DOS DE ALEJANDRO RÍOS: Juglar de la devastación
Tomado de http://www.elnuevoherald.com
Por Alejandro Ríos
Una de las tantas revelaciones incluidas en la correspondencia del director de cine Tomás Guitérrez Alea, cuidadosamente editadas por su viuda, la actriz Mirtha Ibarra, es aquella donde monta en cólera porque el documentalista Santiago Alvarez, a la sazón director del Noticiero ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos), se atribuía la paternidad del documental Muerte al invasor (1961), sobre el desembarco de la Brigada 2506 en Bahía de Cochinos.
En varias cartas trata de razonar con el presidente histórico del cine cubano, Alfredo Guevara, sobre la usurpación de sus legítimos derechos pero recibe la callada por respuesta.
Alvarez y Guevara ya pertenecían a la nomenclatura cinematográfica del régimen y se especializaron en llevar a cabo las encomiendas del ``cineasta en jefe'', mientras Titón era poco menos que un artista incómodo con la burocracia, por entonces, chivo expiatorio de toda la inoperancia temprana del sistema socialista que se estrenaba en la isla.
Traigo a colación la referencia porque el Noticiero ICAIC, parte de la Memoria del Mundo según lo estipuló recientemente la UNESCO (Organización para la Educación, la Ciencia y la Cultura de Naciones Unidas), cumple cincuenta años y el aniversario se ha estado festejando con no pocos ditirambos.
Como otras efemérides que se celebran en Cuba, sin embargo, esta también es letra muerta y mediatizada por la parcialidad ideológica porque el noticiero dejó de hacerse por los años noventa, al filo del período especial, debido a la falta de recursos, según el ICAIC, o porque ya a sus más jóvenes realizadores les había dado por criticar el deterioro de la sociedad en vez de culpar al imperialismo de todo lo mal hecho en el mundo, como siempre fue el caso, durante la etapa más floreciente de la dirección de Alvarez.
( Santiago Álvarez y Fidel Castro )
Todo el entrenamiento cinematográfico que le faltó a Santiago Alvarez le sobró como militante comunista, hombre de confianza, según el decir de la dirigencia cubana y de su viuda en reciente entrevista. Lo cierto es que para suplir esa carencia supo rodearse de talentosos colaboradores.
Durante mis estudios universitarios tuve de colega a Jorge Pucheaux, el artífice de un aparato llamado truca, primitivo artilugio de efectos especiales, al servicio del noticiero y de los documentales de Alvarez. Sin atreverse a demeritar a su director, Pucheaux me confió que, por ejemplo, el famoso documental Now, sobre la historia del racismo en Estados Unidos, había sido solucionado totalmente en la truca.
Alvarez también se benefició de otras circunstancias para avanzar en su carrera. Nicolás Guillén Landrián, por ejemplo, fue castigado por su irreverencia y sus documentales terminaron engavetados hasta hace unos pocos años, no sin antes dejar un legado en la utilización de la tipografía, la gráfica, la edición y el sonido que luego florecería del mismo modo en los noticieros del ICAIC.
Ni decir que Alvarez pudo utilizar, sin pagar derechos de autor, porque para el gobierno cubano era una majadería pequeñoburguesa, toda la imagen y sonido de otros artistas internacionales vedados al público cubano. Recuerdo la formidable pieza psicodélica In-A-Gadda- Da-Vida de Iron Butterfly, como banda sonora de 79 primaveras (1969), el documental que dedicara a la vida de Ho Chi Minh, así como una secuencia de los Beatles, haciendo de las suyas, que el director equiparaba con payasadas simiescas.
A diferencia de Leni Riefenstahl, marginada y criticada hasta su muerte por ser la cronista cinematográfica excelsa del nazismo, la izquierda internacional ha puesto a buen recaudo al juglar de Castro y su revolución, el mismo que contribuyera al descrédito de sus congéneres ingresados en la embajada del Perú en 1980 antes del éxodo del Mariel, con imágenes manipuladas, para que fueran ``la escoria'' ingeniada por el gobierno. Realmente, Santiago Alvarez nunca dedicó un pie de película que contraviniera los fundamentos de la dictadura.
A finales de los años ochenta fueron jóvenes de su equipo como José Padrón y Francisco Puñal, entre otros, quienes hicieron despertar a Alvarez de su largo letargo fidelista y antimperialista. Algunos de los noticieros resultaron censurados por el mismo gobierno que siempre glorificó.
Al dejar de servir a los propósitos propagandísticos de Fidel Castro, Santiago Alvarez perdió algunas de sus prebendas, el noticiero fue cancelado y ya no tuvo más acceso directo al poder. Murió sin ser recibido por el soberbio dictador en 1998. Quedan más de 1,500 noticieros que ahora celebran medio siglo, materia prima para futuros historiadores con intenciones de dilucidar la más larga tiranía del Hemisferio Occidental.
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Por Alejandro Ríos
De tránsito en México para escapar a Estados Unidos, me tocó vivir en casa de la editora de Carlos Monsiváis, uno de los más respetados intelectuales latinoamericanos contemporáneos. Supe aquel año de 1992 de cómo se deshizo totalmente su simpatía por la revolución cubana cuando escuchó al dictador Castro afirmar que las prostitutas cubanas eran las más ilustradas del mundo porque solían ser graduadas universitarias.
Ya hacía años que Monsiváis no se prestaba para la comparsa de escritores que convoca la Casa de las Américas durante la entrega de su premio literario anual cada mes de enero. Ni se le veía tampoco entre los invitados de la Embajada Cubana en el Distrito Federal, conocido como uno de los centros de espionaje más grandes de la isla fuera de sus fronteras.
Sin duda la desilusión de la poderosa izquierda intelectual mexicana con el régimen cubano, actualmente un hecho consumado, tomó tiempo en producirse. En este sentido es de encomiar la figura solitaria de Octavio Paz quien alertó, desde temprano, sobre el rumbo totalitario que tomaba la que fuera una esperanzadora utopía.
En su desdén al régimen cubano, sin embargo, Carlos Monsiváis no incluyó a los amigos que había cultivado durante años, sobre todo a figuras que sufrieron en carne propia la llamada parametración de los años setenta, como Reynaldo González y Antón Arrufat o escritores más jóvenes y no menos irreverentes como Abilio Estévez, hoy exiliado en España.
( Carlos Monsiváis )
Desde entonces, hasta su muerte acaecida hace algunos días, Monsiváis no dejó ni de escribir ni de hablar en contra de la dictadura de los Castros con el gracejo y la comunicabilidad que siempre caracterizó su escritura periodística y literaria.
Curiosamente, a propósito de su fallecimiento, uno de los pajes de la cultura oficial, Miguel Barnet, presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), se deshizo en elogios, olvidó el anticastrismo acendrado de Monsiváis y afirmó que lo iban a ``extrañar mucho por su agudeza y sus juicios afilados y certeros''.
Claro que su opinión aconteció en sitios del Internet a los cuales no tienen acceso los lectores comunes cubanos porque los llamados ``órganos oficiales'' ignoraron el obituario, mientras dedicaban todas sus loas a la desaparición de José Saramago, Premio Nobel de Literatura, afiliado al partido comunista.
Lo cierto es que Monsiváis aceptó, con gusto, la invitación de la Feria Internacional del Libro de Miami en dos ocasiones donde departió sobre su vasta bibliografía, tuvo encuentros con escritores exiliados que habían sido presos políticos y dejó bien claro su apoyo a todo lo que fuera contribuir a la libertad de Cuba.
Sarcástico, con una modestia no muy frecuente entre pensadores de su rango, lo recuerdo interesándose por el destino del escritor cubano Raúl Rivero, a la sazón cumpliendo condena por la batida represiva de la llamada Primavera Negra.
Ahora mismo, la Feria del Libro se aprestaba a invitar a Monsiváis, una vez más, a su magna cita literaria del mes de noviembre. Sin duda que lo echaremos de menos por honrar el evento con su sabiduría y por ser el amigo que tanto necesita la causa de la libertad cubana para hacerse entender entre artistas y escritores que todavía se resisten a confrontar la lamentable realidad que vive el pueblo de la isla.
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