martes, mayo 19, 2009

EL COLOR DE LA MEMORIA

El color de la memoria




Por Jorge Ferrer

Durante los últimos días en Rusia se ha debatido acerca del color del pasado. Del pasado soviético. Pareciera que discusión bizantina, pero ha llegado a los tribunales donde hay interpuesta una demanda de mil millones de rublos por tal disputa cromática. La manzana de la discordia son todos los colores. Y el origen de la pugna, cómo no, va teñido de rojo.

El debate, por marginal y hasta risible que acabe siendo, nos recuerda la fragilidad de la memoria histórica y nos asoma a las disputas en torno al pasado y a la imagen que de él tienen los herederos de los regímenes totalitarios. También sirve de recordatorio de que la memoria es materia dúctil y de acicate para administrarla con eficacia y rigor histórico.
El motivo de la disputa puede parecer pueril. Nada lo es, sin embargo, cuando se trata de trasegar con agravios relacionados con la percepción que se tiene del pasado totalitario, aun cuando se trafique con su dimensión heroica. En ocasión del aniversario del término de la Segunda Guerra Mundial un canal de televisión decidió reponer una serie que constituye todo un icono de la memoria de los rusos sobre la resistencia al nazismo, Diecisiete instantes de una primavera. El hecho no habría llamado la atención de nadie: en Rusia, como en cualquier otro lugar de este mundo, los aniversarios se prestan para estas reposiciones que avivan la memoria y promueven por igual lágrimas y orgullo patrio.

Pero en esta ocasión el regalo venía con ropa distinta. Tras años de trabajo sobre la ajada copia original, la serie que se pudo ver vino puesta al día con mañas de camaleón. Ahora la serie que dirigió Tatiana Lioznova en 1972 a partir de la novela de Iulián Semionov sobre un espía de Moscú infiltrado en la cúpula nazi, y que se filmó en blanco y negro, se vio en colores, tras un proceso de digitalización que costó largos millones de rublos.

Y el aggiornamento no gustó a todos. A la sección del partido comunista de San Petersburgo, por ejemplo, cuyos directivos consideran que colorear la memoria equivale a falsearla. Y que el espía Stirlitz, protagonista de la serie, debe permanecer en blanco, negro y grises para conservar su soviética pureza. ''¡No nos cambiarán de color a todos!'' fue el slogan de su vitriólica campaña a favor del original.

Han transcurrido algo más de tres lustros desde el desmontaje de la Unión Soviética. Un país y un sistema político cuyo color dominante fue el gris, el color de la burocracia, la miseria compartida, las mentes cautivas de la ideología, el arte sometido al corsé de la censura. Precisamente uno de los anhelos que compartían tantos demócratas y la generación que desmontó el comunismo fue escapar de la grisura del régimen anterior --aquel país en blanco y negro-- para acceder a la pluralidad de colores propia del mundo libre. Parece, pues, una ironía que hoy asistamos a una campaña a favor del gris de antaño, un reclamo basado en la nostalgia del régimen anterior. Por sorprendente que pueda parecer a algunos, también la Cuba futura padecerá esos afanes nostálgicos y restauracionistas. Segmentos de la izquierda de la Cuba democrática por venir evocarán el blanco y negro de hoy para echarnos en cara el alarde cromático del mañana: las páginas color salmón de la prensa económica con sus cifras de desempleados, los suplementos color rosa de la crónica de amoríos de estrellas y celebrities, el amarillismo de una prensa que hoy sólo conoce la oscuridad del periodismo cautivo. Todo el color del mañana, la abundante paleta que es consustancial a las sociedades vivas y abiertas, se nos echará en cara reclamando la grisura de hoy, paseando la añoranza por la muelle sensación de vivir en un país donde no sucede nada, donde el ayer, el hoy y el mañana se parecen como gotas de agua.

A algunos podrán irritar los brotes de nostalgia en la Cuba del mañana. Será una mala señal de nuestra vocación democrática, por comprensible que resulte esa irritación. A mí, en cambio, me gustará felicitarme de que también el rojo forme parte del paisaje plural de la isla y de que payasadas como la del partido comunista de San Petersburgo acusando de falsear el pasado a una cinta coloreada sean meras anécdotas que se diriman en tribunales independientes. A fin de cuentas, si a alguien se le ocurriera colorear Memorias del subdesarrollo, la película de Tomás Gutiérrez Alea, no tendremos que discutir acerca del color de los frijoles que bailan dentro de la barriga de las hermosas mujeres que ve pasar el protagonista y cuya evocación le ayuda a minimizar sus angustias. No importará si son colorados o negros por razón tan sencilla como que no se ven.

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El artículo El color de la memoria apareció publicado en la edición de ayer de El Nuevo Herald.

1 Comments:

At 7:27 p. m., Anonymous Anónimo said...

De verdad que le ronca!!!..si no lo querían ver en colores, con encender el KRIM 218 era más que suficiente..jaja.

chicho el cojo

 

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