martes, mayo 12, 2009

EL CUENTO DEL NÚMERO OCHO

El cuento del número ocho



Por Manuel Vázquez Portal


El mazo de la jueza cubana Ellanis López Batista, cuando cayó sobre el estrado del Tribunal Municipal de Puerto Padre, en Las Tunas, dejó a un niño sin televisor, a una familia sin agua fría y a un hombre a pie.

Era el 22 de abril de 2009. Los acusados, los testigos y los curiosos habían entrado a la Sala de lo Civil del Tribunal mucho antes que los magistrados. Empezó un juicio que más bien parecía el espectáculo de un grupo de teatro vernáculo aficionado imitando La tremenda corte, con Nananina y todo.

El periodista independiente Alberto Méndez Castelló era el acusado. La señora Marisela Cristina Basulto Morell era la demandante, y fungía como fiscal la letrada Liset Diéguez Moro.

La causa, según se señalaba en el expediente, daños a un muro de piedras que separa el patio de los Basulto y los Méndez y que lo más seguro es que, si resistió al huracán Ike, sea imbatible.

Después del póngase de pie el acusado, leídos los cargos, escuchados los argumentos de la denunciante, valorados los criterios de los peritos, mientras los ojos adormilados de los magistrados vagaban por alguna lejana ensoñación, vino la petición fiscal.

La doctora Liset Diéguez Moro, fiscal del caso, solicitó al tribunal se le embargara a Méndez su refrigerador, una motocicleta y el televisor de Albertico para resarcir los daños de la cerca de piedra, según los reclamos de la señora Basulto Morell.

Alberto Méndez Castelló pensó en las largas caminatas que sobrevendrían, en las interminables filas para tomar un ómnibus en la estación del pueblecito, en que tendría que llevar a su hijo a la escuela a pie, y comparó el aroma del aire limpio que le batía el pelo mientras conducía con la inmunda esencia de sobaco que inunda las atestadas guaguas.

Albertico pensó en los muñequitos de las seis de la tarde: Mickey Mouse, El Pájaro Loco, Los Tres Cerditos; en las aventuras de la siete y media, en la tanda infantil de los domingos. Se puso triste. Pero luego confió en que su tío Enio, que vive en Tampa, le mandaría otra remesa para comprar un nuevo televisor, que para eso Obama ha abierto el banderín.

Sin embargo, la más preocupada era Magalys Labrada al pensar que los tres pedacitos de pollo de la libreta de abastecimientos habría que comérselos el mismo día en que llegaran a la bodega so pena de que se pudrieran por falta de refrigeración y que a la hora de la cena no hubiera siquiera un vaso de agua fría para aliviar la torridez del oriente cubano y ayudar a bajar el bocado de fufú de plátano.

Pero a pesar de ello, la jueza Ellanis López Batista, presidenta de la Sala de lo Civil del Tribunal Municipal de Puerto Padre, impertérrita, falló a favor de la demandante mediante la sentencia número 139 que el miércoles 5 de mayo le fue entregada a Alberto Méndez Castelló.

Alberto había comparado el televisor --un flamante ATEC-Panda, de fabricación china con funcionamiento de colores en el año 2002, al módico precio de 6,800 pesos, con el dinerito que un hermano de su esposa Magalys le mandó desde Tampa. Para el refrigerador y la moto, sabe Dios los malabares que tuvo que hacer. Entonces era feliz. Se dedicaba a la literatura, escribía novelas, cuentos y hasta algún poema mientras compartía con su padre la labranza de una pacerla en los campos de Puerto Padre que les daba de comer y hasta algún dinerito.

Los problemas de Alberto Méndez Castelló comenzaron hace algunos años cuando tuvo la peligrosa idea de meterse a periodista independiente y colaborar regularmente con la revista digital Encuentro en la Red.

Lo acosaron, lo amenazaron, lo injuriaron, hasta que, al fin, lo acusaron de dañarle el muro a doña Marisela Cristina Basulto Morell, quien es la madre del agente de la policía política Adrián Pupo Basulto. Lo que me hace pensar que Alberto estaba dañando realmente otro muro, y alguna grieta debe haberle hecho cuando se ha reaccionado contra él de modo tan delirante.

Resulta que algún tiempo antes de los sufrimientos del muro, Adriancito, como seguro le llama su madre, había amenazado a Alberto con cierto resquemor literario.

--Sigue escribiendo tus cuentecitos --le dijo--, que yo te voy a hacer un cuento a ti.

Y se lo hizo. Sólo que, como se dice en Cuba, le hizo el cuento del número ocho.