muy triste.