Consideraciones tras el segundo encuentro con los presos cubanos deportados recién llegados a España. Una tarde muy aburrida
Una tarde muy aburrida
Consideraciones tras el segundo encuentro con los presos deportados recién llegados a España celebrado en la Fundación Hispano Cubana el 30 de septiembre de 2010
Por Luife Galeano
Es domingo. Un domingo que amenaza lluvia tras un fin de semana que se presentó caluroso. El comienzo del otoño precursor de un nuevo invierno que se presenta interesante. Hoy, sin embargo, sólo se vislumbra la amenaza de lluvia. Tal vez sea la calma que precede a la tormenta. Hace tiempo que espero una tormenta. Una tormenta que no acaba de llegar o que, quizás, ya se esté planteando y las ansias no me dejen intuirla.
Me lo comentó Julio César Gálvez a una pregunta mía. “No te quepa duda que esto va a cambiar. ¿Cuándo?, no lo sé. No dispongo de la varita mágica que me lo diga pero intuyo que será más pronto que tarde.” Mira hacia la isla y me descubre la dicotomía del poder enfrentado de los hermanos Castro, de lo senil y anciano que se presenta el aparato; de los desengaños de unos vetustos funcionarios —otrora gallardos komsomoles de agitadas banderolas— y la decadencia de los edificios, de las instituciones, de las almas de los ciudadanos. Ahítos de tanta regla, de tanta orientación, de tanto dedo apuntando al camino rocoso de las penalidades porque el combate sigue, prietas las filas, hombro con hombro en unas decrépitas trincheras, esperando a un enemigo que nunca llega. Cincuenta años de vigilia, velando la inamovible franja del horizonte por si despunta un barco, un avión, un desembarco de Normandía.
Muchas veces trato de imaginarlo y veo un levantamiento popular; un desgañitarse las gargantas reclamando lo que es moneda común en el mundo civilizado. Exigiendo lo que parece estarle vedado al hombre nuevo del territorio ¿libre? de América. Me imagino que se cepillarán a unos cuantos jerifaltes incrédulos o demasiado lentos de reflejos; que desactivarán el desfilar de las inútiles manifestaciones de kilométricas pancartas por todo el orbe progresista pronunciando los pareados de siempre —soflamas de periclitadas trincheras moscovitas. El pueblo de Cuba se ha sublevado en bochornoso golpe de Estado a un dictador. Pero no pasará nada en el mundo que nos vigila. Como todo preámbulo, habrá mucho ruido y pocas nueces porque el avance del pueblo oprimido que, por fin, rompe sus cadenas será inexorable. La ONU inventará sanciones y los dictatorzuelos del continente fletarán aviones y movilizarán cuerpos de ejércitos que nunca llegarán a despegar porque han de abrir sitio a los que huyen cargados de maletas millonarias o a los que lloran la pérdida de sus infames prospecciones petrolíferas o sus apenas inaugurados campos de golf destinados a divertir a los complacientes visitantes venidos en tropel desde el Coloso del Norte a refocilarse en las praderas que acogen las cárceles del terror antillano.
Sólo cuando se apaguen los últimos cánticos y los servicios de limpieza se encuentren en plena faena sonará el primer relámpago. Entonces comenzará la verdadera tempestad. Una lluvia de alebrestados tomará las calles y los tanques controlarán los edificios más significativos al son de un himno que concita al combate corred bayameses. La vida perderá un cierto dinamismo y los pobres de espíritu volverán sobre sus pasos a parapetarse en sus hogares.
Algo parecido puede que haya sido la visión de Juan Carlos Herrera; un joven, entonces, que desafió la mesura y se puso para las cosas denunciando con la vehemencia propia de los años. Un hombre que se cosió la boca ocho veces porque se negaba a comer del árbol de la ciencia comunista. Un luchador que, desde posiciones más tranquilas, hoy en día sigue insistiendo en la unión de todos los cubanos contra las injusticias de un régimen que no permite el más mínimo chance de sacar la cabeza del agua a todo aquel que disienta porque reconoce lo evidente a plena luz del día.
Pasada la tormenta escucharemos música sacra por las emisoras y nuevos informativos por la televisión. Todos frente al receptor, las líneas colapsadas, los celulares remitiéndonos a repletos buzones de voz y la Internet congelada. Un panorama nuevo, de película, de paquete. Entonces, más de uno empezará a preguntarse cómo fue y por qué.
Cómo fue posible el Holocausto. Por qué se produjo la situación. Pero nadie tendrá respuestas porque esas preguntas ya no las necesitan. Tendremos paz, libertad y un futuro incierto por delante sin preguntas que hacerse porque hoy ya no se pregunta para saber. Es cuestión retórica e innecesaria. Hoy se pregunta para algo más que para atraer la razón sobre uno mismo. La razón nunca ha estado en las respuestas a las preguntas. Las respuestas no nos van a revestir de un halo de santidad bajo el cual no quepa la más mínima duda. Las respuestas las debe dar el pueblo de Cuba sublevándose a la mentira del poder; no aceptando las orientaciones; resistiéndose pasivos a los empellones y sacando de sus casillas a los custodios del santo copón comunista.
En cuanto suene el primer tiro o se niegue el oficial de turno a dispararlo. Entonces se escuchará la verdad. La verdad que los gobiernos que quieren resolvernos la vida ocultan para fomentar sus mentiras. Los gobiernos que impiden el diálogo entre cubanos porque quieren soltar sus dragones y mondragones por el ámbito antillano. Los que propugnan que, muerta la verdad, ¡que viva la mentira! Es más fácil y menos complicada. Admite mayor coloratura, es más flexible, viste más y queda mejor. No se ve lindo ni nada el canciller que le toca la flauta a Bartolo o las ninfas del progreso que mueren embelesadas ante los dictadores como si de cantantes de boleros se tratase. La mentira es más piadosa, admite distintas interpretaciones y se ajusta mejor a esas personas de cintura flexible y exacerbado cinismo. Esas que se justifican diciéndose: ¿Para qué voy a decir la verdad si quedo mejor contando la mentira. Es más creíble. Se acepta mejor por los conformistas que no quieren complicarse la vida. Cumple todas las expectativas. Sin ningún género de dudas, la mentira es mejor.
¿Qué tendremos, entonces, después de la gran tormenta? ¿Verdad o mentira? Así paso el domingo; preguntándome si no estoy equivocado al pensar esas cosas. Preguntándome por qué digo la verdad. Tal vez porque sea más limpia. La verdad libera. Es más ligera aunque no deje de ser bastante más aburrida. Y yo estoy muy aburrido en esta tarde de domingo que amenaza lluvia.
1 Comments:
videos del encuentro.
http://www.youtube.com/watch?v=GbOU-4sRShc&feature=player_embedded#!
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