sábado, diciembre 13, 2008

A UN PRECIO COLOSAL

Nota del Blogguista

En Cuba estarían presente todas esas cadenas como la McDonald´s, pero también en cada esquina a precios populares y durante todo el año : el ¨pan con bistec ¨, la frita cubana y hasta ¨El Palacio de los Jugos ¨. Pero fundamentalmente, y más importantes, los aires de libertad y democracia.
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`A un precio colosal'

Por Alejandro Medina

( Respuesta al artículo de Roger Cohen, París vs Havana, publicado en el New York Times el 8 de diciembre de 2008.)

Nunca pensé que tú podrías caer en esas quejumbrosas lamentaciones finiseculares de esteta aristocrático que se rebela contra el lodazal de mediocridad y de fealdad en el que las insensibles turbas de nuestro mundo global nos han sumido. Me recuerdas a mis antiguos amigos franceses (yo también estudié en París en los años 70 e, incluso, obtuve mi título universitario por la Sorbona), los cuales solían repetir con indignación moral, la negra boina ladeada estratégicamente sobre sus jóvenes y rebeldes melenas: ``De no haber sido por la revolución, en la actualidad La Habana estaría llena de luces de neón y de McDonald's''.

Claro que así sería. Eso lo sabe todo el mundo. Por lo que más quieras, Roger, hasta Pekín y Moscú se han convertido hoy día en modernos eriales urbanos, contaminados por luces de neón y por McDonald's. Ah, pero, ''¡con tal de que no ensuciéis mi sueño de pureza, el cual se mantiene vivo gracias a la Cuba de Castro!'' Supongo que no estarás sugiriendo que existe la obligación de sostener (por medios externos, llegado el caso) el régimen corrupto que gobierna en la isla sólo para que tú y tus nostálgicos compères podáis visitar La Habana de vez en cuando a lo largo de los años y así redescubrir entre sus ruinas el perfume de vuestra juventud perdida. ``¡Venid a Cuba, único Parque Temático del Pasado que existe en todo el mundo!''

Yo también echo de menos a mi París de los años 70, Roger. (Pero léete a Julian Green: en los 70, Green se quejaba de que París había desaparecido irremediablemente porque ya no se parecía al París que él había conocido en los años 40; o a Proust, quien al final de La Recherche se da cuenta de que el París de finales del siglo XIX, el París de su juventud, ya se ha ido, por lo que no le queda más que echarse a morir.)

Tus palabras, Roger, por muy bien intencionadas que sean, caerán entre los cubanos (dentro y fuera de la isla) como un duro puñetazo en el estómago, viniendo de alguien como tú, y de un medio de opinión como el New York Times. Mientras leía tu artículo me fue difícil evitar la sensación de náusea moral. ''A un precio colosal'', Roger. Por lo menos preludiaste así tu elegía habanera. Cuéntales a todos esos jóvenes que arriesgan cotidianamente la vida en el Estrecho de la Florida y que terminan entre las fauces de los tiburones, cuéntales de la deliciosa ''acritud'' de La Habana (presumiblemente ninguno de esos jóvenes debiera abandonarla a cambio de los McDonald's de Miami. (¡Cielos!, ¡qué vulgaridad!) Cuéntales que La Habana es preferible a París, anda, ve y cuéntales.

Apuesto a que yo también sentiría la poética decadencia y miseria de La Habana si alguna vez se me ocurriera volver, pero en cambio yo nunca lo publicaría, y mucho menos en un texto dedicado a ensalzar la ''caballa'', las ''ostras'', y el ''untuoso boeuf bourguinon'', aunque sólo fuese por respeto ante el monumental e inútil sufrimiento --hambre y persecuciones-- al que el pueblo cubano ha sido sometido por la vesania de Castro.

Durante las primeras asambleas constituyentes surgidas de la revolución francesa, la nobleza capeta descubrió con horror que los burgueses revolucionarios ya no llevaban hebillas en los zapatos. Esa era la señal de rebelión contra el viejo orden y sus privilegios (hubo varios otros cambios simbólicos: los pantalones, o el pelo al descubierto y sin peluca, etc.) Pero la desaparición de las hebillas fue demasiado para la vieja y escandalizada aristocracia: ''Ahora que se ha eliminado la hebilla de los zapatos, puede pasar cualquier cosa'', era el grito de alarma antes de que se desatara el terror.

Roger, en tu cabeza de soixante-huitard ahíta de ostras, ¿no se habrá convertido Cuba en algo así como la perdurable hebilla de un zapato ancien régime?

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