lunes, junio 01, 2009

EL MENOR DESAGRAVIO

Nota del Blogguista.

Encontré este comentario en la Internet hace un par de años; no tengo el enlace o link ni tiempo para buscarlo.

Si le interesa profundizar en el tema del San Luis hay un libro sobre el episodio, escrito por Gordon Thomas y Max Morgan titulado Voyage of the Damned el cual también fue editado en español con el de El viaje de los condenados. También existe una película de 1976 con el mismo título del libro la que, a pesar de las estrellas que tuvo (Faye Dunaway, María Schell, Max Von Sidow, Orson Welles y otros que no recuerdo) resultó un filme mediocre. Un aspecto muy interesante del libro es que ofrece una lista de fuentes consultadas a las que en su mayoría se puede tener acceso. Una aclaración: el coronel Manuel Benitez no era un hombre de Batista, sino del General Montalvo, cuñado de Julio Lobo, el que a su vez era judío y que según supe por María Luisa Lobo es el personaje misterioso a través del cual se desarrolla la trama del libro. Este Benites no tiene nada que ver con el general Manuel Benitez que falleció hace algunos años en Miami y que sí era un hombre de Batista.

El autor Levy escribe: ¨El gobierno comunista, según el congresista Mario Díaz-Balart, es comparable al nazismo, y los que quieren cambiar la política de George W. Bush hacia La Habana, incluyendo las restricciones a las visitas familiares, somos "lo mismo" que colaboradores de los nazis. Esas analogías sin análisis demuestran sólo disposición a la manipulación y a la holgazanería intelectual.¨

Realmente eso no fue lo que dijo el Congresista Mario Díaz.Balart; en el siguiente video aparece lo que realmente dijo:




Hay que ser más riguroso a la hora de hacer un artículo.

Ah!, ¨el tristemente célebre Federico Laredo Brú ¨ fue un factor extremadamente importante para que se llevara a cabo el suceso más enaltecedor de toda la República de Cuba después de su fundación: La Constituyente de 1940, aunque realmente fue de 1939, que para este blogguista supera hasta a su consecuencia: La Constitución de 1940, que ya es decir !!.

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Tomado de http://www.cubaencuentro.com

El menor desagravio

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Solidaridad, holocausto y genocidio. Un debate conceptual, a propósito del aniversario 70 del arribo del St. Louis a La Habana.
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Por Arturo López Levy
Denver | 01/06/2009

Durante estos días (27 de mayo-2 de junio) se conmemora el aniversario setenta de la estancia en La Habana del barco SS St. Louis (1939). La tragedia de este trasatlántico, cargado de refugiados judíos alemanes, rechazados por Cuba y Estados Unidos y conocida internacionalmente como "el viaje de los maldecidos", fue otra demostración de que el nazismo alemán fue el principal artífice, pero no el único responsable del holocausto.

En julio de 1938, los países miembros de la Liga de las Naciones, incluyendo a Cuba, con la adición de Estados Unidos, dieron o a Hitler un regalo bochornoso. En la conferencia celebrada en el balneario francés de Evian, los Estados del mundo se dividieron entre los que expulsaban a los judíos y los que los rechazaban, cómplices e indolentes. Incluso la República Dominicana, el único país que se brindó a recibir a los judíos, lo hizo como parte del programa racista de blanqueamiento del dictador Trujillo.

( El barco St. Louis en La Habana. (MUSEO MEMORIAL DEL HOLOCAUSTO DE ESTADOS UNIDOS) )

Cuando Hitler confirmó que los países del mundo no se solidarizarían con las víctimas de su zarpazo, soltó a la muchedumbre nazi. Ocurrió el 9 de noviembre de 1938, en "la noche de los cristales rotos" o Kristallnacht. Cientos de sinagogas fueron destruidas, conjuntamente con más de 7.000 negocios y hogares hebreos. Noventa y un judíos fueron asesinados y otros 30.000 arrestados por la simple razón de ser parte del pueblo de Moisés.

El tristemente célebre Laredo Bru

El 13 de mayo de 1939, seis meses después de la Kristallnacht, 937 pasajeros abordaron el buque SS St. Louis en Hamburgo. Novecientos eran judíos desesperados por salir de Alemania.

Atenazados por el odio nazi y las cuotas migratorias de los países donde tenían familiares, veían a Cuba como un destino temporal donde salvar su vida. Habían recibido permisos de turistas para desembarcar en La Habana, a través de una operación corrupta del director de Inmigración Manuel Benítez, que amasó una fortuna considerable vendiéndolos. El coronel Benítez era un acólito del general Batista, el hombre fuerte tras el trono del presidente Laredo Bru.

Federico Laredo Brú, veterano de la guerra de independencia, era conocido por su precio. Había ascendido a la presidencia tras la destitución por el Congreso de Miguel Mariano Gómez, por disputas con el general Batista. En 1923, había depuesto la protesta armada del movimiento de veteranos y patriotas en Cienfuegos, a cambio de una maleta enviada por el presidente Zayas con 60.000 pesos.

En ocasión del viaje del St. Louis, Laredo, bajo presiones de la propaganda nazi en La Habana y con el respaldo de la derecha falangista, que tenía en El Diario de la Marina su vocero, emitió el decreto 937, que invalidó los permisos de los pasajeros para desembarcar. Como en otras posiciones antiinmigrantes contra los trabajadores negros que venían del Caribe, el egoísmo de la muchedumbre fue movilizado contra los judíos, que fueron presentados como enfermos y rivales de los cubanos en la lucha por los empleos.

El barco permaneció una semana en la Bahía de La Habana, mientras funcionarios de organizaciones judías gestionaban una revocación de la posición cubana. Por diferentes gestiones, veintiocho pasajeros pudieron desembarcar. Uno de los pasajeros intentó suicidarse y saltó del barco por temor a ser retornado a Alemania, donde algunos pasajeros habían sido golpeados, y otros como Aron Pozner habían estado ya en el campo de concentración de Dachau. Nada conmovió a las autoridades cubanas que, según varios informes, tenían el respaldo de las masas manipuladas.

Sin oportunidad de desembarcar a sus pasajeros, el capitán Gustav Schroeder zarpó el 2 de junio para la Florida, donde también fue rechazado por las autoridades norteamericanas. Al quedarse sin alternativas, Schroeder, reconocido después por el Estado de Israel como un justo entre los gentiles, regresó a Europa, planeando hacer naufragar el barco contra las costas británicas si fuera necesario, antes de regresar con los judíos a Alemania.

Ese acto de desesperación no ocurrió, pues los refugiados fueron aceptados en Gran Bretaña, Holanda, Francia y Bélgica. No fue el fin de la tragedia. De los 620 pasajeros destinados a Holanda, Francia y Bélgica, por lo menos 254 terminaron en campos de concentración al ser ocupados estos países por las hordas hitlerianas. La travesía del St. Louis es recordada desde entonces como "el viaje de los maldecidos". Hay una sala bajo ese nombre en el Museo del Holocausto en Washington. La única donde se menciona a Cuba, para nuestro bochorno.

La disculpa pendiente

A fines de los años noventa, la comunidad hebrea de Cuba recibió a Hella Roubicek, sobreviviente del St. Louis y casada con Frank, judío checo que vivió parte de su juventud en un campo de concentración nazi. Ambos sobrevivientes conversaron con judíos y no judíos en el Patronato de la Casa de la Comunidad Hebrea de Cuba y su experiencia fue divulgada en entrevistas publicadas por el diario Juventud Rebelde y en un folleto editado por el ingeniero judío comunista José Altshuler.

En Miami se ha recordado esta tragedia en varias sociedades judías, y se ha llamado a evitar su repetición. Cubanos dignos, independientemente de sus posiciones políticas, han reconocido lo que fue una vergüenza nacional.

Tales acciones son loables, pero insuficientes. Desde 1939, ninguna autoridad cubana ha reconocido oficialmente que el gobierno, los partidos políticos envueltos y los periódicos del momento fueron insensibles ante el drama de los refugiados del St. Louis. Más lamentable aún es que en las escuelas, en las que se enseña historia universal, la Segunda Guerra Mundial o el nazismo, no se discuta la tragedia del St. Louis, donde las generaciones que vivían en 1939 fueron indolentes al reclamo del pueblo judío.

Cualquiera que sea la opinión del lector sobre el Estado de Israel, es evidente que de haber existido éste, la tragedia del St. Louis no hubiera ocurrido. Cuando en la década de los cincuenta, centenares de miles de judíos fueron expulsados (sólo por serlo) de países árabes como Libia, Irak y Egipto, los refugiados tuvieron donde ir.

Cuba sabe de esa experiencia de denegación de solidaridad hacia los judíos, porque la vivió directamente. Debiera compartirla cada vez que el energúmeno y reaccionario presidente de Irán cuestiona que el holocausto haya ocurrido o propone la eliminación de Israel.

El sionismo, movimiento de liberación nacional de la nación judía, debe ser presentado en la prensa y en la educación cubana con justicia. El genocidio de seis millones de judíos, incluyendo más de un millón de niños, sólo por haber nacido, fue una tragedia única.

El holocausto judío ocurrió en Europa, pero en todas las regiones del mundo, incluyendo América Latina y el Medio Oriente, la falta de solidaridad y la fobia antijudía fueron flagrantes. El muftí de Jerusalén, líder de la lucha árabe contra el asentamiento judío en la ciudad, lanzó frecuentes arengas a favor de los nazis y sus políticas, desde su exilio en Berlín.

Tributo versus banalización

El término genocidio, que no existía como tal antes de la Segunda Guerra Mundial —aunque se puede decir que ocurrió contra las poblaciones indígenas del continente americano—, fue creado por el abogado judío polaco Rafael Lemkin, para describir la exterminación de un pueblo y su cultura sólo por existir. Lemkin logró su cometido al aprobarse en Naciones Unidas la Convención contra el Genocidio en 1948. Hitler es una metáfora que sólo debe ser usada para Hitler.

Es lamentable la banalización del holocausto judío y sus perpetradores nazis en el discurso político cubano de derecha e izquierda.

El holocausto judío fue comparado por Fidel Castro, en 1956, en México, con los asesinatos a mansalva de los asaltantes al cuartel Moncada, capturados por el coronel Del Río Chaviano y sus esbirros en 1953.

El periódico Granma publica frecuentemente artículos de condena al embargo norteamericano y a la injustificada guerra económica, refiriéndose a los mismos como genocidio u holocausto. Son exageraciones. Por malos que sean esos eventos o políticas, no son equiparables a los campos de concentración nazi, ni a lo que hizo Sadam Husein contra el pueblo kurdo, o los comunistas camboyanos contra su población.

En el exilio, diferentes políticos y comentaristas usan metáforas sobre un supuesto "holocausto cubano" o discuten el "genocidio de tres negros asesinados por querer escapar a la libertad". Son exageraciones.

Por condenable que sea el uso de la pena de muerte o la ausencia de un juicio justo, la muerte de tres personas que intentaron robar una lancha, o el fusilamiento en el Escambray de personas que luchaban por derrocar al gobierno, no son un holocausto ni un genocidio, ni equiparables a los crematorios nazis.

El gobierno comunista, según el congresista Mario Díaz-Balart, es comparable al nazismo, y los que quieren cambiar la política de George W. Bush hacia La Habana, incluyendo las restricciones a las visitas familiares, somos "lo mismo" que colaboradores de los nazis. Esas analogías sin análisis demuestran sólo disposición a la manipulación y a la holgazanería intelectual.

El menor desagravio

Los políticos cubanos deben discutir los problemas de la Isla con madurez, en su circunstancia, sin exageraciones. Como pueblo, debemos sospechar de las metáforas fáciles para demonizar oponentes. Son deshonestas. El rechazo a la banalización de su tragedia es el menor desagravio que debemos a los que fueron a La Habana en el St. Louis, y murieron en un genocidio real por la falta de solidaridad de una generación anterior de cubanos.

© cubaencuentro.com

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Tomado de http://wwwcirobianchi.blogia.com

Los peregrinos del San Luis
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Ciro Bianchi Ross


Esta es una historia espeluznante. En mayo de 1939 más de 900 judíos que arribaron al puerto de La Habana a bordo del buque San Luis, procedente de la Alemania nazi, se vieron impedidos de desembarcar pese a que todos contaban con la autorización pertinente para hacerlo, un llamado permiso de desembarco por el que pagaron un mínimo de 150 dólares. Casi todos ellos habían solicitado visa para Estados Unidos y pensaban permanecer en la Isla solo hasta que pudieran entrar en dicho país. Pero ocho días antes de que el San Luis zarpara con destino a Cuba desde el puerto alemán de Hamburgo, el presidente cubano Federico Laredo Bru, invalidaba mediante un decreto, los permisos de desembarco. Para entrar en Cuba se haría obligatorio entonces contar con una autorización de la Secretaria de Estado y otra, de la Secretaría del Trabajo, más el pago de un bono de 500 dólares, requisitos de los que, desde luego, se excluía a los turistas. Ninguno de los pasajeros del buque San Luis supo de la entrada en vigor de esa medida hasta llegar al puerto de La Habana. Y ya era demasiado tarde. Debieron regresar a Europa. No muchos de ellos sobrevivieron para contar la historia.

En definitiva, solo 28 de los 937 pasajeros del San Luis pudieron desembarcar en La Habana, el 27 de mayo de 1939, luego de una travesía de dos semanas. Seis de ellos (cuatro españoles y dos cubanos) no eran judíos, y entre estos, únicamente 22 pudieron mostrar la nueva documentación requerida para el desembarco. Otro pasajero más, judío, intentó suicidarse a bordo y debió ser internado de urgencia en un hospital habanero. Nunca se supo si lo retornaron al barco o si quedó en tierra.

Un día después del arribo de los judíos al puerto habanero, llegaba a La Habana Lawrence Berenson, abogado del Comité Judío Americano para la Distribución Conjunta (JDC) a fin de interceder por los pasajeros. Había sido presidente de la Cámara Cubano-Estadounidense de Comercio y tenía por tanto muchas relaciones y una amplia experiencia empresarial en Cuba. Se reunió con Laredo Bru y trató de convencerlo de que autorizara el desembarco. El Presidente persistió en su negativa. El 2 de junio el mandatario ordenó que el San Luis saliera de aguas cubanas, pero no por ello cortó las conversaciones con Berenson, a quien pidió 435 500 dólares a cambio de dejar bajar a los pasajeros. El negociador hizo una contraoferta; Laredo Bru la rechazó y rompió los contactos.

Mientras, el San Luis navegaba lentamente hacia EE UU. Llegó a estar tan cerca de las costas de la Florida que los pasajeros pudieron ver las luces de Miami. Enviaron un telegrama al presidente Franklin Delano Roosevelt en solicitud de refugio. Roosevelt nunca respondió. Ya la Casa Blanca y el Departamento de Estado habían decidido no permitirles la entrada. Debían, dijeron fuentes diplomáticas norteamericanas, aguardar su turno en la lista de espera y luego cumplir con los requisitos necesarios para obtener el visado de emigración a fin de ser admitidos en territorio estadounidense.

Tras la negativa de Washington, el San Luis puso rumbo a Europa. Organizaciones judías y, en especial, el JDC, negociaron con gobiernos europeos para que fueran admitidos en Gran Bretaña, Holanda y Francia. El resto de los pasajeros desembarcó en Amberes, el 17 de junio de 1939, luego de pasar más de un mes en el mar. Las autoridades francesas, belgas y holandesas los llevaron a campos de internamiento, al igual que a otros refugiados alemanes, y las británicas los recluyeron en la isla de Man y en campos de confinamiento ubicados en Canadá y Australia. Con la invasión alemana a Europa occidental, en mayo de 1940, los pasajeros del San Luis estuvieron de nuevo en peligro. Unos 670 de ellos cayeron en poder de los nazis y murieron en campos de concentración. Otros 240 sobrevivieron a años hambre, maltratos y trabajos forzados.

EN CUBA

Entre 1933, cuando el partido nazi subió al poder, y 1939 más de 300 000 judíos salieron de Alemania y Austria. Esa emigración se recrudeció tras la llamada Noche de los Cristales Rotos (9-10 de noviembre de 1938) cuando el acoso contra los judíos y sus propiedades se hizo sentir con saña inusitada.

Los destinos preferidos de los emigrantes fueron el Mandato Británico de Palestina y EE UU, pero en ambos sitios regían cuotas estrictas que limitaban el número de emigrantes. Más de 50 000 judíos alemanes llegaron a Palestina en los años 30. Suiza aceptó 30 000 y rechazó a miles de ellos en la frontera. España tomó a un número limitado y lo remitió rápidamente hacia Lisboa. Desde esa ciudad miles de judíos lograron entrar en EE UU por barco, pero una cantidad aún mayor quedó con las ganas. El Libro Blanco del Parlamento inglés, de 1939, puso obstáculos severos a la emigración en Palestina, aunque Gran Bretaña aceptó recibir a 10 000 niños judíos.

( Pasajeros del San Luis en La Habana )

En esa fecha, en EE UU el número de emigrantes alemanes y austriacos a admitir era de 27 370, cifra que se cubrió rápidamente pues existía una lista de espera de varios años. Mientras que los destinos disminuían, decenas de miles de judíos alemanes, austriacos y polacos se radicaron en Shangai, uno de los pocos lugares sin requerimiento de visa. La decisión de venir a Cuba, y esperar en la Isla la posibilidad de entrar a territorio norteamericano, fue una alternativa desesperada para aquellos 900 viajeros del San Luis. Serían víctimas aquí de la corrupción y las contradicciones del gobierno de la época, pero sobre todo de las presiones que Washington ejerció sobre las autoridades cubanas para que no se les aceptara. El presidente Roosevelt pudo haber admitido una cuota adicional para acoger a los viajeros del San Luis. No lo hizo por razones políticas.

Al ocurrir el incidente del San Luis, el director del Departamento cubano de Emigración, perteneciente entonces a la Secretaría de Estado, era Manuel Benítez González. Se dice que alcanzó el grado de general en el Ejército Libertador, pero su nombre no aparece registrado en el Diccionario enciclopédico de historia militar de Cuba. Ya en la República, y con grado de coronel, fue jefe del Regimiento 8 Rius Rivera de Pinar del Río. Sometido a investigación a la caída del dictador Machado, guardó prisión en la fortaleza de la Cabaña. No se sabe si la indagación arrojó conclusiones en su contra. Lo cierto es que un hijo suyo, de su mismo nombre y teniente del Ejército, fue de los pocos oficiales que se sumó al golpe de Estado protagonizado por los sargentos el 4 de septiembre de 1933. Y el gesto del hijo terminó por exonerar al padre preso.

La forma en que Manuel Benítez hijo se pasó a los sargentos bien merece figurar en una estampa de nuestro folclor político. Dormía esa noche en el campamento de Columbia cuando dos soldados lo despertaron para llevarlo detenido. Quiso saber el teniente Benítez quién daba la orden y cuando le respondieron que el sargento Batista, exigió que lo llevaran a su presencia. En ese momento, en el cine de Columbia se celebraba una asamblea de aforados y Batista, por más que se empeñaba en hacerlo, no lograba imponerse al bullicio que reinaba el salón. Al ver aquello, Benítez se encaramó sobre un asiento, ordenó silencio y pidió que se dejara hablar al orador. Cuando Batista terminó su perorata, Benítez, subido otra vez a una silla, se arrancó de manera espectacular sus grados y dijo que, después de escuchar lo que había oído, ya no quería ser teniente, sino, y a mucha honra, el sargento Benítez. Aparte de sus dotes de mando, había sido actor de reparto en Hollywood y de ahí le venía el sobrenombre de El Bonito.

Batista, que lo necesitaba, acogió a Benítez en su entorno, no como sargento, sino como capitán. Llegaría a general de brigada, en 1942. Fue su hombre de confianza en todas las tropelías, incluso las más íntimas porque Batista era corto con las mujeres, mientras que Benítez tenía una suerte loca con ellas. Fue Benítez quien le sirvió en bandeja a varias muchachas y prestaba a su jefe, ya Presidente de la República, una casa que para citas amorosas mantenía en el reparto Buenavista.

Tenía grandes defectos, la ambición y la mano larga para apropiarse de lo que no era suyo. De su padre lo aprendió. Con la venta de los permisos de desembarco a los judíos y otros negocios que le propiciaba su cargo de director de Emigración, el viejo Benítez llegó a amasar una fortuna personal que se calculó entre los 500 000 y el millón de pesos. Eso despertó la furia de otros funcionarios cubanos, el presidente Laredo Bru invalidó aquellas autorizaciones y Benítez se vio obligado a dimitir.

El país atravesaba entonces una aguda depresión económica. Había hambre, la esperanza de vida era corta y la gente moría, por falta de médicos y medicinas, de enfermedades perfectamente curables. Las fuentes de empleo eran escasas. Sin embargo, el movimiento obrero y revolucionario cubano no protestó contra la emigración judía, aun cuando antes de la llegada del San Luis ya habían entrado a la Isla unos 2 500 hebreos.

Periódicos como Diario de la Marina, Ataja y Alerta alentaron la xenofobia y el antisemitismo en un país donde los judíos –llamados por lo general polacos- formaron siempre parte del paisaje. La aversión se vio incrementada por la propaganda hitleriana. No se olvide que en 1938 se constituyó en La Habana –calle 10 no. 406 entre 17 y 19, Vedado- el Partido Nazi y que existió aquí, en la misma época, el Partido Fascista Nacional, que fueron autorizados por el Registro Especial de Asociaciones del gobierno provincial. Los nazis cubanos decían ver en el comunismo su enemigo frontal y, según su reglamento, se aprestaban a cooperar con los poderes públicos “en lo que respecta al reembarque de emigrados antillanos” y otras “emigraciones indeseables”, con lo que se proponían sacar del país no solo a haitianos y jamaicanos, que trabajaban mayormente como braceros en la zafra azucarera, sino a los judíos, dedicados en lo fundamental a los negocios, por lo que abogaban además por “una legislación sobre restricciones de licencias comerciales e industriales”.

Pero más que todo eso, lo que decidió el destino de los viajeros del San Luis fue la oposición de Washington a que se les acogiera en La Habana. Las cuotas para los potenciales emigrantes provenientes de la Europa central ya estaban cubiertas en EE UU, país al que en definitiva viajarían muchos de aquellos refugiados. Así lo hizo saber Cordell Hull, secretario de Estado norteamericano, al gobierno de Laredo Bru. El mandatario se mostró obediente y sacó el barco de las aguas jurisdiccionales. Siguió el San Luis su rumbo. A la altura de Nueva York, la Estatua de la Libertad dijo adiós a sus pasajeros, abandonados a su suerte.

OTROS BARCOS

El San Luis no fue la única embarcación con judíos a bordo que corrió esa suerte en el puerto de La Habana. Sucedió lo mismo con otros buques.

El 27 de mayo de 1939, el mismo día del arribo del San Luis, tocó puerto habanero el buque inglés Orduña, con 120 judíos austriacos, checos y alemanes. Cuarenta y ocho de esos pasajeros traían el permiso de desembarco invalidado por las autoridades nacionales. Aun así pudieron bajar a tierra. Los 72 restantes se vieron obligados a un largo peregrinar por Sudamérica, pese a que también apelaron a la benevolencia del presidente Roosevelt, que mostró oídos sordos al pedido. Después de atravesar el Canal de Panamá, el Orduña hizo breves escalas en puertos de Colombia, Ecuador y Perú. En este último país encontraron refugio cuatro pasajeros y los otros 68 volvieron al Canal a bordo de otro barco inglés. Allí, en la ciudad panameña de Balboa, siete de ellos obtuvieron visas para Chile, y los otros quedaron en el Fuerte Amador hasta 1940, cuando los admitieron en EE UU.

También en mayo de 1939 llegó a La Habana el buque francés Flandre, con 104 judíos a bordo. Imposible el desembarco. Puso la embarcación rumbo a México, donde tampoco se permitió desembarcar a sus pasajeros y el Flandre volvió a Francia, donde el gobierno aceptó a los emigrados, pero los recluyó en un campo de internamiento.

Otro barco más, el Orinoco, gemelo del San Luis, debió llegar a La Habana en junio con 200 pasajeros a bordo. Pero enterado su capitán de lo sucedía en ese puerto, trató de que Inglaterra y Francia los acogieran. No los aceptaron, y tampoco lo hizo EE UU. Diplomáticos norteamericanos entonces presionaron al embajador alemán en Londres para que diera garantías de que una vez de vuelta a Alemania los refugiados no serían víctima de la barbarie nazi. Regresaron aquellos 200 judíos a Alemania, en junio de 1939. Su destino es todavía una incógnita.
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Tomado de http://es.wikipedia.org

El viaje a La Habana


Los pasajeros embarcan el 13 de mayo de 1939, dirección La Habana, Cuba, allí la mayoría de ellos esperaban posteriormente llegar a los Estados Unidos beneficiándose del sistema de cuotas de entrada de emigrantes vigente en la época.

Una media hora después de haber zarpado el capitán recibe órdenes de ir a toda marcha pues otros dos navíos El Flandes y el Orduna también enfilaban rumbo a Cuba cargados de refugiados.

El viaje se desempeña en buenas condiciones, el capitán insiste y ordena al resto de su tripulación de tratar a los pasajeros con respeto como era el caso en los viajes habituales del San Luis.

El 23 de mayo ya cerca de las costas cubanas el crucero recibe un telegrama que informa de un posible problema con las autoridades cubanas que aparentemente se niegan a dar asilo a todos los pasajeros, rápidamente el capitán organiza un comité compuestos por juristas pasajeros y miembros de la tripulación para estudiar la situación y buscar una solución

El rechazo de asilo

En Cuba, ese mismo año de 1939 el gobierno había establecido un decreto ley, (decreto 55) que restringía el acceso a su territorio según el caso del solicitante de entrada, distinguiendo dos categorías, los turistas y los refugiados, al contrario de los turistas los refugiados necesitaban de una visa de entrada además de pagar 500 dólares con el fin de demostrar que no iban a constituir una carga publica al estado cubano.

No obstante había una falla pues no se definía claramente la diferencia entre un turista y un refugiado, el director de emigración de aquel entonces Manuel Benítez aprovechando esto vendía permisos de entrada, a fin de terminar con este trafico el presidente de la república Federico Laredo Brú hace pasar un nuevo decreto, (decreto 937) por el cual quedan derogadas las visas dadas anteriormente, como consecuencia a los pasajeros del San Luis se les niega la entrada a Cuba a pesar de las visas ya otorgadas por la embajada de Cuba en Alemania.

Sin embargo el escritor de origen judío Jaime Sarosky afirma que la verdadera razón de la negativa de entrada fue que las autoridades cubanas actuaron de esta forma por presiones del departamento de estado norteamericano. Cordell Hull titular de esa secretaria pidió a La Habana que se les negara el derecho de asilo con el pretexto de que las cuotas para los potenciales emigrantes provenientes de Europa central estaban ya cubiertas en los Estados Unidos.

El regreso y el destino de los pasajeros

Después del rechazo de entrada en La Habana el capitán del San Luis buscando una nueva solución toma rumbo a la Florida y demanda un nuevo permiso de asilo a las autoridades Estadounidenses, el presidente Franklin Delano Roosevelt intenta modestamente de acoger una parte de los pasajeros pero nuevamente la oposición vehemente del secretario de estado Cordell Hull y los demócratas del sur lo impiden llegando incluso a amenazar a Roosevelt con retirarle el apoyo en las elecciones de 1940 que se avecinaban.

El 4 de Junio se le prohíbe la entrada al San Luis en territorio norteamericano que esperaba una respuesta anclado entre la Florida y Cuba.

El 5 de Junio se hace un intento desesperado esta vez hacia el Canadá pero nuevamente reciben una respuesta negativa, ante la imposibilidad de continuar buscando posibles huéspedes entre los países vecinos, la situación de casi amotinamiento, los intentos de suicidios entre los pasajeros, la falta de comida que ya se hacia sentir y otras agravantes el capitán Gustav schroder toma la decisión de regresar a Europa.

Durante el trayecto de regreso la American Jewish Joint Distribution Committe intenta buscar una solución entre los países europeos, Bélgica, Reino Unido, Francia, y los Países Bajos aceptan repartirse por cuotas parte de los pasajeros, el San Luis llega a la ciudad de Amberes ciudad a partir de la cual los distintos pasajeros fueron repartidos a su destino final.

De los más de 900 pasajeros a bordo del San Luis solo 240 pudieron sobrevivir al holocausto, el resto terminaron capturados por los nazis o murieron en los campos de concentración.

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Transcripción de la entrevista al Congresista Federal Mario Diaz-Balart.

Tomada de http://www.naplesnews.com

'One on One' transcript: U.S. Rep. Mario Diaz-Balart interview highlights

By JEFF LYTLE (Contact)
8:19 a.m., Thursday, April 16, 2009


Lytle: The big issue, Cuba.

President Barack Obama has lifted some of the restrictions on travel and sending money to Cuba. You are really honked about that.

The question is, it appears to be good for some of the people in Cuba, and that the Castro regime — it’s only a matter of time before it goes. So what is wrong with starting to improve relations with Cuba and its people now?

Diaz-Balart: There are a couple of reasons why I think it’s a pretty bad move.

Number one is, President Obama has given these concessions to the Castro regime, that is a state sponsor of terrorism, in exchange for what? For nothing.

These are unilateral concessions to a terrorist group, a state sponsor of terrorism, asking absolutely nothing. Not one iota. Not even asking for anything in return, which frankly to me makes no sense.

The president himself, when he was sworn in — and I’m paraphrasing — he said to those who loosen their hands of tyranny, we will extend a hand. Here the president has given unilateral concessions to a regime that has killed numerous Americans — 12 years ago shot down two American airplanes in international airspace — asking not one iota; not even pretending to ask anything in return. That makes no sense.

( U.S. Rep. Mario Diaz-Balart )

Lytle: But if this is going to help reunite families, people, your constituents, and get more money from the United States from those family members to family members in Cuba, without having to go through Third countries and all that rigmarole.

If it’s going to open up the communication business between America and Cuba — cell phone sales and service — where is the harm?

Diaz-Balart: Well, the harm is — by the way, it’s not going to help the Cuban people, because the regime said it themselves. They’re not going to open up; they're not going to allow any further freedoms. They say that every single day.

Lytle: But the people will be able to spend the money.

Diaz-Balart: Well, except that here’s the problem.

A couple of facts: One is that the largest provider of humanitarian aid to the Cuban people is the United States, more than the rest of the world combined. So the humanitarian aid from the U.S. is already going to the Cuban people.

Lytle: You don’t mean the U.S. government. You mean private entities.

Diaz-Balart: Absolutely, mostly Cuban-Americans helping relatives and friends and neighborhoods, etc.

Lytle: So we’re already helping.

Diaz-Balart: Yes. But what you don’t want to do is have that money go to the regime. You want to limit it as much as possible from going to the regime. The regime skims and milks and takes a big chunk of that money.

So that’s why you want to limit it to, for example, the immediate family as much as possible, so that you don’t have groups out there as business entities sending cash to the regime, which is exactly what used to happen before the previous administration tightened some of those areas.

Lytle: How does the regime know that somebody in Cuba has gotten an envelope with $100 in it?

Diaz-Balart: Because the regime decides who goes —

Lytle: — Who goes where?

Diaz-Balart: Who travels to Cuba. People can’t just go to Cuba. When the U.S. says, as President Obama has said, they’re going to allow more Cuban Americans to visit the island. It’s not like they can just show up. The Cuban regime decides who shows up, who doesn’t show up.

Lytle: The regime also knows who gets mail, and who gets Western Union.

Diaz-Balart: Absolutely. Not only that. Every single hotel, every single tourist attraction, every single facility where foreigners go to is run and controlled directly by the military. So every dollar or euro that is spent in Cuba goes directly to the military. Which is why the number one issue that that terrorist regime has been pushing for is precisely what President Obama has given them — asking nothing in return.

This has been a huge gift to the Castro brothers, asking nothing in return. At a time, by the way, when — you’re absolutely right — one Castro brother is very ill, is ailing and will die sooner than later. And the other one is not doing much better.

So here’s the question: why do you want to unilaterally give hundreds of millions of dollars to that regime asking nothing in return?

The entire debate can be summed up on two sides. One side: Let’s give that regime unilaterally what he wants, — billions of dollars — asking nothing in return, and we’ll become good guys. That’s what President Obama has started dong.

The other side says let’s condition the billions of dollars on just three things: allow first some basic freedoms — freedom of the press, which is essential; labor unions, political parties; free every single political prisoner and start the process toward the democratic transition. Then all the sanctions go away. Is that too much to ask?

Lytle: If some of the people with Cuban heritage with whom I’ve spoken were right here right now, they would say to you, "What you’re telling us is the old way of thinking. We’ve heard that many, many times before. It’s time to get past that and to move on to a new day.’’ Diaz-Balart: True. That’s what people used to say when they wanted to do business with the apartheid regime in South Africa. It’s time to just do business with the apartheid regime in South America, and by the way it’s going to help the unfortunate blacks. It was the same attitude of those who wanted to do business and did business with Hitler and supported that fascist, murderous regime, and actually supported it even until the truth came out in many, many case. Because, what the heck, let’s just do business with them because there’s a buck to be made. It’s the same attitude that some of our strong allies like the French and others have with other state sponsors of terrorism like Iran. The reality is this: Should the United States have a policy of helping the independence of a society, the freedom fighters who are peacefully trying to achieve democracy? Should you demand the freeing of political prisoners?
Lytle: Is there any concern, or is it even possible that if American travel restrictions are eased and the flow of money is allowed — more freely than it is now — that conditions in Cuba could get so good that the Cuban Adjustment Act or the number of visas from Cuba to be allowed to the U.S. every year could be reduced or even eliminated?

Diaz-Balart: You bring up a very important issue. A lot of people may not even know what the Cuban Adjustment Act is, so I think you brought up a very important issue.

Because of the Cuban Adjustment Act in 1966, any Cuban who comes to the United States is allowed in. It’s the only category where that is the case. If you’re Nicaraguan, Honduran, Colombian, Haitian, Ethiopian — everybody else in the world, that’s not the case.

Lytle: I thought there was a cap.

Diaz-Balart: No, not for the Cuban Adjustment Act.

With every positive things comes some responsibility. If Cubans are allowed to come in because of the spirit of the Cuban Adjustment Act — they’re basically political exiles. It’s because of the political situation in Cuba, and I agree with that.

But you can’t say, I want to be allowed in the United States — no questions asked — because of the political situation in Cuba; and at the same time say, now I want to be able to travel back to that country, unlimited, with no limitations.

Well, which one is it? Are you coming to the United States under the spirit of the Cuban Adjustment Act, which says that it’s because of the political situation in Cuba because you’re oppressed and because there’s political persecution, and then you want to be able to travel back and forth. So yes, it does put it in jeopardy.

Lytle: When most of us think about easing travel restrictions to Cuba, we think of people who have been in the Miami area and other places for a long time, and they want to visit their family. They don’t think about short-term people when they start going back and forth.

Diaz-Balart: But either way, right now we have a situation here and throughout the country. We have a lot immigrants who want to come to the United States who cannot come in legally. We have a huge issue with people who are here illegally who come here to work, etc. The exception to that rule are Cubans who, if they are able to get out of that oppressed regime and they arrive in the United States, they’re allowed in.

Now if you’re allowed in because of those circumstances, how then can one justify going back as a tourist for whatever reason.

Lytle: You speak of Cuba with some authority.

Diaz-Balart: I’m consistent.

Lytle: Your family is from Cuba.

Diaz-Balart: Absolutely, and we have very strong historical ties to that island. Maybe we should have a show about that one day. And I’m very proud of that, and I’m very proud of being first-generation American born in Fort Lauderdale. I’m very proud of both my heritage and clearly of the greatest nation in the world, which is this country.

Lytle: On the other immigration matter, you’ve spoken publicly recently about bringing some clarity to overall immigration policy. You’re putting the accent on giving adults who are already here, by whatever means, opportunities to become legal here, and not send them back to where they came from and leave their children here. That to you makes no sense.

Diaz-Balart: What makes no sense to me is, when you have American citizens — children born in the United States, American citizens — whose parents have broken the law and who need to suffer the consequences of breaking the law. In other words, all of us, if we break the law — if you speed, if you commit any sort of traffic infraction, or if you do something else, the consequences are that you should pay.

But by rights, the consequences have to fit the crime obviously. Speeding is not the same thing as killing somebody. To me what makes no sense is when you have American citizens — children, who were born here — whose parents have broken the law, and that’s clear. But the remedy should not be to break up that family and to leave those American children without parents by deporting their parents if there may be other ways to deal with it that make more sense.

Number two is, we also need to make sure we protect our border. The United States can’t be the only country that doesn’t have the right to protect their borders and to determine who comes in and who leaves the country. The only way we’re going to be able to do that, I think, is by coming together in a bipartisan fashion, putting together a comprehensive way to deal with how to secure our borders — which, by the way we have the technology to do if we have the will, number one. And also then decide what are we going to do with the people here.
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