domingo, diciembre 19, 2010

La generación escondida. Un modelo económico que cambia y una generación a la que se le impone cambiar

La generación escondida




Por Leonardo Padura Fuentes

Un modelo económico que cambia y una generación a la que se le impone cambiar.

Los cambios económicos y sociales ya emprendidos en Cuba y los que se implementarán en un futuro próximo bajo la premisa de la necesaria actualización y perfeccionamiento del modelo económico cubano, tienen entre sus objetivos expresos una descentralización del Estado y un descargo de responsabilidades insostenibles para esa estructura. Este proceso, que permitirá mayor independencia no solo a las empresas, a los gobiernos locales y a las opciones laborales de los individuos, trae aparejado una importante modificación de las estructuras sociales cubanas, no solo en lo económico sino en todas sus esferas de existencia.

Mucho se ha insistido en la necesidad de que el Estado asuma menos responsabilidades que no tiene por qué cargar (aunque fue su decisión asumirlas en una época, como parte del “modelo” escogido) y en la imposibilidad que afronta de mantener subsidios, gratuidades y beneficios que hasta hace unos años el propio Estado generó y promovió.

Mucho, también, en la necesidad del aporte de los ciudadanos al sostenimiento de ese mismo Estado, mediante una adecuada productividad laboral y a través de impuestos directos (incluidos los destinados a la seguridad social, y por tanto, a esferas como la salud y la educación). Poco se ha dicho, en cambio, de los conflictos individuales que las medidas tomadas y por tomar traerán a los ciudadanos, aunque, ciertamente, se ha insistido en la máxima de que ninguna persona quedará desamparada si necesita de la ayuda estatal.

Cuando se habla de la necesidad de eliminar subsidios no se menciona, en cambio, la posibilidad de reducir los gravámenes que, durante los últimos 15 años, han ayudado al sostenimiento del Estado y a su posibilidad de entregar subsidios, como son los impuestos que se aplican a los productos expendidos por las tiendas recaudadoras de divisas, cuyos precios suelen duplicar, triplicar y hasta cuatriplicar los que esos mismos productos tienen en la red minorista de otros países. Esos precios tan duramente gravados, por cierto, son los que regulan los del resto de los mercados (con la excepción de los productos vendidos por la escuálida y moribunda libreta de abastecimiento) y hasta los del mercado negro que funciona en el país, y son los que, en conjunto, provocan que los salarios estatales sean más que insuficientes para el sostenimiento del trabajador y su familia, lo cual ha provocado, entre otros efectos, el desinterés por el trabajo.

Entre lo más o menos comentado ha habido, sin embargo, un total silencio respecto a los efectos que tales cambios y redefiniciones traerán para el sector de las personas que, sin llegar a la edad de jubilación, pero ya rebasada la juventud, deberán rehacer sus vidas en nuevas condiciones sociales y económicas en las que el Estado aspira a obtener una parte mayor de su sostenimiento del trabajo de los ciudadanos sin que se mantengan las políticas proteccionistas o paternalistas imperantes por décadas en el país.

Este grupo de personas forma la generación que hoy anda entre los 45 y los 55 años y que es muy definible en Cuba por varias características, entre las que se me ocurre contar el hecho de haber sido la primera que, masivamente, hizo estudios universitarios (y son, por tanto, profesionales); es la que, esencialmente, participó en las misiones internacionalistas militares de los años 1970 y 1980, sin que recibieran los beneficios económicos que perciben, de un modo u otro, los trabajadores internacionalistas actuales; fue la que, alrededor de los 30 años, o sea, en su etapa de madurez intelectual y laboral, recibió la llegada del período especial y vio en muchos casos truncada o alterada su estructura de ascenso económico y social; y es en algunos casos para su salvación la que engendró la generación de jóvenes que en los últimos años han emigrado de Cuba o están emigrando ahora mismo, jóvenes con capacidad intelectual o fuerza física para intentar y muchas veces lograr una inserción satisfactoria en otras sociedades, desde las que contribuyen al sostenimiento de sus familiares en la isla.

¿Cuántos de los individuos pertenecientes a esa generación que anda entre los 45 y los 55 (años más o menos) están en condiciones físicas y sicológicas para “reciclarse” en el nuevo modelo económico que se gesta? ¿Cuántos pueden convertirse en agricultores, constructores, policías o trabajadores por cuenta propia, teniendo en cuenta su edad y capacidades? ¿Además del trabajo como maestros, qué otra alternativa puede ofrecerles el Estado a muchos de ellos?

En alguna de las novelas que he escrito llamo a este sector específico de la población cubana “la generación escondida”, por su proverbial falta de rostro público y de capacidad para decidir sus opciones de vida y futuro en una sociedad que estuvo férreamente reglamentada y en la cual su rol muchas veces fue decidido por las necesidades, exigencias y reclamos del Estado. Desde el estudio hasta la guerra, pasando por los cortes de caña, la orientación profesional y un largo y variado etcétera de necesidades y obediencias.

Esa es la generación que hoy debe intentar reubicarse en un sistema que será necesariamente competitivo, en la que el Estado le exigirá productividad e impuestos, al que llegan con sus conocimientos en disputa con los conocimientos, capacidades y fuerza de la generación que los sucede, y, dramáticamente, con la posibilidad de la jubilación retrasada por cinco años más por una legislación reciente.

No hay duda de que el reto que debe enfrentar este sector de la población cubana es arduo, en una medida aun difícil de establecer. Las opciones de trabajar para el Estado se reducirán notablemente y las posibilidades de hacerlo en empresas más o menos autónomas o de capital mixto enfrentarán, más que nunca, el peso de la competitividad. Los trabajos por cuenta propia, mientras tanto, exigen de habilidades y capacidades que muchas de estas personas no poseen, y también funcionarán, en lo adelante, con un alto grado de competitividad que les asegure la subsistencia y el éxito.

La coyuntura social y económica que hoy acecha a esta generación será su nueva guerra, su nuevo corte de caña. Pero el lenguaje y la retórica que los acompañará en ese empeño no será ni podría ser el mismo, pues son otros los fines, otros los tiempos, otras las expectativas. Y porque lo que se aproxima es un choque frontal con la realidad y su expresión exigirá nuevas respuestas... y no viejas consignas escuchadas por tantos años.