Artículo de despedida de Cuba del poeta y ensayista Gastón Baquero, Diario de la Marina, 19 de abril de 1959
Nota del Bloguista
Gastón Baquero tenía ¨en su contra¨ cuatro supuestos estigmas para la Cuba anterior a 1959: ser de raza negra, campesino (para la mayoría de los residentes de La Habana, y sobre todo para aquellos habaneros de primera generación, ser de Banes y de cualquier pueblito del interior de Cuba es ser campesino), pobre y homosexual. En lenguaje peyorativo de la época, Gastón Baquero se diría que era: ¨negro, guajiro, 'muerto de hambre' y maricón¨ , o sea, ¨la última carta de la baraja¨; sin embargo, Baquero llegó a ser Jefe de Redacción del Diario de La Marina, el más importante diario o periódico cubano de Cuba. El gran poeta y ensayista Gastón Baquero es un ejemplo de que con talento y perseverancia se salía adelante en aquella anterior República tan vilipendeada por los Castristas.
Por cierto:
¿ Cuántos Jefes de Redacción negros ha tenido: Granma, Juventud Rebelde, Trabajadores o cualquier diario de provincias después del triunfo revolucionario de 1959 ?. Yo no he conocido a ninguno...
Al iniciar un viaje que por muchos motivos puede denominarse de vacaciones, consideramos obligado ofrecer a los lectores amigos los otros se lo explican todo a su manera algunas consideraciones sobre la actitud de este columnista antes y después del 1º de Enero.
Veníamos en silencio, sin escribir, desde la aparición de la censura. Meses y meses previos al desenlace de una etapa histórica, nos vieron callados, y posiblemente interpretados por algunos frívolos o por algunos ciegos apasionados como indiferentes a un dolor patrio o como partícipes de la mentalidad y ejecutoria que producía esos dolores. A cada cual su juicio, su interpretación, su creencia, que sólo puede modificarla el tiempo. Es inútil razonar contra los prejuicios.
Las personas de nuestra manera de pensar nos veíamos cada día más arrojadas a un callejón sin salida. Estábamos contra el crimen y la violencia, pero no podíamos irnos con la revolución. Comprendíamos que ya la tragedia cubana avanzaba con violencia arrasadora y que no tenía nada que hacer la voz del periodista, y menos si éste pertenecía a la ideología conservadora. Se habían gastado las palabras persuasivas, los llamamientos al cese de la lucha, las apelaciones a buscar una salida incruenta. La palabra pertenecía a las armas, que no se han hecho para propiciar el entendimiento. A quienes no podíamos ni aplaudir lo que ocurría, ni dar por bueno lo que venía, no nos quedaba otra postura que la del silencio. Y al silencio fuimos.
Los tiempos cubanos, como los de casi todos los países en esta hora del mundo, se inclinaban visiblemente hacia las soluciones extremas. Muchos creían que se gestaba simplemente la caída del gobierno con su reemplazo por otro mejor, pero adscrito en definitiva a una línea jurídica, económica, social, política, dentro de una tradición inaugurada en la Carta Magna de 1940. Quienes veíamos que la nueva generación iba mucho más allá, y propugnaba una revolución y no un simple cambio de gobernantes abogábamos, por no tener fe en las revoluciones, por salidas de otro tipo, que eliminaran el gobierno malo, pero que no abrieran la terrible incógnita de una revolución social siempre más radical y profunda de lo que ¨afortunada o desdichadamente¨ Cuba puede y debe intentar en esta hora.
¿Y por qué no tenemos fe en las revoluciones? No es porque ellas produzcan trastornos, lesionen intereses, vuelquen las costumbres. No tenemos fe en ellas porque siempre se fijan tareas que requerirían la asistencia de grandes genios, la milagrosa autoridad de ángeles y santos para cambiar de la noche a la mañana la naturaleza humana. Las revoluciones quieren hacer por decreto que en un instante se precipite el progreso, y nazca el hombre nuevo y surja por encanto la ciudad soñada. Su gran paradoja consiste en que no quiere dar al tiempo lo que es del tiempo, ni al hombre lo que es del hombre, sino que intenta saltar, a pies juntillas, por encima del tiempo y del hombre para llegar de una vez a la meta teóricamente fijada. Provocan sufrimientos y conmociones que alteran a fondo y por mucho tiempo el desarrollo normal y seguro, el avance lógico y humano hacia el mejoramiento constante de las formas de vida. Quiere la perfección de la noche a la mañana y es en definitiva una noble pero trágica terquedad ideológica, soberbia intelectual, que quiere desconocer la naturaleza humana y piensa que las grandes ideas, el afán por la justicia, la sed de verdad, no han aparecido en el mundo porque a éste le han faltado revolucionarios. La historia muestra que los revolucionarios han contribuido como nadie a la aparición de nuevas ideas, de mejoramiento y de justicia, pero que los revolucionarios, cuando triunfan, ya no saben sino saltar hacia el porvenir, de un golpe, ignorando la dura materia del tiempo y la fuerte resistencia del hombre. Mientras no llegan al poder son un bien, pues traen el fermento de la inquietud y el aguijón del progreso.
(Gastón Baquero en su Exilio en Madrid)
El progreso cubano culminó, como se sabe, en la fuga del dictador, en la impotencia de la junta militar, y en el ascenso al poder de la juventud partidaria de la revolución. Los caracteres ideológicos de ésta no fueron nunca disfrazados por sus dirigentes. En el manifiesto dado por el Dr. Fidel Castro en diciembre de 1957, al desembarcar en Cuba, están contenidas todas las ideas que hoy se van convirtiendo en leyes. (Nota de Mons. Carlos M. de Céspedes: el desembarco del Granma tuvo lugar el 2 de diciembre de 1956, no de 1957; a qué manifiesto se está refiriendo Gastón, ¿no será acaso a La Historia me absolverá, manifiesto pronunciado por el Dr. Fidel Castro en el juicio por el asalto al Cuartel Moncada y al Cuartel Carlos Manuel de Céspedes, en 1953?). Si algún capitalista se engañó, fue porque quiso; si algún propietario pensó que todo terminaría al caer el régimen, pensó mal, porque claramente se le dijo por el Dr. Castro que todo comenzaría al caer el régimen; y si alguna persona alérgica a las grandes conmociones económicas y sociales siguió y ayudó al Movimiento, creyendo que éste venía solamente a tumbar a Batista, pero no a cambiar costumbres muy arraigadas en la organización económica y social, se equivocaron totalmente o no leyó con atención aquel manifiesto. El Dr. Castro no ha engañado a nadie, aunque mucha gente conservadora y enemiga de las convulsiones le siguieron sin preguntarse detenidamente hacia donde la llevaban.
Y como este columnista no fue ni es partidario de las revoluciones, ni de las transformaciones violentas de la estructura social (lo que no quiere decir que permanezca indiferente ante los males y renuncie a la superación de estos por medios que le parecen menos dañinos y más duraderos), no creyó nunca que se debió abandonar los esfuerzos para poner fin pacífico y no revolucionario a los horrores que Cuba padecía. Por supuesto que esta idea no sólo fue derrotada por los hechos lo que es mortal para una idea sino que se prestó y se presta a las interpretaciones más agresivas y mortificantes sobre el origen de la actitud.
Al triunfar la revolución no faltaron los atolondrados que seguían creyendo que por haber sido más o menos antibatistianos eran ya suficientemente revolucionarios. No veían que el 1º de enero, volado ya el posible puente de una junta militar delicia de los que querían dinamitar la casa, pero sin derribar las paredes ni el techo, Cuba entraba a vivir una etapa histórica absolutamente distinta. Esta etapa iba a requerir una nueva mentalidad en las clases, en los ciudadanos, en el Estado, en las costumbres, pero muy pocos lo sospechaban.
Al principio, todo fue júbilo. La caída de una dictadura que cometió tan terribles errores y realizó tantos horrores, fue ocasión justificada para el desbordamiento oceánico de alegría pura y sincera, sin diferencia de clases ni de individuos. Todos eran felices porque había caído la tiranía; pero muchos no sospechaban siquiera que recibían entre palmas una revolución social. Ya de Batista estaban hasta la coronilla los más tenaces batistianos. El río de sangre, la inseguridad para la vida y la propiedad, la censura de prensa, el imperio del terror como norma de gobierno, habían llegado a sensibilizar hasta a los reacios al dolor ajeno. Cuba había apurado el límite de la resistencia física y de la resistencia moral. De todos sus sufrimientos parecía librarse, en jubilosa catarsis, cuando ofrecía enardecida a los revolucionarios victoriosos el laurel de la gratitud y el aplauso de la admiración. Y como en 1902, como en 1933, como en 1944, el pueblo cubano se dispuso a iniciar de nuevo el camino hacia la honradez administrativa, la libertad ciudadana, el respeto a los derechos, la desaparición de los privilegios, y la vida reglada por la paz, la cultura y el progreso.
¿Cuál era la actitud correcta de quienes no creímos en la revolución y no hicimos por ella nada, aunque tampoco hicimos, en conciencia, nada contra ella? A nuestro juicio, lo decoroso, lo justo, era el silencio. Fácil nos hubiera sido, de quererlo, y pese al riesgo de esa burla, presentarnos en pose demagógica, arrojando flores al paso de los vencedores. ¿No es esto lo usual?¿ No hemos presenciado el desfile ignominioso de los incorporados, de los revolucionarios del 2 de Enero, de los radicales que no tienen mucho que perder y de los conservadores y hasta reaccionarios disfrazados de dantones? Quienes comprendimos que el 1º de Enero se iniciaba en Cuba una etapa de gran conmoción social, de renovación que iba mucho más allá de lo imaginado por tantos y tantos que confunden revolución con antibatistismo y sentíamos que esas nuevas ideas triunfantes no eran las nuestras, no podíamos hacer otra cosa que callarnos y dejar que la revolución misma se abriese paso entre las clases sociales, perfilando su real fisonomía y declarando paladinamente a quienes aún vivían engañados cuáles eran sus verdaderas proyecciones.
Ahora nos encontramos en el ápice del despertar. Aquella señora que compró sus bonitos del 26, no soñó que la revolución le iba a rebajar el 50% de sus rentas por alquileres; aquel industrial que por ideología o por miedo abrió sus arcas, creyó que tenía adquiridos títulos revolucionarios y subsiguiente influencia; aquel sacerdote que hizo de su sotana un manto de piedad para salvar vidas de jóvenes acosados y de su Iglesia un centro de conspiración, creyó que se tendría en cuenta su filosofía de la sociedad y de la vida. Cuantas ilusiones, esperanzas, elucubraciones y cálculos han fallado. Pues llegó la revolución de veras, radical, inflexible, sin compromiso ante sus ojos y anhelosa de llevar a cabo un enorme cambio, un programa descomunal de contenido económico y social, que ha venido gestándose en la mente de los cubanos revolucionarios desde los mismos años inaugurales de la República. Llegó la revolución en la que no tienen cabida el perdón de los errores, el pensamiento conservador, la doctrina tradicionalista ni el conformismo acomodaticio que, es cierto, ha frustrado tantas esperanzas del cubano.
Al chocar frente a frente con la realidad, muchos se han asustado. No sabían que una revolución era así. Pues así, y más, son las revoluciones. Por eso ante ellas, quienes no tenemos vocación política y no nos inclinamos a participar en movimientos contrarrevolucionarios por mucho que la revolución nos persiga, no sabemos hacer otra cosa que ponernos al margen, dejar pasar el poderoso torrente y desear, sin el menor resentimiento, que triunfe y se consolide cuanto sea bueno para Cuba, y que se disuelva rápidamente en el vacío cuanto pueda ser un mal para esta tierra de la cual pueden incluso hasta arrojarnos, pero no pueden impedir que la amemos con la misma pasión que pueda amarla el más revolucionario de sus hijos.
Al iniciar este viaje, lector, dejamos en manos de nuestro querido Director y amigo, José Ignacio Rivero, hombre cristiano, hombre de carácter, nuestro cargo en el DIARIO DE LA MARINA, de Jefe de Redacción, que tanta honra nos deja para siempre. Comprendemos que hay momentos en los cuales pueden ser confundidas, con daño para lo que más importa que es el DIARIO, las actitudes personales, las ideas propias, con las actitudes del periódico. En medio de la pasión, del asombro de las clases, del choque ideológico inesperado, tiene por ahora poco que hacer un periodista verticalmente conservador, un derechista en tiempos de derrota para las derechas. Cabe la adaptación sinuosa, o cabe el combate. Aquella es lo innoble y éste es lo absurdo. Desde lejos hablaremos, en tanto Dios provea otra cosa si nos da venia para ello el Director y si no se oponen ciertos defensores de la libertad de pensamiento¨, de otras tierras, de otros cielos, de otros personajes. Posiblemente, con toda posibilidad, volveremos de un modo o de otro a defender aquellas ideas en las cuales creemos sobre la sociedad, la economía, las relaciones humanas, la libertad frente al comunismo esclavizador, ideas de las que nos sentimos orgullosos, por maltratadas, incomprendidas y vilipendiadas que hoy se hallen. El mundo las necesita, aunque no quiera verlo. El miedo a defender las ideas que van contra la corriente o que son estigmatizadas como nocivas, es la mayor de las cobardías. Vale más morir junto a una idea vencida, en la cual se cree todavía, que uncirse al primer carro victorioso que pasa, renunciando a tener ideas, a defender una ideología, a proclamar la visión propia y sincera que se tiene de los hombres y del mundo.
Tomado de http://www.islaternura.com
SOLEDAD DE GASTÓN BAQUERO
Por Jesús Díaz
Quizá la soledad sea la circunstancia esencial del poeta; no me parece gratuito que la tradición haya querido hacer de Homero un ciego. Hay, sin embargo, casos en los que la procesión solitaria transcurre exclusivamente dentro del tuétano del creador, como asfixiada por la fama que atruena desde fuera y que puede ser letal para la poesía. Pienso en Rubén Darío, en lo mucho que de perecedero indujeron en su obra los laureles, encargos y aplausos recibidos en la marcha triunfal que fue su vida, por contraste con la fuente nostálgica y solitaria que le permitió evocar para siempre a un simple buey visto en la niñez. Hay, también, casos en los que la soledad interior resulta fecundada por un frío llegado de afuera; un frío biográfico que en casos extremos se pega al pellejo del poeta como una sombra o un perro y llega a adquirir los rostros terribles de la marginación, la cárcel, la emigración y el hambre. Tal es el caso de César Vallejo, a mi juicio el más grande poeta de la lengua española desde el Siglo de Oro. Gastón Baquero supo de ambas cosas, de la miel y el acíbar, en grado tan extremo que muy bien pudiera decirse que vivió dos vidas, o bien una sola partida en dos mitades contrapuestas por el rayo terrible de la revolución cubana. Nació en 1918, en Banes, una pequeña ciudad del extremo oriental de Cuba, y vivió acunado por el calor y la sensualidad de la isla durante 41 años, en los que llegó a obtener el bienestar y el éxito. Desde 1959, y durante otros 38 años, vivió en la soledad del exilio en Madrid, donde acaba de morir el mes pasado. Estamos, pues, ante un desequilibrio vital tan desgarrador, asombroso y perfecto como su excepcional obra poética.
Baquero nació con todas las de perder. Era negro, homosexual, pobre y poeta en una Cuba, como cualquier país racista, machista y clasista, donde la poesía era oficio de locos. Sólo una inteligencia y un carácter absolutamente excepcionales como los suyos le permitieron imponerse a aquel medio y alcanzar éxito y reconocimiento en su condición de periodista. En efecto, llegó a ser una personalidad clave, jefe de redacción y de hecho director en la sombra nada menos que del Diario de la Marina, un periódico extraordinariamente conservador e influyente, decano de la prensa cubana durante la época colonial y la Primera República (1902-1959).
Pero también, y sobre todo, Baquero era poeta. Y resultaba de algún modo inevitable que en sus primeros años habaneros topase con la imantación todavía casi secreta de la obra y la persona de José Lezama Lima. Desde entonces, su nombre está indisolublemente asociado a la generación de Orígenes, uno de los coros de solistas más extraordinarios de cuantos han escrito nunca en nuestra lengua, integrado por el propio Lezama, Eliseo Diego, Cintio Vitier y Fina García Marruz, entre otros. Sin embargo, y pese a que siempre fue parte de ese grupo excepcional, lo cierto es que Baquero publicó un solo poema en Orígenes, justamente en el número 1; casi nada si tenemos en cuenta que la revista nos dio 34 entregas a lo largo de 10 años de heroísmo.
(Gastón Baquero)
Durante su vida en Cuba, Baquero publicó apenas dos cuadernos de poesía, Poemas y Saúl sobre su espada, ambos en 1942. Después, y durante unos interminables 18 años, calló como poeta. Es un hecho asombroso, sobre todo si tenemos en cuenta la radical calidad de su obra inicial. Adelanto una hipótesis que quizá podría contribuir a explicarlo. Baquero, al igual que los origenistas, concebía el cultivo de la poesía como un acto de entrega total, como una religión que no podía compartirse con otro menester tan acuciante como el de su responsabilidad en el Diario de la Marina. Optó por lo segundo, y nos dejó en herencia una colección de artículos periodísticos a la que los cubanos tendremos que volver la mirada, agradecidos, cuando vuelva a haber prensa en nuestro país.
En 1959, con el triunfo de la revolución cubana, Baquero marchó al exilio; su vida se fracturó como después empezaría a fracturarse Cuba. Sólo la poesía puede ayudarnos a imaginar cuánto debe haber sufrido, qué solo debe haberse quedado este cubano, negro por más señas, durante los largos años en los que la revolución concitó el fervor y la adhesión del mundo, y él estaba en contra y vivía lejos de Cuba, pobre, aislado e ignorado en el sotabanco del número 5 de la calle de Antonio Acuña, en Madrid. «Hay golpes en la vida tan fuertes», escribió Vallejo, «golpes como del odio de Dios, / como si ante ellos / la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma». Así de brutal debe haber sido el golpe que entonces recibió Gastón Baquero.
Eso habría bastado para matar a cualquiera. Al poeta Gastón Baquero, sin embargo, lo hizo renacer. En el pórtico de un luminoso ensayo, La poesía como reconstrucción de los dioses y del mundo, escrito ya en España, cifró su situación vital con una cita de Martin Heidegger: «Cuando el poeta queda consigo mismo en la suprema soledad de su destino, entonces elabora la verdad como representante verdadero de su pueblo». Ésa fue su hazaña. La llevó a cabo en unos pocos libros escritos y publicados en su exilio español con la soledad como inseparable compañera y maestra. En 1993, a propósito de un fugaz y único contacto sostenido en Madrid con Eliseo Diego -que ha sido narrado con pudorosa ternura por la hija de éste en el número 3 de la revista Encuentro de la Cultura Cubana -, Baquero le escribió a Diego, refiriéndose al grupo de Orígenes: «Yo viví en un mundo y cerca de unas personas que no volveré a ver. No es, compréndanlo, que no quiera volver a ustedes, es que no quiero volver al pasado (...). Yo no vivo, floto. Dije: 'Ya no vivo en España. / Ahora vivo en una isla. / En una isla / llamada soledad».
Soledad, quizá la mejor metáfora de una Cuba rota. Siempre desde ella, la obra de Baquero va ascendiendo hasta culminar en la cima de su último libro, publicado por Verbum en 1991, reveladora e irónicamente titulado Poemas invisibles. En esa obra maestra dialoga con el universo, pero la dedica «A los muchachos y muchachas nacidos con pasión por la poesía en cualquier sitio de la plural geografía de Cuba, la de dentro de la isla y la de fuera de ella». Consecuente con esa mirada, en 1994 Baquero participó, defendió e impulsó, contra el doble boicoteo del Gobierno castrista y de los sectores más enconados del exilio, el encuentro de poetas cubanos del interior y del exterior, que tuvo lugar en Madrid bajo el título de La isla entera. En 1996 apoyó con todo el peso de su autoridad, y contra el mismo fuego cruzado del odio, la aparición de la revista Encuentro de la Cultura Cubana; quienes la hacemos y tuvimos el privilegio de dedicarle en vida un homenaje se lo agradeceremos siempre.
Esa actitud es un acto esencial de generosidad presente también en Poemas invisibles. Aquí, Baquero se hermana con su numen poético profundo. Contra lo que se dice y se repite, éste no fue Lezama, sino el sufridor por excelencia, el solísimo, el que llevó la poesía de nuestra lengua al tuétano, César Vallejo. «Algo de indio reconcentrado, algo de lenta introspección, de amargura, de protesta ante el misterio y el aporreamiento constante que la vida da», escribió Baquero, «presta a Vallejo un carácter de abogado defensor de la pobreza humana, de la fatalidad, de la tremenda y desequilibrada relación entre la pequeñez y condena del hombre y la potencia de lo Supremo».
Quiso el destino que ambos espíritus gozaran de una estremecedora contigüidad. En la espléndida evocación titulada Oye, mira: esos pasos son los de él, Baquero nos dice: «Ocurre que soy vecino de Vallejo, aquí en Madrid. Vivió en el 4 de la calle Antonio Acuña, el obispo degollado por los borgoñeses, y yo vivo en el 5». El cubano escuchó indudablemente los pasos del peruano y contó esa experiencia de dos maneras: «Va y viene en la noche de los Andes a Madrid, de Madrid a la sierra peruana», dijo en la crónica citada. Luego, convirtió a Vallejo en el protagonista secreto de su poema El viajero, que como si fuera el resucitado por la humanidad del poema vallejiano Masa, en el de Baquero «... echó a andar sin más finalidad que sacudirse el tedio de estar vivo (...) y con el gran sombrero tejido a ciegas por indios / de dedos iluminados por rayos puros de luna bajo el río (...) emprendió, así, la última etapa de su peregrinar, / que consistía y consiste todavía, -porque el viajero / ni ha terminado de andar ni conoce el cansancio o el sueño- / en ir y volver a pie, incesantemente, / desde Lisboa hasta Varsovia, y desde Varsovia hasta Lisboa (...) apiadado siempre (...) de la pavorosa soledad de la Tierra en el cosmos».
En otro poema seminal, Con Vallejo en París, mientras llueve, Baquero visita a su amigo, y «... harto de no entender el mundo, de ser el pararrayos del sufrir...», usa una incorrección del habla popular cubana para pedirle desde el fondo del alma que le empreste un «... hombreante poema panadero, padrote, semental poema (...) ... testicular semilla, antihambre poema, / antiodio poema vallejiano...». Vallejo, cómo no, le empresta «un alarido en quechua o en mandinga», y Baquero se echa «... a morir, digo a dormir, acorazado / por el poema de Abraham, de César digo, quiero decir Vallejo».
Así está ahora Gastón Baquero, muerto, digo, dormido, y sin embargo insomne, caminando incesantemente, desde la punta de Maisi hasta el cabo de San Antonio, y desde el cabo de San Antonio hasta la punta de Maisi, de un extremo al otro de su infeliz isla de Cuba, con el universo a cuestas, vivo en nosotros para siempre.
* * * * * *
EL PAÍS, España, 18-06-97
ALGUNOS COMENTARIOS DEJADOS
Realpolitik ha dejado un nuevo comentario en su entrada "Artículo de despedida de Cuba del poeta y ensayis...":
Baquero es la respuesta perfecta a gente cómo Pedro Pablo Oliva, qué todavía se prestan al cuento de qué antes del castrismo "no había chance" para gente de color, o pobre, o ambas cosas. El qué tiene suficiente valor y empuje se impone, aunque algunos prefieran ser apadrinados por el gobierno de turno, qué no suele hacerlo por gusto.
nónimo ha dejado un nuevo comentario en su entrada "Artículo de despedida de Cuba del poeta y ensayis...":
Baquero era un vidente, o un profeta, como se quiera. Tuvo tanta luz larga que se largó. El quinto párrafo de su carta está en la misma tesitura de las "Cartas a Elpidio" de Varela, en las que hay un planteamiento que se resumiría en la frase de "lo posible", refiriéndose a que es preferible hacer lo poco posible que plantearse muchas tareas imposibles. Es de lo que se trata el ser pragmáticos. Al final, la mal llamada revolución no hizo nada de lo que inicialmente se dijo, únicamente joderle la existencia a millones de cubanos, dondequiera que estén. Y tan buena está la carta de Baquero como el comentario de Jesús Díaz. ¡Si le hubiéramos hecho caso...!
chicho el cojo
Anónimo ha dejado un nuevo comentario en su entrada "Artículo de despedida de Cuba del poeta y ensayis...":
El artículo de Gastón Baquero, por su fecha, es profético. Te agradezco mucho su lectura, hermano Pedro Pablo. Qué claridad tan temprana la de ese hombre frente al fenómeno de la revolución castrista. Lo mismo que mi padre, un sencillo hombre de pueblo pero con una visión muy certera. Mientras nuestra intelectualidad se deslumbraba con las barbas de los rebeldes, incluyendo inicialmente a una figura de la talla de Jorge Mañach, Gastón Baquero enseguida le vio al lobo la oreja peluda. Y lo dejó dicho bien claro y para la historia.
Baquero triunfó en la Cuba A.C. por su talento indiscutible. Igual que Félix B. Caignet, por solo citar el caso de otro gay oriental. Pero si no hubiera tenido éxito como poeta y periodista, no se habría muerto de hambre tampoco puesto que era agrónomo de profesión. ¿Que era negro, pobre y guajiro de Banes? Bueno, Batista tampoco era muy blanco y había nacido en una choza de guano en ese mismo pueblo, en el barrio de La Güira por más señas, mas eso no le impidió al mulato aindiado llegar a ser presidente. El hecho de ser paisano de Batista era entonces un plus más que una desventaja, y de hecho eso le convino a Baquero.
Me parece una extrapolación forzada de la llamada ideología de género en onda USA lo que escribe Jesús Díaz sobre el poeta: “Baquero nació con todas las de perder. Era negro, homosexual, pobre y poeta en una Cuba, como cualquier país racista, machista y clasista, donde la poesía era oficio de locos”.
Me explico: 1. “nació con todas las de perder”: GB vino al mundo con todas las de ganar porque nació con un talento que tienen muy pocos, ya sean ricos o pobres, negros o blancos. Muy difícilmente no se hubiera abierto paso en la sociedad de entonces. 2. Negro: ser negro le impediría entrar a un club exclusivo o trabajar en un banco, pero no escribir en un periódico o publicar sus poemas. Ojo, que no niego la discriminación racial de entonces, pero esta no llegaba a la segregación a todos los nivles. 3. homosexual: GB no era una loca de carroza, como podría inferirse de la frase citada. Su condición de gay discreto se complementaba con la del señor correcto, culto, fino y decente, algo socialmente estimable según las normas de la época. La homofobia rabiosa y militante, de la cual Jesús Díaz fue partícipe, vendría precisamente con los barbudos en el poder. 4. Pobre: pobre era Gómez Mena o Pote, el padre de López Serrano, antes de volverse millonarios. En la Cuba antes de Castro se podía prosperar, y de hecho muchos prosperaban. El que luchaba normalmente salía de la pobreza, a no ser que le tocara una mala racha o tuviera muy mala suerte, si bien mi abuelo, huérfano de la guerra del 95, decía que la mala suerte les tocaba casi siempre a los vagos. 5. ‘la poesía era oficio de locos’: GB no carecía de sentido común y no ignoraba que, a no ser un Neruda, nadie vive de la poesía (más bien al contrario). De ahí que prácticamente la abandonase en los años 50 por el periodismo y por sus actividades oficiales durante ese periodo. En el exilio, entonces sí que bien pobre, renacería como poeta.
Bendiciones de Fray Franelo
P/d. El Che Guevara hizo un comentario despectivo tras la salida de Cuba de Gastón Baquero, escoltado hasta el aeropuerto por tres embajadores, pero ahora no me acuerdo. ¿Tienes idea de lo que dijo el boludo atorrante sobre Baquero?
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Cpmentario del Bloguista
No, no tengo ni idea pero debió ser una de sus ¨genialidades¨ de arrogantes pujos porteños.
3 Comments:
Baquero es la respuesta perfecta a gente cómo Pedro Pablo Oliva, qué todavía se prestan al cuento de qué antes del castrismo "no había chance" para gente de color, o pobre, o ambas cosas. El qué tiene suficiente valor y empuje se impone, aunque algunos prefieran ser apadrinados por el gobierno de turno, qué no suele hacerlo por gusto.
Baquero era un vidente, o un profeta, como se quiera. Tuvo tanta luz larga que se largó. El quinto párrafo de su carta está en la misma tesitura de las "Cartas a Elpidio" de Varela, en las que hay un planteamiento que se resumiría en la frase de "lo posible", refiriéndose a que es preferible hacer lo poco posible que plantearse muchas tareas imposibles. Es de lo que se trata el ser pragmáticos. Al final, la mal llamada revolución no hizo nada de lo que inicialmente se dijo, únicamente joderle la existencia a millones de cubanos, dondequiera que estén. Y tan buena está la carta de Baquero como el comentario de Jesús Díaz. ¡Si le hubiéramos hecho caso...!
chicho el cojo
El artículo de Gastón Baquero, por su fecha, es profético. Te agradezco mucho su lectura, hermano Pedro Pablo. Qué claridad tan temprana la de ese hombre frente al fenómeno de la revolución castrista. Lo mismo que mi padre, un sencillo hombre de pueblo pero con una visión muy certera. Mientras nuestra intelectualidad se deslumbraba con las barbas de los rebeldes, incluyendo inicialmente a una figura de la talla de Jorge Mañach, Gastón Baquero enseguida le vio al lobo la oreja peluda. Y lo dejó dicho bien claro y para la historia.
Baquero triunfó en la Cuba A.C. por su talento indiscutible. Igual que Félix B. Caignet, por solo citar el caso de otro gay oriental. Pero si no hubiera tenido éxito como poeta y periodista, no se habría muerto de hambre tampoco puesto que era agrónomo de profesión. ¿Que era negro, pobre y guajiro de Banes? Bueno, Batista tampoco era muy blanco y había nacido en una choza de guano en ese mismo pueblo, en el barrio de La Güira por más señas, mas eso no le impidió al mulato aindiado llegar a ser presidente. El hecho de ser paisano de Batista era entonces un plus más que una desventaja, y de hecho eso le convino a Baquero.
Me parece una extrapolación forzada de la llamada ideología de género en onda USA lo que escribe Jesús Díaz sobre el poeta: “Baquero nació con todas las de perder. Era negro, homosexual, pobre y poeta en una Cuba, como cualquier país racista, machista y clasista, donde la poesía era oficio de locos”.
Me explico: 1. “nació con todas las de perder”: GB vino al mundo con todas las de ganar porque nació con un talento que tienen muy pocos, ya sean ricos o pobres, negros o blancos. Muy difícilmente no se hubiera abierto paso en la sociedad de entonces. 2. Negro: ser negro le impediría entrar a un club exclusivo o trabajar en un banco, pero no escribir en un periódico o publicar sus poemas. Ojo, que no niego la discriminación racial de entonces, pero esta no llegaba a la segregación a todos los nivles. 3. homosexual: GB no era una loca de carroza, como podría inferirse de la frase citada. Su condición de gay discreto se complementaba con la del señor correcto, culto, fino y decente, algo socialmente estimable según las normas de la época. La homofobia rabiosa y militante, de la cual Jesús Díaz fue partícipe, vendría precisamente con los barbudos en el poder. 4. Pobre: pobre era Gómez Mena o Pote, el padre de López Serrano, antes de volverse millonarios. En la Cuba antes de Castro se podía prosperar, y de hecho muchos prosperaban. El que luchaba normalmente salía de la pobreza, a no ser que le tocara una mala racha o tuviera muy mala suerte, si bien mi abuelo, huérfano de la guerra del 95, decía que la mala suerte les tocaba casi siempre a los vagos. 5. ‘la poesía era oficio de locos’: GB no carecía de sentido común y no ignoraba que, a no ser un Neruda, nadie vive de la poesía (más bien al contrario). De ahí que prácticamente la abandonase en los años 50 por el periodismo y por sus actividades oficiales durante ese periodo. En el exilio, entonces sí que bien pobre, renacería como poeta.
Bendiciones de Fray Franelo
P/d. El Che Guevara hizo un comentario despectivo tras la salida de Cuba de Gastón Baquero, escoltado hasta el aeropuerto por tres embajadores, pero ahora no me acuerdo. ¿Tienes idea de lo que dijo el boludo atorrante sobre Baquero?
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