sábado, noviembre 29, 2008

EL ZOOM DEL MONCADA

Tomado de El Nuevo Herald.com

El zoom del Moncada



Por Rafael Rojas

Uno de los peores efectos de la historia oficial es la separación mitológica de sucesos de su contexto y la anulación de todo lo que los antecede o sucede en el pasado. Los hitos construidos por el relato de un gobierno aparecen como hechos providenciales, desconectados de otros eventos similares y magnificados simbólicamente por el culto a la personalidad de sus protagonistas. Eso es, más o menos, lo que ha sucedido en Cuba con el asalto al cuartel Moncada y el período posterior al golpe militar del 10 de marzo de 1952.

En los siete años de la dictadura se produjeron muchos eventos de oposición violenta o pacífica al régimen batistiano. La historia oficial, sin embargo, aplica sobre esa época una operación simbólica, similar al zoom de los camarógrafos, que ignora los alrededores y va directo a la iluminación de sucesos míticos: el Moncada, el Granma y la Sierra. En ese relato, por ejemplo, no existe una figura como Rubén Darío Rumbaut, el joven médico católico que, en abril de 1952, a un mes del golpe, escribió un valiente artículo en Bohemia titulado ``Esta es la hora de la generación del cincuentenario''.

Allí Rumbaut enlazaba dos efemérides, la de la fundación de la república y la del centenario de José Martí, y defendía, para enfrentar el ''desaliento profundo'' generado por el 10 de marzo, el camino de la oposición pacífica. Gandhi, lamentaba, no es un personaje atractivo para los cubanos, tan dados al ''espectáculo'' y la ''demolición''. Contra el hechizo revolucionario, Rumbaut se atrevía a afirmar que el ''terrorismo no es heroico'' y que la ``violencia engendra violencia: quien primero la use se hará reo de una reacción en cadena que, como las explosiones atómicas, sembrará la muerte y la desolación en ciudades y campos''.

Es lógico que la historia oficial de una revolución glorifique a los revolucionarios. Lo que es antinatural, o únicamente propio de un régimen totalitario, es que esa revolución consagre sólo a algunos revolucionarios y no a todos. Algo así como que la historia de la revolución francesa sólo rinda culto a los jacobinos ''puros'' y deje fuera del panteón a Mirabeau, Sieyés y Talleyrand, o que la historia de la revolución mexicana hubiera sido escrita, exclusivamente, por los zapatistas, borrando del pasado a Madero, Villa o Carranza. La historia oficial de la revolución cubana está escrita con las páginas en blanco de miles de revolucionarios que, a partir de 1960, se opusieron al socialismo fidelista.

El zoom del Moncada, el Granma y la Sierra no enfoca otras acciones armadas, como las de Columbia, Goicuría o Cienfuegos, ni el desembarco de los auténticos del Corinthia en Mayarí o el del Directorio en Nuevitas, ni la travesía de aquellos revolucionarios hasta el Escambray --un desplazamiento de norte a sur, equivalente al de Camilo y el Che entre la Sierra y Camagüey--, por no hablar de los varios intentos de oposición pacífica a Batista que se produjeron entre 1954 y 1958: el Movimiento de la Nación de Jorge Mañach, la Sociedad de Amigos de la República de Cosme de la Torriente, los dos ''diálogos cívicos'' y el Partido del Pueblo Libre de Carlos Márquez Sterling.

( Fulgencio Batista y Cosme de la Torriente )

Cuando la historia académica de la isla que, como hemos dicho, no siempre coincide con la historia oficial y a veces la desafía, se interna en esas zonas del pasado, casi siempre termina estableciendo jerarquías ideológicas a favor de las corrientes más radicales. Es el caso, por ejemplo, del interesante libro El fracaso de los moderados: las alternativas reformistas en Cuba de 1957-1958 (2000), del joven historiador Jorge Renato Ibarra Guitart, el cual, en su momento, mereció una reseña ponderada de Frank Argote Freyre.

Como bien señaló Argote, en este libro se abandona el mito de que la revolución cubana, como si se tratara de un designio divino, era inevitable y se reconoce que las alternativas reformistas eran tan posibles como las radicales. Sin embargo, la conclusión sobre el ''fracaso de los moderados'' --y en esta categoría habría que incluir no sólo a los opositores pacíficos, sino a la mayoría de los líderes de la oposición violenta, que sostuvieron una ideología reformista hasta 1960-- está ligada a la idea de que miles de cubanos que fueron exterminados por el sistema y expulsados de la vida pública de la isla se lo merecían por su gradualismo.

La historia académica apenas comienza a pensar los siete años de la oposición a Batista sin aplicar el zoom del Moncada, el Granma y la Sierra. El resultado de esa diversificación del pasado no será el ocultamiento de esos tres hechos, sino la visualización de otros actores y otras prácticas. La más frecuente reacción de cualquier ortodoxia contra el revisionismo es acusar a este último de derribar unas estatuas para levantar otras. La historia crítica, sin embargo, procede diversificando el panteón y no destruyéndolo, iluminando los eventos que el poder borra y no erigiendo una nueva hegemonía que excluye voces incómodas.