Roberto Solera: EL JARDÍN DE MIS RECUERDOS
EL JARDÍN DE MIS RECUERDOS
Por Esteban Casañas Lostal
Roberto Solera es de esos hombres con vergüenza que vive sus últimos pasos con los pies bien puestos sobre la tierra, es muy materialista en este aspecto y no desea partir a la otra vida sin antes contarnos cómo fue su tránsito en ésta, la que todos conocemos. Vive preocupado por la historia y se apura, sabe perfectamente que todo aquello dejado de contar puede perderse o ser manipulado en su ausencia. ¡Oh, la historia! Mil veces enajenada, prostituida, reconstruida, manipulada asquerosamente, reescrita respondiendo a los intereses de los vencedores, es la historia que Roberto rechaza con desprecio. Piensa, la historia pura es aquella que se encuentra en los labios de los protagonistas, y no se equivoca. Cuando ellos se encuentren ausentes, los curiosos y estudiosos se convertirán en pasto fácil de aquellos despiadados historiadores, por eso se apura.
¡Oh, la historia! Qué asignatura tan aburrida en los labios de un profesor incapaz de estimularla y se limite a leerla para cumplir un plan de lecciones o, sencillamente cubrir el horario establecido para su clase. Roberto se siente incómodo y trata de mostrarla a su manera, sembrando para ese propósito un jardín con todas sus memorias, donde cada recuerdo puede convertirse en una flor que se deshoja con el paso de cada párrafo. ¡Mucho cuidado cuando andes entre esas plantas! Nunca olvides que sus tallos pueden estar premiados de espinas.
En esa marcha que le ha tomado meses o años, regresa con el tiempo y profana las tumbas de su padre y abuelo, no conforme con su obra, exprime también la de tías y amigos cercanos. Lo hace cuidadosamente, usa guantes de seda para no dejar rastro o huellas que lo delaten, es sumamente exquisito seleccionando algo que no le correspondió, pero que formó parte también de su vida.
La primera parte de su libro se encuentra protegida por una muralla de cactus y sientes deseos de regresar por tu camino, sin embargo, la curiosidad puede más que la voluntad del lector y decides saltar. Sin apenas percibirlo, caes en la trampa que él te tendió con habilidad. Respiras y pasas la hoja, el panorama cambia totalmente, Roberto se presenta tal y como es, se desnuda ante tus ojos y nos muestra a toda su familia.
Su infancia transcurre entre saltos inevitables que dejan marcada su cultura por la influencia de sus antepasados y los efectos, siempre presentes en su obra, de haber compartido parte de su vida en una Costa Rica a la que ama tanto como a Cuba. Nos pasea por jardines de la isla y de buenas a primera viajamos hasta Centro América y probamos uno de sus platos o temblamos con sus terremotos.
( Roberto Solera )
Su memoria es prodigiosa, divina en todo caso. Le pregunté por teléfono si él podía recordar el nombre de todas esas personas, calles y eventos sin temor a equivocarse, su respuesta fue positiva. ¡Dios mío! Si cada recuerdo fuera una flor, no existe la menor duda de encontrarnos en un jardín de dimensiones desconocidas, simplemente espectacular, me faltan palabras para calificarlo.
Roberto es un experimentado manipulador, conoce nuestras debilidades y nos ataca con inteligencia por esos lados flacos que muchos de nosotros poseemos, la indiferencia. ¿Cómo lograr hacerles llegar nuestra historia a esta gente? Se habrá preguntado muchas veces mientras no detenía el teclado, ¿cómo somos? Nos da por la vena del gusto, mezcla paisajes de su vida personal con esclavos africanos, gallegos, chinos, hermanos Franciscanos, agitadores revolucionarios, nadadores y cuanta herramienta tenga a manos con un solo propósito, sustituir al aburrido profesor de historia, ¡y lo logra!, lo hace muy bien.
La colección de fotografías que nos regala en su libro, muy bien pudo formar parte de las inspiraciones de grandes pintores, verdaderas piezas de museo que muy pocos se atreven a conservar dentro de la casa y, casi siempre van a parar al latón de la basura cuando muere el abuelo.
Hay pasajes donde las manifestaciones de ternura y dulzura mostradas por un hombre, pudieran hacer dudar de su hombría en el contexto de un enfermo mundo actual, donde cualquier gesto o expresión de cariño puede ser malinterpretada por enajenados machos. Roberto no se acompleja y nos narra parte de la vida de cada uno de sus perros con esa suavidad y delicadeza hoy muy escasa en el sentir y hablar de los “hombres”, es sencillamente exquisito y logra envolvernos, porque la historia de cada personaje se encuentra muy bien tejida a la del momento histórico del pasaje narrado. Allí, donde pensamos que tal vez nos enteraremos de un chisme de su “reparto” o “barrio”, transcurren instantes de la vida de toda una nación, su historia.
Mañana, cuando definitivamente no estemos, los que deseen conocer la verdadera historia de nuestros pueblos, tendrán que sumergirse como polillas en busca del testimonio de sus protagonistas para evitar la bochornosa historia que nos ofrecerán los historiadores de turno. Unos, acudirán a las “Memorias de mis putas tristes”. Otros, bucearán entre “Mis dulces guerreros cubanos” y tendrán que salir a respirar cuando comprueben que no eran tan dulces. Los peores, chocarán un día con las “Memorias de mis putas alegres”, no lo he escrito todavía, pero imagino a un mar de hombres y mujeres lamentándose eternamente sin dejar de desfilar en la plaza. El resto, ese grupo compuesto de gente seria de verdad, preguntará dónde encontrar el libro “El Jardín de mis recuerdos”, porque créanlo o no, constituye un material de consulta interesantísimo.
Roberto llegó hasta una fecha y se detuvo, no pudo continuar por su lejanía de aquella tierra y nos entrega el bastón en esa penosa carrera de relevos y resistencia.
¿Qué te pareció el libro? Me preguntó por teléfono, siempre vive pendiente y preocupado por la opinión de la gente de a pie y yo soy un representante de ellos. Me río antes de contestarle, él ya me conoce y sabe que soy el peor de sus alumnos, el más rebelde y quizás el más sincero.
¡No me jodas! Esto no es un jardín, esto huele a testamento. Sonríe y se corta la comunicación.
Gracias Roberto.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal.. Canadá.
2009-11-07
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Y si tenéis por rey a un déspota, deberéis destronarlo, pero comprobad que el trono que erigiera en vuestro interior ha sido antes destruido.
Jalil Gibrán.
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