Como espuma y arena los "programas de la revolución" del ¨Período Especial¨ ha ido quedando a la deriva
Como espuma y arena
Jueves 29 de Abril de 2010
Por Luis Felipe Rojas Rosabal
Holguín
Una larga lista de "programas de la revolución" ha ido quedando a la deriva, como si el viento feroz de la realidad los hubiese bandeado de un lado al otro. Lo cierto es que los intentos más populistas del Fidel Castro, que dio a conocer antes de caer estrepitosamente en aquella plaza de Santa Clara, han tomado el camino de Matías Pérez, han volado al cielo para desaparecer de un plumazo.
La inoperancia física del mayor de los Castro, la remoción de más de una decena de sus antiguos y cercanos colaboradores y el pragmatismo de su hermano menor dejaron sin razón de ser a la punta de lanza del populismo que el régimen usó en el último lustro como tabla salvadora de sí mismo ante el tedio y la abulia generalizada.
Más humanos, más cubanos
Un cinturón ancho con hebilla dorada, unos tenis Adidas y una copia dorada de un reloj Orient son los atuendos del joven que ahora desanda un barrio de Santiago de Cuba. Una mochila al hombro y una camiseta roja con el slogan "Más humanos, más cubanos". El barrio se detiene. Ha llegado un Trabajador Social.
Quizás uno de los programas más agresivos —por la manera en que volcaron tantos recursos en él— fue el de los Trabajadores Sociales. La tropa de choque se estrenó con media docena de escuelas de lujo que nunca tuvieron ni los futuros ingenieros ni los médicos que han sido la cara más visible de los llamados logros de la revolución. Parecían que habían llegado para quedarse. Fueron a Venezuela, Jamaica y Bolivia. Actuaron en dúos como fiscales, fisgones y lleva-y-trae de la burocracia que los encaramó en lo más alto de la vigilancia colectiva.
Pero pronto salieron los lunares.
En cuanto cayeron en las gasolineras de la empresa Cuba-Petróleo (CUPET) el precio del combustible en el mercado negro pareció bajar sorprendentemente, o por lo menos eso era lo que se comentaba, ya que los muchachos que llegaron vestidos de inflexibles veladores del bien común terminaron siendo peores que los pobres empleados antes sustituidos.
Los cursos para trabajadores sociales dejaron de funcionar hace más de tres años y las entonces flamantes escuelas —construidas a todo trapo por todo el país para envidia y roña del estudiantado cubano— terminaron ocupadas por sus colegas de Venezuela y otras naciones de la región. En Holguín se albergaron más de doscientos 'activistas' (sic) venezolanos del último referéndum celebrado en la patria de Bolívar.
Eventos culturales, deportivos y hasta contingentes militares fueron albergados en la escuela antes mencionada. Lo mismo ha sucedido en las demás provincias cuando han sido objeto de visita de presidentes latinoamericanos. Sus habitaciones han albergado hasta a los cuerpos de seguridad de tercera clase citados para la ocasión.
A estas alturas, desde varias provincias se han reportado casos de grupos de trabajadores sociales a los que están proponiéndoles especialidades en el MININT o ser los acompañantes directos de los jefes de Sector de la PNR, por lo que después de tanto bregar, los chicos preferidos de Fidel han venido al lugar que los cubanos sospecharon siempre: vigilar y soplar despacio y bajito lo que hace cada quien.
Otro remanente revolucionario
Después de décadas enarbolando una alta tasa de retención y promoción escolar, el sistema educacional cubano "descubrió" un déficit sin igual apenas comenzado el siglo XXI, por lo que las autoridades se dieron a la tarea de rehacer a como diera lugar el tramo maltrecho.
De repente, las escuelas para jóvenes sin empleo recibieron a cualquier hijo de vecino que había decidido abandonar los estudios. Propaganda aparte, parecía un buen gesto, mas pronto los nuevos escolarizados terminaron engatusados en campañas de higienización, elecciones municipales y de la agricultura, so pena de perder el mísero estipendio mensual, equivalente a seis dólares.
Cinco años después, como ocurre ahora mismo en las cinco provincias orientales, muchos recién graduados no han logrado una plaza donde ubicarse laboralmente, de modo que aquel "programa de la revolución" terminó siendo un ensayo clínico de mal gusto para los nuevos conejillos de muestra.
Los instructores de arte, un viejo fantasma revivido bajo el embate populista de última hora, han servido para llenar las escuelas con aquellos que debieran enseñar los rudimentos de la apreciación artística en los educandos, pero tampoco ha fructificado por el hasta ahora irreconciliable maridaje entre los sectores de Educación y Cultura.
El exhausto Movimiento de Artistas Aficionados no se benefició tampoco con la avalancha de adolescentes que si bien pudieran adquirir un ápice de rigor técnico, contaban con un gran déficit de conocimientos culturales, lo que los invalidaba para enseñar incluso en una pequeña comunidad.
Muchos se preguntan a dónde fue a parar el rigor con que antaño se enseñaba en los institutos pedagógicos de la isla. Ante tanto descalabro y cursos emergentes, todo se ha venido abajo.
Desde el año pasado, estos centros de altos estudios optaron por enviar a sus educandos a hacer prácticas durante casi todo el mes; esto es, impartir clases directamente a alumnos mientras ellos mismos reciben docencia sólo tres días mensualmente.
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