EL BODEGUERO DE ANTES
Por Oscar Mario González
Efectivamente, el bodeguero era el tipo que realizaba buena parte de sus ventas a crédito. De ahí que ponerse a mal con él representaba un contrasentido, una insensatez y en todo caso, una tontería. Todos en el barrio trataban de llevarse bien con el bodeguero. Era el benefactor del caldero y la cazuela.
En una libretita anotaba minuciosamente todo lo que iba vendiendo al fiado de modo que en cualquier momento podía conocer el estado de cuentas de sus numerosos deudores.
Cada cliente “buena paga” gozaba de crédito y ello permitía que los miembros de la familia pudieran adquirir la mercancía sin necesidad del pago inmediato. Algunos optaban por liquidarle el día que cobraban en su centro de trabajo.
Otras concesiones crediticias eran más riesgosas y estaban asociadas a personas sin trabajo fijo o que por circunstancias especiales e imprevistas, no podían pagar en el plazo acordado. Eran los que atravesaban por una mala racha
Pero justo es decirlo ningún vecino responsable se quedaba sin comer estando a bien con el bodeguero. Este, con mayor o menor disposición y a veces refunfuños, le fiaba. Al menos lo esencial para “ir tirando” hasta que las cosas mejoraran.
De ahí que nuestro personaje se insertara en el seno de las familias como un miembro más con pleno dominio de las dificultades, estrecheces y hasta conflictos internos del hogar. Era, junto al barbero del barrio, un depositario de confidencias; pero a diferencia de éste, más confiable para guardar secretos. Más prudente. Más discreto.
A principios del siglo pasado, casi todos los dueños de bodega eran peninsulares procedentes de Galicia o Asturias pero a mediados del propio siglo, muchos de estos comercios estaban en manos de chinos y criollos. Los chinos, con un carácter más desconfiado, se mostraban menos dispuestos a conceder crédito pero obligados por lo que era una tradición en el giro, terminaban cediendo.
Los locales estaban abarrotados de mercancía de modo que el bodeguero tenía que desplazarse entre un amplio surtido de frijoles, papas y ajíes y sortear promontorios y pirámides de los más variados productos. La capacidad de la trastienda se tornaba insuficiente para el almacenaje de sacos de legumbres, cereales, cajas de tasajo uruguayo, bacalao noruego y otros renglones de amplio consumo popular.
Para los años cincuenta del siglo pasado, algunas bodegas se habían ampliado, sobre todo en los sitios más bulliciosos con la inserción de una cantina a veces dotada de victrola o traganíquel. En los repartos el fenómeno era un tanto menos frecuente. Muchas caseras preferían tener la cantina debajo del edificio para un mejor control sobre el marido, prefiriendo así un mal menor a que éste se “saliera del tiesto” con cualquiera pelandusca ambulante.
Antes de 1959 el bodeguero representaba toda una institución en nuestro país, uno de los más queridos aliados de la familia pobre al cual se respetaba y se reconocía. No es nada extraño que el popular cantante Nat King Cole le dedicara un cha cha cha en el salón Bajo las Estrellas del Cabaret Tropicana, cuando en 1957 estuvo de gira por nuestro país.
osmariogon@yahoo.com
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